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    Una libertad mal concebida

    Libertad pero para mí y los míos, no para los que están en la vereda de enfrente; a esos mejor achicarles lo máximo posible los espacios, que no puedan moverse más de lo estrictamente necesario

    Director Periodístico de Búsqueda

    Libertad o muerte. Esa es la dicotomía formadora de la República Oriental del Uruguay, según aprendimos desde niños en las aulas y en cada una de las ceremonias patrióticas. Forma parte de un relato construido e impuesto con base en algunos hechos verosímiles y otros exagerados o directamente agregados mucho después. De todas formas, no deja de ser el origen. Libertad o muerte, escrito en una franja blanca, entre una azul y otra roja, como símbolo de lo que somos.

    Pero desde aquellos tiempos que hay un pecado original. Porque la libertad que reclamaban los 33 Orientales (que no eran 33) era por la dominación portuguesa de la provincia oriental. Lo que ellos querían era liberar las tierras al oeste del río Uruguay del invasor del norte para volver a sumarlas a las provincias argentinas. Argentinos orientales pedían volver a ser y no argentinos, orientales; una coma que se agregó mucho tiempo después.

    La anécdota viene a cuento por ese concepto un tanto particular de libertad que tienen muchos uruguayos, con problemas de concepción. No quiere decir que se arrastre desde aquellos tiempos, aunque lo ocurrido en la gesta libertadora sirve como una puerta de entrada para analizar a un país que dice amar profundamente su ser libre, pero que suele engañarse a sí mismo al respecto.

    Hagamos el razonamiento mediante ejemplos positivos y muy importantes, porque involucran al actual presidente y también al próximo. El primero es una de las decisiones más destacables y exitosas de Luis Lacalle Pou durante su mandato: la libertad responsable. Ese será uno de los momentos más recordados de la actual administración por su importancia y valor simbólico y por los beneficios que generó a un país acostumbrado a no tomar decisiones arriesgadas.

    En plena pandemia, uno de los peores momentos por los que ha tenido que atravesar el mundo durante los últimos años, Lacalle Pou optó por no encerrar a toda la población y, en cambio, instrumentar la “libertad responsable” como una filosofía y un método de trabajo. Esto es: el gobierno, a través del Estado, tomó una serie de medidas para tratar de cuidar lo máximo posible a los uruguayos, pero no les suprimió su derecho a seguir circulando para trabajar, si les era estrictamente necesario.

    No era fácil elegir ese camino. Es más, el presidente cuenta que tomó esa decisión en soledad, un fin de semana alejado del ruido, en la estancia de Anchorena, y que le costó mucho dar el paso. El camino más fácil, el que estaban adoptando muchos países, era la cuarentena obligatoria, que parecía tener mucho sentido en aquellos tiempos de miedo, paranoia y muerte. Priorizar por la libertad es un hito histórico en un país no muy acostumbrado a ello.

    El otro ejemplo positivo es más discursivo y refiere a la importancia que muchos de los actuales gobernantes de primera línea han dado al concepto de la libertad. Tanto Lacalle Pou, que cuando asumió dijo que se sentiría satisfecho si al entregar la banda presidencial el país fuera un poco más libre, como varios de sus ministros se han enfocado en la importancia de cuidar y alimentar la libertad. Una declaración de intenciones importante, aunque muchas veces fue solo eso.

    A su vez, el presidente electo, Yamandú Orsi, también ha destacado el concepto de libertad en algunas de sus apariciones públicas durante los últimos días. Quizás la más importante fue cuando discrepó con su futuro ministro de Economía, Gabriel Oddone, que se había manifestado públicamente en contra de bajar la edad obligatoria de retiro de 65 a 60 años. Lo primero que hizo Orsi, antes de decir que el presidente es él y que el programa de gobierno del Frente Amplio habla de ir hacia los 60 años, es que durante su gobierno va a defender a rajatabla la libertad de que cada cual pueda decir lo que le parezca porque realmente cree en eso.

    Días después, señaló que cada vez se siente más “liberal” desde el punto de vista político, en una entrevista con el semanario Voces. “Filosóficamente, soy muy liberal”, remarcó. El expresidente José Mujica, su principal propulsor y líder del Movimiento de Partición Popular, también se ha definido en más de una oportunidad como un “libertario” cercano al “anarquismo”.

    Bienvenido sea ese destaque a la libertad que realizan Lacalle Pou, Orsi y Mujica, los tres líderes políticos más populares de Uruguay. Por supuesto que los abordajes que realizan y el valor que otorgan a esa palabra tan vasta y necesaria son distintos, pero es algo bueno que la pongan en el primer lugar de sus prioridades.

    Es probable que ese sentimiento no sea ajeno a una mayoría importante de uruguayos. Libertad o muerte. Libertad en los discursos, en las hazañas pasadas, en las canciones, como añoranza de futuro, como un estado superior. Libertad en contraposición con un pasado oscuro y muy cercano y también como ventaja comparativa en una región convulsionada. Libertad para poder comerciar más con el exterior, para poder hacer más, para poder estudiar, emprender, viajar. Difícil estar en contra.

    El problema llega cuando, más que defender la libertad propia, hay que respetar la de los demás. Eso sí que cuesta mucho trabajo. Libertad, pero para mí y los míos, no para los que están en la vereda de enfrente. A esos mejor achicarles lo máximo posible los espacios, que no puedan moverse más de lo estrictamente necesario. De esos hay muchos.

    También hay otros amantes de la libertad pero solo en algunos aspectos. La defienden a ultranza desde el punto de vista económico y de la competencia, pero les resulta muy incómoda en lo político cuando se trata de convivir con lo diferente, o en lo filosófico, cuando implica que cada cual haga lo que mejor le parezca con su vida y con su cuerpo.

    ¿Cómo se entiende si no que un liberal con todas las letras esté en contra de la eutanasia o el aborto, decisiones absolutamente personales e intransferibles? O, del otro lado, ¿cómo es concebible que alguien se manifieste como un defensor de los hombres y las mujeres libres, pero luego imponga la disciplina partidaria por sobre las opiniones personales y obligue a todos sus correligionarios a hacer lo que solo algunos piensan?

    Son solo dos ejemplos de una lista que es mucho más larga. Porque aquí, en la penillanura levemente ondulada, parece que preferimos la libertad tutelada, en especial si es desde el Estado o de algo parecido que sirva para liberarnos solo de nuestras responsabilidades individuales. O defendemos nuestras ideas supuestamente tan libertarias desde redes sociales, que lo único que hacen es arrojarnos a la cara cientos que opinan lo mismo u otros que lo único que persiguen es la confrontación.

    Capaz que lo mejor sería primero asumir esa libertad mal concebida con la que convivimos y después dar ese paso a la intemperie, que tanto nos cuesta, para empezar a sentirla y vivirla en serio. No es para cualquiera. Hay que estar muy bien informado por propios y ajenos, seguro de lo que se cree y arriesgarse a avanzar hacia lo desconocido. Aunque solo lo hagan unos pocos, valdría la pena intentarlo.