En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
Mi abuelo tiene 99 años. Su cuerpo aún resiste con una dignidad admirable, aunque su memoria se haya ido poblando de ausencias. Sin embargo, hay momentos en los que todavía nos encontramos, casi siempre a través de la música. El otro día, en un viaje en auto, volvimos a escuchar y cantar juntos Volver, el tango inmortalizado por Carlos Gardel y que condensa en pocos versos una verdad que atraviesa a todas las generaciones. El tiempo pasa, deja marcas, transforma ilusiones y obliga a mirar hacia atrás con una mezcla de nostalgia, aprendizaje y lucidez.
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En un abrir y cerrar de ojos se nos pasó el primer cuarto de este siglo, y el “veinte años no es nada” me resonó fuerte estos días, porque creo que, en realidad, dice exactamente lo contrario. El tiempo lo es todo, porque en su transcurso se acumulan experiencias, errores, aciertos y cicatrices que redefinen quiénes somos. Mirar para atrás estos últimos 25 años quizás sea un buen ejercicio para cerrar este año, planificar lo que se viene y situarnos con cierta perspectiva de cara a los avances que parecen habernos pasado por arriba.
Parece ayer haber cruzado un umbral histórico en la noche del 31 de diciembre de 1999, cuando el mundo entero observó el reloj con una mezcla de celebración, ansiedad y temor ante la llegada del año 2000. En las horas previas al cambio de milenio, el llamado “efecto Y2K” condensó miedos tecnológicos inéditos. Existía la creencia de que sistemas informáticos, bancos, aviones, centrales eléctricas y redes de comunicación podían colapsar porque habían sido programados con fechas de dos dígitos. La pregunta era casi existencial: ¿estábamos entrando al futuro o habíamos construido un mundo demasiado frágil como para sostenerlo? Finalmente, cuando el calendario marcó el 1º de enero de 2000 y nada se detuvo, el mundo respiró aliviado.
Comprobamos la enorme dependencia de la sociedad moderna respecto de la tecnología y, además, quedó claro que la coordinación, la inversión preventiva y el trabajo silencioso de miles de ingenieros habían evitado un desastre. El fracaso no fue técnico, sino narrativo. Se había sobreestimado el colapso y subestimado la capacidad de gestión colectiva.
El comienzo del siglo XXI estuvo marcado por el estallido de la burbuja “puntocom”, un momento que, visto en retrospectiva, fue el primer gran golpe de realidad para la economía digital. El fracaso masivo de empresas que habían crecido sostenidas más por expectativas que por valor real dejó claro que la innovación sin un modelo de negocio sólido es frágil. La tecnología no reemplaza la necesidad de resolver problemas concretos ni de generar ingresos sostenibles. Muchas compañías desaparecieron, pero otras entendieron la lección y sobrevivieron fortalecidas. Casos como Amazon demostraron que la paciencia estratégica, la reinversión constante y el foco obsesivo en el cliente podían convertir una crisis en una plataforma de crecimiento a largo plazo. La interrogante que quedó abierta en ese primer bloque fue cómo mantener el espíritu innovador sin caer nuevamente en ciclos de euforia especulativa.
Con la llegada de la web 2.0 a mediados de los años 2000, la innovación dejó de centrarse solo en la infraestructura y pasó a enfocarse en las personas. El eje central de los modelos de negocios de este período fue crear valor colectivamente haciendo que los usuarios participaran activamente, generaran contenido y construyeran redes. Plataformas como Facebook y Google evidenciaron el poder de los datos, los efectos de red y la escala global. Sin embargo, junto a estos éxitos emergieron fracasos significativos. Vivimos la subestimación del impacto social de la tecnología, la falta de control sobre la desinformación y una gestión deficiente de la privacidad. El aprendizaje fue incompleto y dejó una pregunta que aún persiste: ¿hasta dónde puede llegar la innovación basada en datos sin erosionar la confianza social y los valores democráticos?
Más adelante en este repaso cronológico, el salto tecnológico iniciado en 2007, con la masificación del smartphone, representó un cambio cultural profundo. Se tornó clave entender que la experiencia del usuario es el eje de toda estrategia empresarial. Diseño, simplicidad e inmediatez pasaron a ser tan importantes como la funcionalidad. Apple simbolizó esta transformación, pero el éxito vino acompañado de nuevos fracasos: la saturación de aplicaciones sin propósito claro, la dependencia extrema del dispositivo móvil y el surgimiento de problemas vinculados a la atención, la salud mental y la adicción digital. La interrogante que dejó este bloque es cómo equilibrar conectividad permanente y bienestar humano.
El 2010 trajo el avance del cloud computing que redefinió la estructura misma de las organizaciones. Se volvió clave democratizar el acceso a la tecnología y poder asimilar cómo su uso acelera la innovación. Emprendedores y pequeñas empresas pudieron competir gracias a infraestructuras flexibles en la nube. Sin embargo, también aparecieron fracasos menos visibles pero relevantes, como la dependencia excesiva de proveedores tecnológicos, vulnerabilidades de seguridad y la falsa sensación de que la escalabilidad técnica reemplaza la necesidad de una cultura organizacional sólida.
En paralelo, el auge del big data trajo aprendizajes tan poderosos como inquietantes. Las organizaciones entendieron que los datos bien utilizados permiten anticipar comportamientos, optimizar procesos y mejorar decisiones. Pero también se multiplicaron los fracasos asociados a la acumulación de datos sin propósito, a algoritmos opacos y a la amplificación de sesgos preexistentes. Este bloque abrió preguntas de fondo sobre responsabilidad, transparencia y el rol humano en sistemas cada vez más automatizados.
La disrupción de modelos de negocio tradicionales a través de la economía colaborativa, las fintech y el streaming mostraron que innovar no siempre significa inventar tecnología nueva, sino reorganizar el valor de formas distintas. Los usuarios comenzaron a valorar la simplicidad, el acceso y la experiencia.
En los últimos años, la innovación orientada a la sostenibilidad incorporó un nuevo eje de aprendizaje. El impacto ambiental dejó de ser un tema accesorio para convertirse en una variable estratégica. Empresas como Tesla impulsaron cambios profundos, pero también evidenciaron fracasos vinculados a promesas incumplidas, dependencia de incentivos y tensiones en las cadenas de suministro. El futuro plantea la pregunta de cómo acelerar la transición sostenible sin trasladar costos ocultos a la sociedad.
Desde 2020 en adelante, la irrupción de la inteligencia artificial generativa sintetiza todas las lecciones previas: velocidad, potencial transformador y riesgos sistémicos. El aprendizaje emergente es que la innovación ya no es solo técnica, sino ética, cultural y política. Los fracasos iniciales muestran los peligros del uso irresponsable y la falta de gobernanza. La gran interrogante a futuro es cómo integrar estas tecnologías para potenciar la creatividad y la productividad humanas sin perder control, confianza ni sentido.
Al volver sobre estas décadas, como en el tango de Gardel, conviene entender y asimilar las enseñanzas que nos van dejando. Cada etapa deja marcas y deudas pendientes. La innovación, como la vida, transcurre entre ilusiones y desengaños, y solo entendiendo ese recorrido es posible encarar el futuro con mayor madurez, responsabilidad y visión a largo plazo. Al final del día, se trata de comprender y poner en práctica lo mejor para el bienestar en mente y cuerpo de los seres humanos. La innovación, como la vida, avanza entre ilusiones y desengaños, y solo entendiendo ese recorrido es posible encarar el futuro con mayor madurez, responsabilidad y visión a largo plazo.