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En nuestra sociedad contemporánea, las primeras impresiones y los juicios basados en la apariencia, la raza, el género y otros factores, a menudo ocurren de manera inmediata e inconsciente y condicionan la forma en la que nos relacionamos e interactuamos con los demás
Estamos llenos de prejuicios que afectan nuestras relaciones profesionales. Hace un par de semanas que este pensamiento viene dando vueltas en mi cabeza luego de que un colega, con el que tengo una muy buena relación profesional, me mandara un audio en el que confesaba haber tenido una imagen negativa de mí. “Yo antes pensaba que eras tremendo sorete” (sic), arrancaba el audio de casi un minuto y medio, en el que luego me agradecía por una gestión que había hecho por él. Más allá de reírnos un rato por el contenido del audio, ambos llegamos a la reflexión de que en nuestra sociedad contemporánea, las primeras impresiones y los juicios basados en la apariencia, la raza, el género y otros factores, a menudo ocurren de manera inmediata e inconsciente y condicionan la forma en la que nos relacionamos e interactuamos con los demás.
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“Wonder” es una película de 2017 dirigida por Stephen Chbosky, basada en la novela homónima de R.J. Palacio. La historia gira en torno a August “Auggie” Pullman, un niño de diez años con una deformidad facial causada por una rara condición genética. Debido a sus problemas de salud y las cirugías a las que se ha sometido, Auggie ha sido educado en casa por su madre, pero sus padres deciden que es momento de que asista a una escuela convencional. La película explora los desafíos y triunfos de Auggie mientras navega por su nuevo entorno escolar. A medida que enfrenta el acoso y las dificultades de ser diferente, la historia resalta la importancia de la amistad, la empatía y la aceptación. También se presenta desde las perspectivas de otros personajes, incluidos su hermana y sus nuevos amigos, lo que proporciona un enfoque más completo sobre cómo los juicios apresurados y las acciones de cada uno impactan a los demás.
Daniel Kahneman, un psicólogo y premio Nobel de Economía, realizó un estudio junto con varios colegas en el que analizaban el impacto de la apariencia física de los candidatos en las elecciones. En este tipo de investigaciones se mostró que los votantes a menudo hacen juicios rápidos sobre los candidatos basándose en sus rostros, lo que se conoce como “juicios de apariencia” o “evaluaciones faciales”. Uno de los estudios más conocidos sobre esta temática fue realizado por Mahzarin Banaji, una psicóloga social conocida por su trabajo sobre los sesgos implícitos, que a menudo se menciona en el contexto de la psicología social. En este estudio, se pedía a los participantes que evaluaran caras de candidatos a presidentes en diferentes elecciones. Los resultados mostraron que las personas tienden a favorecer a los candidatos que tienen rasgos faciales que asocian con liderazgo, competencia y amabilidad, sin conocer sus políticas o antecedentes.
Estos son solo algunos ejemplos de prejuicios y sesgos comunes y cotidianos que influyen en la forma en que vemos el mundo. Parecen ser comunes para la mayor parte de la humanidad, tal vez conectados al cerebro como parte de nuestra herencia genética o cultural, y ejercen una fuerza determinante en nuestra conciencia. El hecho es que no podemos ir de viaje, opinar en una discusión, contratar a una persona o inclusive tomar una decisión sin que surjan prejuicios. Nos rodean desde el momento que pensamos que un auto que hace una mala maniobra es conducido por una mujer, hasta cuando afirmamos que las personas que han logrado grandes hitos a nivel laboral nacieron en “cuna de oro”.
En general los prejuicios suelen ser útiles y adaptativos: permiten a las personas emitir juicios y tomar decisiones rápidas con un mínimo de conocimientos cognitivos. Pero también pueden cegarnos a nuevas informaciones e inhibirnos de considerar opciones valiosas. En un mundo laboral cada vez más hiperconectado, donde las malas decisiones pueden derivar en una reacción en cadena, liberarse de tales juicios inútiles nunca ha sido más importante. Muchas empresas están invirtiendo dinero y recursos para educar a las personas sobre los prejuicios. New York Times publicó el año pasado que las grandes compañías norteamericanas, las que están en el percentil superior, gastan un estimado de 200 millones de dólares al año en programas de diversidad y formación en sensibilidad, en los que se enseña a los empleados a estar atentos a los prejuicios, en particular a la hora de tomar decisiones de contratación y promoción.
Desafortunadamente, hay muy poca evidencia de que estos esfuerzos hagan algo para reducir la influencia de los prejuicios más comunes con los que convivimos en nuestro día a día laboral. Esto se debe a que los sesgos ocurren fuera de nuestra conciencia, por lo que literalmente no somos conscientes de ellos a medida que se manifiestan. Como individuos no podemos estar atentos mientras ocurren o siquiera regularlos, porque no habría nada que ver, sería como tratar de “vigilar” la cantidad de adrenalina que producís en una situación de miedo o tensión.
¿Cómo, entonces, se pueden superar los efectos negativos de los prejuicios? COLECTIVAMENTE. Las organizaciones y los equipos pueden darse cuenta de los sesgos de una manera que los individuos por sí solos no pueden. Las prácticas basadas en equipos pueden rediseñarse para ayudar a identificar los sesgos a medida que surgen y contrarrestarlos sobre la marcha, mitigando así su efecto. Ser consciente de las manifestaciones más comunes de nuestros juicios apresurados o arraigados profundamente en nosotros también puede ser un primer paso.
