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¿Para qué sirve un sistema democrático sino para proteger a las minorías? De hecho, el mismo gobierno es una minoría. Una minoría como el presidente argentino Javier Milei dice que son los estudiantes universitarios, jubilados, discapacitados, homosexuales, mujeres y los “zurdos de mierda”. Agregaría en este grupo a los liberales, esos que piensan que una economía liberal solo puede darse en condiciones de igualdad, lo que implica un estado enérgico y presente para compensar las distorsiones que naturalmente se producen en una economía de mercado, es decir, otra versión de los “zurdos de mierdas”.
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Hace pocos días en el Foro de Davos, Milei aprovechó el tiempo que tenía a su disposición para, entre otras cosas, recordarle al mundo que él “la había visto” el año pasado en su cruzada mesiánica para liberar a la humanidad del comunismo (un poco desactualizado) pero que ahora otros se unían a su lucha y ya no estaba solo, asumiendo un rol protagónico en el engranaje de las grandes decisiones internacionales, lo que ningún estudio político-económico serio avala. Es el presidente de la Argentina, un país destrozado en su economía y en su autoestima, vejado por décadas de corrupción y abusos, no el de Estados Unidos, China, Japón, Alemania. Milei es el presidente de un país que oscila entre la demagogia y el abuso del proteccionismo nacionalista de gobiernos pseudoprogresistas y la demagogia y el abuso privatizador golondrina de gobiernos pseudoliberales. Dos acepciones de un mismo concepto: gobiernos populistas para familiares y amigos. Ni progresistas, ni liberales; apologetas militantes del relato hegemónico sin disidencias.
Y en estado de éxtasis, en el cual parece vivir, Milei continuó con su batalla cultural, en este caso contra los homosexuales (casi en simultáneo el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, reafirmaba la posición del gobierno de eliminar la figura jurídica del femicidio, porque “somos todos iguales ante la ley”; el Coco Basile, Blue Label de por medio diría: “No comments”), poniendo como ejemplo un caso de “dos homosexuales gays, que fueron condenados a cien años de prisión en los Estados Unidos por abusar y filmar a sus hijos adoptivos durante más de dos años”.
“Quiero ser claro, cuando digo abusos no es un eufemismo, porque en sus versiones más extremas la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil. Son pedófilos”, decía Milei en Davos (mientras el Coco Basile toma otra sorbo de Blue Label y dice “no comments”, recomiendo la imposible defensa del caso que hace el diputado Benegas Lynch en una muy buena entrevista que le realiza Iván Schardgrosky para Cenital). No es un ejemplo inocente más, es el que utiliza el presidente para ejemplificar uno de sus tantos odios (hubiese querido utilizar otro término, porque el kirchnerismo lo desgastó en sus batallas llenas de odio contra los “que no la veían como ellos”, pero no lo encontré).
Gestualidad cargada de simbología de la revelación divina, violencia verbal de fácil memorización y reproducción son el abecé del estilo político de Milei, el que copian sin matices los miembros de su gobierno y los legisladores que lo acompañan, pero mientras que en el presidente son la marca de un estilo propio, auténtico (Milei no engañó, era lo que dijo que era), contundente, en sus groupies soslaya lo patético (otra coincidencia con los groupies del cristinismo; hermanos gemelos).
Gestos como defender lo indefendible, como el saludo romano de Elon Musk seguido por su aparición en un evento con el que la extrema derecha alemana, la AFD, arrancó la campaña electoral. Más de 40 millones de muertos y el horror del Holocausto (se conmemoraba el Día Internacional de las Víctimas del Holocausto casi en simultáneo de estas dos tomas de posición del magnate sudafricano, y de la defensa que de él realiza, entre otros, el presidente argentino) sucedieron a la coreografía del nazismo cuyo ápice era el Sieg Heil con el brazo extendido. No hay interpretaciones a este gesto del horror. No es una obra de arte conceptual, es el símbolo del mal absoluto.
