• Cotizaciones
    sábado 10 de mayo de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    No hay ley que valga

    ¿Cómo podemos esperar que los ciudadanos sean fiscalizados de manera que resulte justa y eficiente para el colectivo cuando los eventuales responsables de esa fiscalización son los primeros en evadir y no cumplir con las normas?

    Columnista de Búsqueda

    La lista parece interminable. Un político tras otro, casi como si estuvieran en fila esperando la guadaña, son denunciados por periodistas de todos los pelajes. Periodistas que se lo toman en serio y de los otros, de los que antes que nada son activistas de su causa. Unos, en busca de una verdad que siempre es elusiva; los otros, quizá en busca de un laburo mejor en el sector público. O de una sociedad mejor, por qué no. Aún quedan utópicos y utopías. Pero, volviendo a los políticos, tenemos deudores y omisos, tenemos gente que dice no conocer la ley y gente que sí la conoce pero que le pasa por el costado cuando puede. Todo es resultado de estar en campaña electoral. Porque, seamos sinceros, esto ocurre siempre y todo el tiempo y, si no fuera porque se puede usar como munición electoral, nadie estaría preocupado por las perdices que se levantan.

    Lo que nos lleva al que es uno de los principales problemas que tiene Uruguay: la ausencia de fiscalización. Dado que no podemos confiar en que cada individuo cumpla con la ley, lo que se necesita es fiscalizar su cumplimiento.

    Esa ausencia, ese “dale que va”, emerge en todas las zonas de nuestra vida en común. Emerge en la pésima forma de conducir vehículos que tenemos los uruguayos, que no respeta mínimamente las señales de tránsito. Emerge en unas señales que la mitad de las veces no cumplen con los mínimos necesarios para ser efectivas. Emerge en la ausencia de cuidado por los espacios públicos y en que tiene costo cero faltarles el respeto. Emerge en la displicencia con que las autoridades municipales y nacionales cumplen (cuando cumplen) con su cometido. Emergen en la laxitud con que nos aplicamos a nosotros mismos las normas que consideramos exigibles para todos los demás.

    Un contraste con el exterior: en Castelldefels, donde viví durante una década y media, la multa por no recoger la caca del perro va de 500 (primera vez) a 3.000 euros (si sos reincidente). Aún recuerdo que al llegar a esa ciudad, en 2001, nadie fiscalizaba que se recogiera o no la caca. El resultado era que los perros cagaban en todos lados y había que andar haciendo eslalon para cruzar un parque. Por supuesto, las multas ya existían pero, sin fiscalización, la caca pululaba. Eso cambió cuando las multas se hicieron más altas y la policía municipal puso ojo avizor en la recogida de heces perrunas. Supongo que más de uno que fue pescado en esa transición entre la permisividad y el control estricto tuvo que apoquinar unos cuantos euracos.

    Pero lo cierto es que los espacios públicos y los parques de la ciudad rápidamente estuvieron más limpios. Claro, en paralelo se desarrolló el concepto del “pipican” o parque para perros, un espacio que por lo general cuenta con vallado, drenaje, bancos para los humanos, sombra, agua, dispensadores de bolsas para la caca, cubos de basura cubiertos y con mantenimiento y limpieza. Es evidente que no podés multar si al mismo no tiempo no ofrecés una opción “legal” para hacer las cosas bien. En todo caso, la clave es la fiscalización. Esto es, asegurarse de que se cumplan las reglas establecidas sin confiar en el autocontrol ciudadano.

    Lo que nos trae de nuevo al sistema político uruguayo y su ristra de omisos, evasores y cosas aún peores. ¿Cómo podemos esperar que los ciudadanos sean fiscalizados de manera que resulte justa y eficiente para el colectivo cuando los eventuales responsables de esa fiscalización son los primeros en evadir y no cumplir con las normas?

    Extendiendo esa lógica un poco más, ella explica algo que decía hace un tiempo el expresidente de la llamada “junta anticorrupción” Ricardo Gil Iribarne: a pesar de su ampulosa gestualidad al respecto, el sistema político uruguayo es refractario a la fiscalización. Hace “como si”, pero finalmente no. Crea organismos de contralor que se suponen independientes y luego los acogota económicamente y los subordina al mismo poder político que deberían fiscalizar.

    En ese sentido, Uruguay tiene un “buen lejos” y un “mal cerca”. Vistos de lejos, parecemos ese país casi ideal que tiene hermosas leyes democráticas y ajustadas para todo. De cerca, esas leyes se cumplen a veces sí y a veces no y nadie se preocupa demasiado por controlar su cumplimiento. Y esa discrecionalidad incluye, de manera muy evidente en estos días de sistemático escrache electoral, al sistema político y a varios de sus representantes de más alto nivel.

    En ese “mal cerca” es notorio que, además de no fiscalizar nada y por tanto depender de la buena o mala voluntad individual, muchas veces esas bellas leyes llegan tarde y mal instrumentadas. Un ejemplo: en una intervención de hace justo un año, ante la Comisión de Constitución, Códigos, Legislación General y Administración del Parlamento, el entonces ministro interino de Ambiente, Gerardo Amarilla, recordaba que respecto a la protección penal del medio ambiente “lo que está pasando en el Uruguay y en el mundo es que muchas veces las normas administrativas que establecen sanciones, multas o suspensión de actividades no llegan a ser lo suficientemente fuertes como para impedir, evitar o prevenir las conductas que afectan el ambiente. Obviamente, esto empezó en Europa (…), en países como Alemania o España. Luego continuó en América Latina con el avance de normas vinculadas con el ambiente que se incluían en el derecho penal. Sin embargo, en Uruguay no hemos avanzado en el tema. Nos hemos quedado un poco rezagados, al punto tal que hoy Argentina, Brasil, Paraguay y Chile, es decir, toda la región, tienen normas penales ambientales —ni que hablar de Europa u otras regiones del planeta— y Uruguay es casi una excepción en el continente”.

    Hay algo cíclico en toda esta política de la indignación: estalla el quilombo en A y los militantes de B hacen lo posible por explotarlo al máximo. Por su parte, los militantes de A hacen lo posible por defender y justificar el quilombo. Para eso se ponen a buscar un eventual quilombo de B, el próximo en la lista de quilombos por venir. Una lista que llegará justo hasta el día de las elecciones. Y que recomenzará cuando se avecine la siguiente elección. Mientras tanto, el ciudadano C, que no es un hooligan de A ni de B, asiste atónito a los malabares retóricos de ambas militancias, mientras va perdiendo la confianza en el conjunto del sistema político. Al mismo tiempo que todo eso ocurre, el político outsider D espera sentado a que las frutas de tanta omisión y ausencia de fiscalización caigan del árbol del sistema en su conjunto.

    En resumen, un país que suele tener leyes de buen ver pero una clase política de dudosa calidad para volverlas carne, lentamente, le va abriendo las puertas al demagogo de turno, ese outsider al que le basta con esperar sentado. Sin fiscalización no hay desarrollo ni consolidación democrática posible. Sin fiscalización nos alejamos de ser ese país serio que decimos querer ser. Sin fiscalización no hay ley que valga.