Existe un antiguo koan zen en el que se expresa: “No saber es lo más íntimo”. Se trata, básicamente, de una invitación a desprenderse de nociones preconcebidas y hábitos de pensamiento fuertemente arraigados para acceder a una visión más amplia.
En este ensayo, Rovelli, uno de los padres fundadores de la teoría de la gravedad cuántica en bucle, toma como modelo el viaje de Dante en la Divina comedia y otorga a las ecuaciones de campo de Albert Einstein el papel de Virgilio, mientras plantea la hipótesis opuesta a los agujeros negros
Existe un antiguo koan zen en el que se expresa: “No saber es lo más íntimo”. Se trata, básicamente, de una invitación a desprenderse de nociones preconcebidas y hábitos de pensamiento fuertemente arraigados para acceder a una visión más amplia.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl físico teórico italiano Carlo Rovelli (Verona, 1956), uno de los padres fundadores de la teoría de la gravedad cuántica en bucle, también es un divulgador científico que logra presentar de una manera elegante, sencilla y accesible conceptos difíciles, ásperos y con nombres incognoscibles para toda persona que se encuentre a kilómetros de distancia de soñar con poner un pie en un laboratorio o un centro de investigación. Así lo hace en Agujeros blancos (Anagrama, 2024).
Autor de El orden del tiempo, La realidad no es lo que parece y Siete breves lecciones de física, Rovelli toma como modelo el viaje de Dante en la Divina comedia y otorga a las ecuaciones de campo de Albert Einstein el papel de Virgilio. Estas ecuaciones son guías que allanan el camino a través de paisajes más extraños que la ciencia ficción, explican qué son los agujeros negros, cómo se producen, y permiten recorrer mentalmente su interior como si se tratara de una inmersión en los círculos del infierno. En ese descenso se encuentran regiones en las que la distorsión del espacio-tiempo se vuelve extremadamente fuerte, donde intervienen efectos cuánticos, que no están previstos en las ecuaciones de Einstein. Sin embargo, para Rovelli, este no es el fin del viaje. Es el comienzo. El sentido completo de la historia que se dispone a contar en este breve y asombroso ensayo consiste en ir a ver qué ocurre allí donde estas ecuaciones ya no funcionan.
“Así es la ciencia”, dice el científico, responsable del equipo de gravedad cuántica del Centro de Física Teórica de la Universidad de Aix-Marsella. “Después de todo, es lo que hace Dante a la mitad de su viaje: también abandona a Virgilio y se deja cautivar por algo más dulce”.
La existencia de los agujeros negros está mapeada y demostrada (incluso fotografiada). Las mismas ecuaciones que explican el proceso de colapso gravitatorio que da forma a esta entidad astronómica con una fuerza gravitatoria tan intensa que ni siquiera la luz puede escapar también abren las puertas a la posibilidad de que exista un agujero blanco, su contraparte, un conducto que hace exactamente lo opuesto. En lugar de devorarlo todo, el agujero blanco lo expulsa todo. En los agujeros negros se puede entrar, pero no salir. De un agujero blanco solo se puede salir, pero no es posible entrar. Hay, además, algo más fascinante: por fuera, un agujero negro y un agujero blanco son indistinguibles. Y, nuevamente, este no es el final del viaje. Según la hipótesis de Rovelli, los agujeros blancos existen, y en abundancia, en todo el universo. De hecho, considera que pueden ser los responsables de la existencia de la pulpa de madera molida de la que está hecho su propio libro: el Big Bang, la gran explosión, pudo haber sido un agujero blanco. Y todavía hay más. Las ecuaciones de la física fundamental no diferencian el pasado del futuro: si un proceso puede acontecer, el mismo proceso también puede ocurrir “rebotado en el tiempo”. Y acá viene algo asombroso, que Rovelli explica muy bien: un agujero blanco es un agujero negro hacia atrás en el tiempo.
La inversión de la flecha del tiempo es algo que está demostrado con la existencia de la antimateria (materia que viaja hacia atrás en el tiempo). Sin embargo, como señala el propio autor, la presencia de los agujeros blancos sigue siendo especulativa, carente de comprobación empírica. La teoría permite imaginar su presencia, pero son muy pocos los científicos que ven estos fenómenos como algo más que una entretenida gimnasia matemática.
Agujeros blancos es la historia de una aventura en curso, el despliegue de una idea. “No sé si es correcta”, confiesa, y en el primer párrafo admite haber dudado antes de ponerse a escribir ese libro. Aunque lleva años estudiándolos (junto con su asistente que, créase o no, se llama Hal), se atreve a manifestar que ni siquiera sabe si existen en realidad. Y, aun así, continúa explorando, probando y volviendo a probar: “El largo estudio y el gran amor”.
Cabe preguntarse para qué escribir y publicar sobre algo que tal vez no existe. La respuesta está en la intención real detrás del libro. Como ocurre en el antiguo koan zen sobre el no saber, en este trabajo Rovelli realiza una invitación a liberarse de las intuiciones naturales, sostenidas y fortalecidas por antiguas creencias. Es impresionante todo lo que se puede aprender con un libro que estimula a desaprender. Para realizar ese recorrido, indica, es necesario despojarse, buscando siempre un equilibrio (no dice que sea fácil). “Si dejamos en casa demasiadas cosas, nos quedamos sin herramientas para avanzar, pero, si nos llevamos demasiadas, no encontramos los espacios para entender”, expresa. “No creo que haya recetas, sino pruebas y errores. Probar y volver a probar”.
Siguiendo a Galileo Galilei en Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, donde más que argumentar que la Tierra gira se dedica a derribar la intuición arraigada de que es inconcebible que suceda algo así, sostiene que es la capacidad de abrir la mano del pensamiento, cambiar la organización de nuestras abstracciones lo que nos permite dar un salto adelante. En virtud de esto, es capaz de ofrecer un relato radicalmente condensado de la historia de la física teórica, desde el filósofo y geógrafo Anaximandro (siglo VI a. de C.), que postuló la idea de que la Tierra flotaba en el vacío, hasta Einstein (siglo XX) y su idea, sencilla y desconcertante, según Rovelli, de que la gravedad es el efecto de la distorsión del espacio y el tiempo. No es casual que el epígrafe elegido sea una cita de Einstein: “La más hermosa experiencia que podemos tener es el sentido del misterio. Es la emoción fundamental, la cuna del verdadero arte y de la verdadera ciencia. Quien no sabe y no puede maravillarse está como muerto, sus ojos están ofuscados”.