El vaciamiento de contenido de las palabras y los gestos no son responsabilidad de Milei. Milei simplemente perfeccionó esta forma de hacer política que inauguró Cristina y que Macri también utilizó. Pero es el silencio del cheque en blanco lo que aturde. Ese cheque en blanco que millones de argentinos les damos a nuestros líderes políticos cada vez, sacándonos de encima la responsabilidad de la reconstrucción de nuestra sociedad, para entregársela al caprichoso de turno (no lo digo porque sí, es lo que ha ocurrido en el siglo XXI con nuestros gobernantes), sin beneficio de inventario. Un cheque en blanco que sirve para limpiar conciencias y justificar cada vez las barbaridades del gobierno de turno mientras se encuentra en estado de gracia. “Hay que darles tiempo”. “No te guíes por lo que dicen, sino por lo que hacen”. “Los anteriores eran peores”. Y la lista continúa hasta que siempre fue demasiado tarde.
El próximo sábado 1º de febrero habrá marchas en la Argentina, muy enojadas, contra el presidente, sus dichos y sus políticas de género (sintetizando). El presidente y varios miembros de su gabinete salieron a aclarar que Milei no dijo lo que dijo. El vocero presidencial Manuel Adorni, siempre muy creativo a la hora de declarar, afirmó que de lo que está en contra es que detrás del feminismo haya un negocio (es la justificación por excelencia: detrás de los estudiantes, de los jubilados, de los discapacitados, de las mujeres y de los homosexuales hay un negocio). Más cerca de Sherlock Holmes que de estadista. Quizás hubiese sido mejor no aclarar. Será un acto de fuerza. Las marchas en Argentina son muchas, y temibles. Ningún presidente salió indemne de la gente en las calles (Cristina les tenía pánico; De la Rúa cayó y a Duhalde le cortaron las piernas).
El presidente Milei está abusando de su táctica de segregación de los enfermos (utilizo el término que él utiliza para descalificar a los otros, los que no la ven). Cada día quedan menos casilleros libres en el diseño del ciudadano perfecto, el iluminado libertario, que está intentando esta batalla cultural. Como una víbora que se muerde la cola y está cada día más cerca de su propia cabeza. En un año electoral, el presidente ha decidido utilizar la estrategia kirchnerista por excelencia: va por todo sin matices y al son de la obediencia debida. Más Torquemada que Tocqueville. El envión de un primer año avalado por la fuerte disminución de la inflación en pesos, la parálisis ética y conceptual de una parte importante de la oposición en el Congreso, el apoyo de los nuevos líderes de opinión vía tuits, o como se diga post-X, el rechazo visceral que provoca el peronismo kirchnerista en estado de desintegración, es posible que le den aristas al gobierno para poder proclamarse ganador en las próximas elecciones de medio término. Ganar elecciones intermedias de manera contundente no siempre augura un buen final. Macri lo sabe. Simplemente implican un último voto de confianza, el último cheque en blanco que la gente les otorga.
Sigo pensando en el cheque en blanco, esa modalidad tan argentina que viví con Menem, Cristina y, ahora, Milei. Somos muy fáciles de fascinar y mucho más fáciles a la hora de lavarnos las manos cuando un plan falla (la Argentina es un abuso de planes y la ausencia de un proyecto). Los milicos argentinos no sirven para el gobierno, los milicos argentinos no sirven para la guerra, los milicos argentinos… no sirven para una mierda, cantaban estadios de fútbol (y no solo) ante la inminente caída del gobierno militar, los mismos que pocos meses antes habían vitoreado a Galtieri en Plaza de Mayo por Malvinas. Yo no lo voté, es el leitmotiv de los que se vieron económicamente favorecidos durante el menemismo. Y los que hoy apoyan a Milei son los mismos que apoyaron a Cristina, a la que ahora despotrican. Sería bueno que el presidente no lo olvide. Un gobierno de minoría que segrega en minorías. No es lo que una Argentina ya desintegrada e intoxicada de revanchas necesita. Necesitamos un proyecto, no otro plan. Provocada y agredida sin necesidad, la calle comenzó a rugir, y eso en la Argentina es de muy mal augurio.