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Posicionarse o no. Sobre todos y cada uno de los temas que están en la agenda pública en un momento dado. Ya, ahora. Porque la causa, la que sea, no admite la menor demora. Posicionarse otorga épica a bajo coste. Especialmente posicionarse sobre temas de los que nadie querría ponerse en contra. Nadie va a apoyar públicamente el exterminio de las ballenas. O, mucho peor, de seres humanos. Y sobre ese posicionarse o no escribió el músico australiano Nick Cave en su newsletter, The Red Hand Files, cuando le preguntaron cuál era su postura sobre “las cosas”. No ya sobre una causa o un asunto en particular, sino sobre “las cosas” en general, como si eso fuera posible.
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A pesar del absurdo de la pregunta, el bueno de Nick contestó. Y lo que escribió fue profundo, meditado, reconociéndose humano y falible: “A medida que el terreno se tambalea y se desliza bajo nuestros pies, y el mundo se endurece en torno a sus puntos de vista particulares, me siento cada vez más inseguro y menos seguro de mí mismo. No soy ni de izquierdas ni de derechas; encuentro ambos bandos, tal como se presentan principalmente, indefendibles e irreconocibles. Soy esencialmente un conservador espiritual, con c minúscula, de tendencia liberal, lo que, para mí, no es una postura política, sino más bien una cuestión de temperamento”.
Cave se extendió en su respuesta más allá del simple asunto de tomar posición, reflexionando sobre el rol del artista (o de cualquier ser humano) ante la realidad: “Creo que tenemos la obligación de ayudar a quienes se sienten realmente marginados, oprimidos o afligidos de una manera útil y constructiva, y no de explotar su sufrimiento para nuestro propio progreso profesional o supervivencia personal. Tengo una profunda comprensión de la naturaleza de la pérdida y sé en mi interior lo fácil que es romper algo y lo difícil que es reconstruirlo. Por lo tanto, soy cauteloso con el mundo y trato de tratar a todos sus habitantes con cuidado”.
Y concluyó: “Me siento cómodo con la duda y soy, por naturaleza, resistente a la certeza moral, la mentalidad gregaria y el dogma. Me perturba profundamente la política egoísta e infantil de algunos de mis colegas. No creo que el silencio sea violencia, complicidad ni falta de valentía, sino que el silencio suele ser la opción preferida cuando uno no sabe de qué está hablando, tiene dudas o está en conflicto, lo cual, en mi caso, ocurre la mayor parte del tiempo. Me siento cómodo con la ignorancia y considero que esta es una postura espiritual y creativamente dinámica. Creo que hay momentos en los que callarse la boca es casi un deber sagrado”.
Es interesante la posición de Cave, quien de hecho en el texto apunta que eso que está describiendo a nivel interno es lo que efectivamente hace a la hora de tomar posición sobre las cosas. Y eso me dejó pensando en la necesidad que siente quien le hace la pregunta. ¿Por qué sería importante que un músico reconocido tome tal o cual posición sobre un asunto público? ¿Qué extra le otorga a su opinión sobre un asunto político, social o ambiental su trayectoria artística? Por un lado, desde la perspectiva interna del artista (puede ser también un científico en algún área lejana al tema en debate), dar su opinión es una forma de volver visible una posición que cree adecuada. Pero, por tratarse de una opinión que no tiene mejor fundamento que el de cualquier persona ajena al tema, vale uno. Lo mismo que cualquier otra opinión no calificada.
Y, sin embargo, es una constante que se consulte a los artistas como si fueran oráculos sobre asuntos de los que entienden más o menos lo mismo que el promedio ciudadano. Quizá se deba a que quien le reclama la toma de posición busca a) que el artista en cuestión piense más o menos lo mismo que él y contribuya a reafirmarlo en sus convicciones y b) que algo del prestigio artístico de esa persona que admira (o no) se traslade al debate. Algo así como: “Esta posición es mejor porque la apoyan Joaquín Sabina y Bad Bunny”. No porque Sabina o Bad Bunny hayan presentado el menor argumento, sino porque el prestigio de su obra, trayectoria o fama se traslada y respalda tal o cual perspectiva en debate.
Con la toma de posición que se les reclama a los artistas ocurre lo mismo que con la idea del compromiso: se les reclama a las personas con cierto prestigio social y público que se comprometan con tal o cual causa. Siempre y cuando ese compromiso coincida con la postura de quien lo reclama. Si no coincide, agarrate Catalina que doblamos, el artista en cuestión pasa a ser la peor porquería del mundo. Porque en realidad lo que se reclama ahí no es una opinión informada y argumentada, ni siquiera una sincera. Lo que se reclama es la adhesión a una postura en particular. Cuando le preguntan a Cave cuál es su postura sobre “las cosas” lo que está implícito es la obligación del artista de posicionarse y de que, más le vale, se posicione en el mismo lugar de quien le reclama.
Por supuesto, una respuesta como la de Cave, mil veces más meditada y compleja que la adhesión promedio a cualquier causa que esté en el ojo público, levanta ampollas en los sectores que consideran que cualquier gesto que no sea el que ellos reclaman es complicidad con el enemigo, sea este el que sea. No se la juega, es un blando, se hace el boludo. Y es que, cuando tu única herramienta es un martillo, todo te parecen clavos. Es una visión que en su afán de imponerse al resto suele tener un tufillo autoritario importante. Cuando consideras que tu causa es una de vida o muerte, no es raro que los destinos y vidas ajenas pasen a ser parte de tu Excel mental. Una contabilidad emocional que necesita verse reforzada por el prestigio que las trayectorias artísticas ajenas le pueden otorgar.
Lo más notable de la respuesta de Cave es su apuesta por lo que sí es asunto de los artistas: qué papel puede tener el arte en este mundo “roto pero hermoso” para contribuir a hacerlo mejor. Un papel que entiende que el valor social real que tiene lo que un artista pueda decir es su obra, su creación. Y que, lejos de dejarse arrastrar por los vaivenes de la política de los últimos quince minutos (que serán otros dentro de quince minutos), su mejor aporte será aquel que sirva para reconocer las posibilidades de encontrar, en medio del lago de lava de violencia e incertidumbre en que vivimos, la posibilidad de la belleza y el cambio.
Por supuesto, cualquier artista puede, si así le parece, tomar postura sobre cualquier asunto público que le interese. Eso es muy distinto a que existan razones válidas para que un señor random se la reclame de manera airada, como si esta fuera su obligación natural. Cave termina su carta describiendo cuál cree que es su papel como artista para cambiar el mundo con aquello que sí sabe hacer, arte: “En estos tiempos histéricos, monocromáticos y convulsos, invoco su alma, como pueden hacerlo los músicos, a su naturaleza afligida y rota, a su significado erróneo, a su espíritu frágil y vacilante. Le canto, le alabo, le animo y me esfuerzo por mejorarlo: con adoración, reconciliación y una fe plena”.