Quieren quitarme el río y también la playa, / quieren el barrio mío y que abuelita se vaya.
La portada del último álbum de Bad Bunny, Debí tirar más fotos, refleja con sencillez la esencia caribeña: dos sillas de plástico vacías sobre un fondo de plantas de banano; con esas ausencias juega la música de la canción: es el vacío de los que se van de manera más o menos forzada
Quieren quitarme el río y también la playa, / quieren el barrio mío y que abuelita se vaya.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNo, no sueltes la bandera ni olvides el lelolai. / Que no quiero que hagan contigo lo que le pasó a Hawái.
Fines de enero, un calor excesivo abrasa estas tierras y se extraña la brisa rioplatense del atardecer. Ya han comenzado las deportaciones masivas de latinos en Estados Unidos. En una de esas noches de agobio, desde una ventana abierta sale una voz cansada, por momentos incomprensible, que arrastra las palabras para denunciar un peligro cercano: los ríos, los montes y las playas, la naturaleza toda y las tradiciones de Puerto Rico corren peligro de caer en manos insensibles. La canción invita a resistir, aferrarse a los símbolos locales y no abandonar el canto tradicional de los campesinos, el lelolai.
—¿Quién es el que canta? —pregunto.
—Bad Bunny.
—¿Bad Bunny?
—Sí.
—¿El mismo del reguetón y el perreo?
—El mismo.
Bad Bunny, aunque ahora haya virado hacia una mezcla de géneros que incluye el pop o el rock, viene del reguetón, un ritmo quebrado y repetitivo hasta el hartazgo. ¡El reguetón! (los signos de exclamación los ponen mis prejuicios). Como sea, es un género urbano que ha conquistado la mitad del planeta, mientras la otra mitad lo menosprecia, y que lo ha llevado a formar parte de la exclusiva lista de latinos más cotizados.
A Benito Martínez, su nombre real, le gustan las joyas, los lentes caros y las vestimentas de marcas de élite. Tiene una pequeña colección de autos de alta gama, aunque dice sentirse más cómodo con los más estándar. Hace poco se desprendió de su auto más llamativo, un Bugatti Chiron que costó alrededor de 3 millones de dólares y se expuso en la última temporada en Punta del Este. Bad Bunny lo había comprado para ir a la ceremonia de los Grammy y luego resultó un dolor de cabeza tenerlo en Puerto Rico. Lo llevó a Estados Unidos y finalmente un coleccionista argentino lo compró y lo mostró en Uruguay. “Ese carro yo me lo compré por una sola razón, quería hacer la presentación de los Grammy en un Bugatti, en el Teodoro Moscoso, corriendo un Bugatti por Puerto Rico. Tratamos de buscar gente que nos rentara el carro y nadie nos quería rentar el carro para viajarlo en un avión a Puerto Rico. Pues yo dije: ‘¿Saben qué? No me quieren rentar el cabrón Bugatti, pues mándenme el bicho, pues yo me lo compro’. Jamás en mi vida imaginé que este cabrón carro iba a hacer tanta polémica y le iban a tirar tantas fotos”, dijo en una entrevista a Molusco TV.
Justamente, Debí tirar más fotos se llama el álbum que incluye Lo que le pasó a Hawái. La portada refleja con sencillez la esencia caribeña: simplemente dos sillas de plástico sobre un fondo de plantas de banano. Pero las sillas están vacías, y con esas ausencias juega la música de la canción, interrumpida por misteriosos silencios. Es el vacío de los que se van de manera más o menos forzada. Lo que ya no está, lo perdido. En definitiva, Bad Bunny habla de la gentrificación y del turismo depredador. Pero por suerte no usa el término inhóspito gentrificación, que deriva de gentry en inglés (alta burguesía o pequeña aristocracia). En algunos discos anteriores se había referido a la pobreza de Puerto Rico, los frecuentes apagones y los huracanes, pero sus temas preferidos van por otro lado.
El álbum lanzado en enero pasado homenajea la música caribeña y es el más político de los que ha hecho (aunque también esté salpicado por las habituales menciones al sexo y las drogas), como si el músico estuviera mirando la realidad desde una perspectiva ampliada. Mudanza, por ejemplo, es una salsa que recuerda la censura impuesta por Estados Unidos a Puerto Rico a principios del siglo XX, luego de invadir la isla y recibirla de España como botín. “Aquí mataron gente por sacar la bandera. Por eso es que ahora yo la llevo donde quiera, cabrón, ¿qué fue?”.
Bad Bunny se pregunta hoy por el sentido de la vida, de su vida. “¿Cuál es el propósito de que yo esté aquí, en esta posición? ¿Qué sigue? Te mueres y eso es todo… Estaba pensando en eso y dije: ‘Debería hacer algo donde pueda plantar una semilla’”, declaró a The New York Times en referencia a su último trabajo.
Tanto en sus declaraciones como en sus textos, el sesgo filosófico es autorreferencial. Sin escapar a la impronta de este tiempo, Bad Bunny coloca el yo en el punto central de la reflexión. “Quieren quitarme el río y también la playa. Quieren el barrio mío…”. Al artista le duele que su río, su playa, su barrio, su bandera estén de oferta en la gran feria del mundo y sometidos a la misma ley que permite comprar un Bugatti. Es cruel, claro que sí.
Numerosos latinos, de varias nacionalidades, compartieron en redes los sentimientos que les provocó la canción. “Aquí, una cubana que se le hizo la piel chinita. Gracias, Benito. Mis respetos. Has hecho un himno, Bad Bunny”. Otro desde México dice: “La escribió para Puerto Rico y le dolió a toda la Latinoamérica”. Y alguien más mordaz se pregunta: “Este es Bad Bunny?? (sic) Jamás pensé que su música me haría llorar. Este disco es una obra de arte”.
Como latina, recibo el golpe. La canción es bonita y emociona mientras leemos noticias internacionales; pero, muchacho, ¿podrías decirnos en tu estilo cómo cantarla sin pensar en las contradicciones?
En el verde monte adentro, aún se puede respirar.
Las nubes están más cerca, con Dios se puede hablar.
Se oye al jíbaro llorando, otro más que se marchó,
no quería irse pa’ Orlando, pero el corrupto lo echó.
Y no se sabe hasta cuándo.