“La gente como yo es mejor que los demás”. Tendemos a suponer que la gente de nuestro círculo cercano se nos parece. Pero por sobre todo, tendemos a pensar que en esos círculos hacemos las cosas comparativamente mejor que los demás. Eso incluye nuestra familia, equipo y empresa. Las dos formas más prevalentes de este tipo de prejuicios de similitud son las preferencias dentro del grupo y fuera del grupo. En pocas palabras, tenemos una percepción relativamente positiva de las personas que son similares a nosotros y una percepción bastante negativa de los que son diferentes. Por ejemplo, es más probable que a la hora de elegir para un nuevo puesto estemos más cómodos promoviendo a un miembro del grupo, y una vez que lo hagamos, es probable darle presupuestos más grandes, aumentos y más ascensos. Por el contrario, alguien que venga de afuera tendrá de seguro el camino más difícil.
Estos juicios afectan a muchas decisiones que involucran a las personas, incluyendo con qué clientes debe trabajar tu empresa, a qué redes sociales unirse y qué proveedores contratar. Un gerente de compras puede preferir comprarle a alguien que creció en su barrio, simplemente porque “se siente más seguro” con eso.
La mejor manera de mitigar esta tendencia es encontrar proactiva y conscientemente puntos en común con aquellos que parecen diferentes. Prestar atención (y llamar la atención de tu equipo) a los objetivos, valores y preferencias que comparten con cualquier grupo externo con el que les toque interactuar. Esto hará que el cerebro recategorice a estas personas y cree un campo de juego un poco más nivelado.
Para las decisiones de contratación y promoción, se puede eliminar información o características potencialmente sesgadas (nombre, sexo, etnia) de los materiales que se usan para un filtro de candidatos. A pesar de que las personas son conscientes de la etnia y el género en cualquier encuentro cara a cara, la ausencia de señales formales de refuerzo escritas puede ayudar.
“Lo malo es más fuerte que lo bueno”. Desde una perspectiva evolutiva, prestar más atención a la información negativa puede haber sido beneficioso para la supervivencia. Al enfocarse en amenazas o peligros potenciales, los humanos pudieron anticipar y evitar situaciones riesgosas. Por ejemplo, recordar experiencias negativas o peligrosas ayudó históricamente a los individuos a protegerse de amenazas futuras. Este enfoque en lo negativo, aunque adaptativo en contextos de supervivencia, puede tener un impacto en nuestra percepción del mundo en la actualidad, haciendo que a menudo notemos y recordemos más lo negativo que lo positivo. Es por eso que, para la mayoría de las personas, perder un billete de 1000 pesos se siente más intensamente que encontrarlo.
La tendencia a destacar la información negativa influye en cómo percibimos a los demás al llevarnos a formar juicios rápidos basados en características desfavorables, ignorando los aspectos positivos. Un solo rasgo negativo puede pesar más que múltiples cualidades positivas, afectando nuestra impresión global de una persona. Además, cuando esperamos lo negativo, es común enfocarnos en comportamientos que confirmen esa expectativa, dejando de lado las acciones que podrían desafiarla. El lunes me escribió una amiga preocupada porque tuvo en el pasado algunos desencuentros con una persona que en los próximos días asumirá como directora en su empresa. Está sufriendo por adelantado las posibles consecuencias, los destratos que piensa que le hará e inclusive hasta maneja la posibilidad de buscar un trabajo nuevo. Nada de esto pasó fuera de su mente, pero su cerebro ya la preparó para lo peor.
Desde una perspectiva empresarial, este sesgo puede tener implicaciones significativas en la dinámica laboral. Por ejemplo, los líderes y gerentes que se centran en lo negativo pueden pasar por alto el potencial de sus empleados, afectando la moral y limitando el reconocimiento de logros o innovaciones. Esto puede crear un ambiente de trabajo tóxico donde los empleados se sientan desmotivados y menos propensos a contribuir.
Debemos estar siempre atentos a que existe una predisposición humana a hacer juicios rápidos y eficientes, y cada uno de nosotros es susceptible a ello como cualquier otra persona. Es difícil gestionar estas miradas en el medio de la toma de decisiones, por lo que es necesario diseñar prácticas y procesos de mitigación con antelación. Además, el esfuerzo individual no es suficiente. Hay que cultivar una cultura que abarque a toda la organización en la que las personas se recuerdan continuamente unas a otras que la configuración predeterminada del cerebro es egocéntrica, y que a veces se quedan atrapadas en la creencia de que su percepción de la realidad es la única verdad objetiva y cierta.
Reducir los prejuicios inútiles que se encuentran en el corazón de muchas encrucijadas organizacionales no solo puede disminuir el riesgo de pérdidas catastróficas, sino que también puede redefinir lo que significa para tu empresa y para vos el concepto de ganar. Que no te ocurra que los prejuicios provoquen que pasen años para reconocerle a tu colega que tu mirada inicial cambió para bien mandándole un audio de WhatsApp.