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Que durante su discurso de asunción como presidente Orsi se haya referido directamente a los “horrores” cometidos en el pasado por los que recurrían a la igualdad como bandera es una señal muy significativa y demuestra un necesario aggiornamento ideológico
Por más que no tuvo grandes brillos, el discurso que pronunció el presidente Yamandú Orsi ante la Asamblea General del Poder Legislativo merece ser destacado. No por sus anuncios programáticos, sino por haberse pronunciado muy claramente en contra de todos los muros ideológicos. Esa fue una de las partes centrales de la oratoria de Orsi luego de haber jurado como presidente y la más oportuna, teniendo en cuenta los tiempos actuales.
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Porque en el mundo están avanzando cada vez más los fanáticos, los que todo lo ven como negro o blanco, los decididos a destruir décadas de trabajosa construcción de democracia y convivencia pacífica. Los hay a todo nivel, desde presidentes hasta líderes de nuevos partidos u opinólogos en redes sociales, con cientos de miles de seguidores. Tienen muchas diferencias entre ellos, pero todos coinciden en el odio al que piensa distinto.
Pues, en la jornada de transmisión de mando celebrada el último sábado 1º de marzo, Uruguay fue, por muchos motivos, un ejemplo en sentido contrario. Pese a que algunos de los que hicieron más ruido fueron los que sí promueven la confrontación y destrucción del adversario, como los que abuchearon en la plaza Independencia al expresidente Luis Lacalle Pou, no dejan de ser una anécdota triste y menor.
Los líderes de las grandes colectividades políticas uruguayas mostraron todo lo contrario. Empezando por los tres expresidente vivos, que compartieron la primera fila de la platea en el hemiciclo donde funciona la Asamblea General, en el Palacio Legislativo. La foto de los exmandatarios Julio Sanguinetti (Partido Colorado), Luis Lacalle Herrera (Partido Nacional) y José Mujica (Frente Amplio), sentados uno al lado del otro y saludando juntos al rey Felipe VI de España, recorrió el mundo. En muchos lugares se presentó como ejemplo de la fortaleza democrática uruguaya y, por más que pueden haber sido exagerados los elogios, casi ningún país de la región puede ostentar como un activo esa buena relación entre los expresidentes.
También fue muy destacable la actitud de Lacalle Pou y la exvicepresidenta Beatriz Argimón al protagonizar en la plaza Independencia, ante un auditorio principalmente integrado por militantes frenteamplistas, la transmisión de mando. Más allá de los desubicados que se dedicaron a silbar al presidente saliente, las autoridades que finalizaban su mandato y las que lo asumían se mostraron en suma armonía y tuvieron varios gestos de afecto y cercanía, como debe ser.
En ese marco se inscribió el discurso de Orsi ante la Asamblea General. En especial la referencia que hizo a su resistencia a los muros ideológicos y el destaque que realizó de los partidos políticos y su función democrática. Su talante fue abarcador y dialoguista y su trasfondo fue de reivindicación de la democracia uruguaya, en momentos en que estaba cumpliendo 40 años ininterrumpidos, el período más largo de toda la historia nacional.
Pareció, además, muy oportuna su referencia indirecta a la segunda mitad del siglo XX, cuando la dicotomía ideológica era entre capitalismo y comunismo o, supuestamente, entre libertad e igualdad. Orsi proviene de la corriente ideológica que en esos tiempos optó por intentar poner la igualdad por encima de la libertad, con pésimos resultados.
Por eso, que durante su discurso de asunción como presidente se haya referido directamente a los “horrores” cometidos en el pasado por los que recurrían a la igualdad como bandera es una señal muy significativa y demuestra un necesario aggiornamento ideológico. Podría parecer obvia esta evolución, pero no lo es, ni en Uruguay ni en el mundo.
También es algo positivo que, desde ese lugar del medio, sin identificaciones radicales, el nuevo presidente llame al diálogo y a la concordia nacional. Para hacerlo, citó, por ejemplo, al exministro de Economía Alejandro Atchugarry, ya fallecido, que fue un símbolo del Uruguay de la penillanura levemente ondulada.
Es un buen arranque, aunque muchos de los muros de los que habla siguen ahí —incluso dentro de su fuerza política— y no será nada fácil que pueda atravesarlos. Ojalá lo logre, por el bien de todos los uruguayos.