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    Milei, entre la desconfianza de los mercados y la paciencia de la sociedad

    Las próximas semanas testimoniarán un aumento de la conflictividad política, lo que no necesariamente afectará la paciencia social, pero podría alterar los mercados

    Columnista de Búsqueda

    En campaña, Javier Milei prometió un ajuste económico brutal. Una vez en el gobierno, cumplió. El ajuste del 5% del Producto Bruto Interno excitó a los mercados, siempre críticos del gasto estatal, y afectó a la sociedad, que vio aumentar la pobreza y el desempleo. Sin embargo, el riesgo país argentino no baja de 1.500 puntos básicos (Uruguay tiene 85 y Brasil, 200) y las grandes inversiones demoran en llegar. En contraste, el nivel de protesta social es de los más bajos de siempre: solo los piqueteros hacen huelga. Los empresarios desconfían del líder que los enamoró, mientras el electorado apoya al gobernante que los ajustó. ¿Por qué?

    La desconfianza empresaria no radica tanto en el presidente, sino en el país. Miran a Milei y ven a Argentina. ¿Quién puede asegurarles que el libertario que tanto los seduce tendrá éxito en su plan de reforma? Y aun si lo tuviera, ¿quién puede garantizar que sus sucesores mantendrán el rumbo? El Poder Legislativo da pruebas permanentes de que el resto del espectro político no está convencido del megaajuste, y el Poder Judicial es conocido por proteger el capital propio más que el ajeno. La mansedumbre popular, por su parte, puede ser la calma que antecede la tormenta, como en Chile hasta el estallido de 2019. El presidente, piensan algunos, podría ser el canto de sirenas atrayendo embelesados inversores hacia las rocas del acantilado argentino. Milei recibe el apoyo empresario, pero no su plata.

    El apoyo popular, en cambio, se basa en tres elementos más tangibles que la afinidad ideológica. El primero es la reducción de la inflación, que pasó del 25% al 4% mensual y es el cimiento sobre el que se construye la popularidad del gobierno. El segundo es la autenticidad, cualidad que Milei ostenta y enfrente escasea: los escándalos de corrupción y sexualidad que terminaron de hundir la imagen de Alberto Fernández enfatizan el contraste con quien lo sucedió. Y el tercero es, justamente, el vacío de ideas y actitudes que distingue a la oposición. Entre el desconcierto y el oportunismo, los líderes políticos tradicionales flotan en un no lugar que genera más asco que bronca. Milei recibe el apoyo popular sin poner plata.

    La política, sin embargo, empieza a desperezarse. En una semana, el gobierno recibió cuatro corchazos del Congreso. Primero, sus aliados perdieron la presidencia de la comisión bicameral que controla los servicios de inteligencia en manos del opositor Martín Lousteau. Segundo, la Cámara de Diputados votó en contra de su decreto de necesidad y urgencia adjudicando una montaña de dinero a esos mismos servicios de inteligencia, barajando la acusación de que sería usado para espiar e intimidar opositores. Tercero, el Senado convirtió en ley un proyecto que venía de Diputados otorgando un aumento permanente de las jubilaciones, lo que pondría en riesgo el equilibrio fiscal. Y, finalmente, su bloque de Diputados se convirtió en una telenovela de peleas, filtraciones y pedidos de expulsión. Los cuatro corchazos vienen con agravante: Lousteau es el presidente del partido que más odia, la Unión Cívica Radical; el decreto fue rechazado hasta por el PRO, el partido de Mauricio Macri que hasta hace poco era aliado incondicional; el aumento de jubilaciones fue votado por dos tercios en cada cámara, por lo que podría superar el veto presidencial; y las internas de su bloque se ven agravadas por las peleas cada vez más transparentes entre su entorno y la vicepresidenta de la Nación y presidenta del Senado, Victoria Villarruel. Seamos claros: ninguno de los corchazos legislativos afectó la imagen popular de Milei, que no solo sale inmune, sino que se beneficia cuando la casta, sea la tradicional o la libertaria, hace cosas de casta. Sin embargo, afectaron la sensación de gobernabilidad, que es lo que miran empresarios e inversores. A los que ponen el voto, les gusta que Milei se pelee con todos; a los que ponen la plata, no.

    Una digresión sobre el kirchnerismo, fuerza que sigue controlando la primera minoría en ambas cámaras. Si alguien piensa que la salida del ropero de Alberto Fernández como marido violento pone en riesgo el capital electoral del espacio, haría bien en recordar los bolsos con dinero y armas de José López o la brujería y los escuadrones homicidas de su homónimo José López Rega, que actuaba incluso en vida de Perón. Al peronismo no lo van a hundir los personajes excéntricos ni las ostentaciones criminales; lo único que podría desplazarlo sería una fuerza que conquistara la representación de los sectores populares. Mientras tanto, el sainete sirve para remarcar el contraste con Milei, que acaba de cambiar de romance: pasó de Fátima Flórez a Yuyito González. El gatero golpeador fue sucedido por un gatito herbívoro.

    Macri conoce la resistencia del peronismo y entiende la necesidad de la unidad, pero al mismo tiempo percibe que el descuido institucional y los modos de Milei empiezan a alienar a parte de su electorado, y ahí apunta. El expresidente la vio: comprendió que un presidente se elige cada cuatro años, pero un partido se funda una vez por siglo, y decidió defender su legado. Retornado a la presidencia del PRO, apoya al gobierno en sus objetivos fiscales, pero se desmarca de las prácticas institucionales. Objeta, además, la falta de equipos y gestión de los libertarios, y se ofrece para subsanarla. En Milei encuentra una oreja y mucho afecto, pero poco más. Al contrario: el gobierno se caracteriza por el groupthink, el pensamiento de manada, y rechaza tanto la diversidad interna como la crítica de terceros, aliados incluidos. Las redes sociales rebalsan de sobrerreacciones oficiales o paraoficiales a cualquier comentario desalineado, sea de políticos, artistas o periodistas. Esta estrategia piraña induce la autocensura, contribuyendo a domesticar a la opinión pública. La cruda agresividad de los libertarios no es un estilo, sino un método.

    Las próximas semanas testimoniarán un aumento de la conflictividad política, lo que no necesariamente afectará la paciencia social, pero podría alterar los mercados. Ese es el temor del presidente, que sabe, como declaró el respetado economista Ricardo Arriazu, que una devaluación violenta podría sellar el final de su poder. Por eso, la estabilidad cambiaria debe resistir hasta las elecciones de octubre de 2025. Ahí empieza otro partido, en el que el crédito financiero deberá remplazar al menguante crédito social. Porque, como enseña la historia argentina, sin plata se puede gobernar un rato nomás.