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Héctor Augusto Duffour tuvo un itinerario tan variado y audaz que bien podría haber sido un personaje de novela. Fue fotógrafo, corredor de bolsa, fundador de un parque de diversiones en Minas (Luna Park) y de la fábrica de juguetes H.A.D. e Hijos. Era uno de esos emprendedores que sin una formación específica se lanzaban al mercado y vivían de lo que creaban. Por falta de registros y de interés, su rica trayectoria quedó olvidada, salvo por la memoria de algunos familiares o de coleccionistas apasionados. Fue uno de sus bisnietos quien empezó a rastrear los orígenes de Héctor y a reconstruir la historia de la fábrica. Su nombre es Augusto Hernández, nació en Montevideo en 1999 y es estudiante avanzado de Bibliotecología, un interés que heredó de su madre, Susana Rodríguez, también bibliotecóloga. Pero ese es uno de sus intereses, porque además es coleccionista y lleva adelante el emprendimiento Los Juguetes que Queremos.
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A partir de entrevistas a algunos familiares y hurgando en fotos y en recuerdos pudo escribir Creando los juguetes Duffour, un libro de preciosa edición, con una tapa diseñada por su padre Enrique Hernández, nieto por parte materna de Héctor. Para el libro consiguió más de 100 fotos antiguas de integrantes de la familia y otras de camiones, trenes, grúas, velas, payasos, ábacos y objetos sin categoría denominados “chucherías”. Eran juguetes de manufactura artesanal, fabricados con material descartable y hoy impensado para los niños. Se utilizaba lata, caucho, plomo, envases de crema Pond’s o cilindros de la máquina de insecticida Flit para hacer los tanques de agua de los camioncitos. Los niños sobrevivían.
Augusto llegó a la entrevista con uno de los camioncitos de la fábrica de su bisabuelo, protegido dentro de una bolsa de nailon. Los cuida como un tesoro, porque son juguetes únicos y escasos. Por eso, cuando sabe que alguien tiene uno, corre a comprarlo. Cuando la fábrica cerró en 1978, después de 40 años de vida, la familia se deshizo de todo. De allí el valor de este libro que tiene fotos inéditas encontradas en cajones o en catálogos que nunca habían circulado públicamente. Creando los juguetes Duffour se puede adquirir en Diomedes Libros y en el local El Ojo, de Galería Central. También se vende por Mercado Libre o por la página de Instagram @losjuguetesquequeremos. Sobre su libro, su bisabuelo y la fábrica de juguetes, Augusto mantuvo la siguiente entrevista con Búsqueda.
Hector-Duffour-1913
Héctor Duffour, fundador de la fábrica de juguetes H.A.D. e Hijos, en 1913.
Del libro 'Creando los juguetes Duffour', gentileza de Augusto Hernández
—Sos coleccionista y además vendés juguetes coleccionables. ¿Cómo hacés para conseguirlos?
—Soy coleccionista, y porque lo soy, para seguir enriqueciendo mi colección, en paralelo vendo juguetes coleccionables nuevos y usados. Es una pasión indirectamente heredada de mis antecesores. Para mi emprendimiento les compro a otros coleccionistas o voy a remates. Pero para recuperar los juguetes de la familia, tanto sus partes como sus chapas, tuve que ir a ferias, a remates, a anticuarios. Es difícil porque quienes las tienen no las quieren largar, son parte del patrimonio nacional. Hay una palabra que define a los coleccionistas: insistencia. Los juguetes uruguayos generalmente son muy delicados, bastante complicados de conseguir, atesorados. Se hacían de materiales que sobreviven al paso del tiempo, pero no en las condiciones que uno esperaría.
—En el epílogo del libro decís que fuiste encontrando indicios que te identifican con tu bisabuelo Héctor. ¿Qué descubriste?
—Es que, viéndolo en retrospectiva, no hay otra persona en la familia que haya tenido un gen de emprendedor que esté relacionado con los juguetes y que muestre signos de insistencia. También me identifico con aspectos personales que tenía y que me han descrito. Eso me hace pensar que tengo algo parecido.
—¿Qué te impulsó a hacer esta investigación?
—Tuve la necesidad de darles identidad a las fotos familiares que hay en casa. Saber quiénes eran esas personas. También por una necesidad social. Este es un tema que está unido a la historia nacional. Tengo la fortuna de tener en la familia a alguien que dejó huella en la industria juguetera del país, entonces, ¿por qué no hacer nada al respecto y dejar visible toda esa historia más allá de los juguetes?
—¿Por qué te parece que no trascendió la figura de tu bisabuelo?
—Todos los fabricantes de juguetes desde la década de los años 30 a la década del 60 son superinteresantes, pero no hay registros que hayan dejado ni familiares ni personas externas. El único antecedente sobre juguetes uruguayos es de Diego Lascano, que hizo un relevamiento de 1910 a 1960 de todos los fabricantes de juguetes nacionales. En su trabajo menciona a mi bisabuelo, pero no existe nada más. Este libro viene a traer algo que estuvo tapado durante décadas
—Es una historia que comienza en Francia y termina en Uruguay…
—Sí, los padres de Héctor emigraron de Francia a Uruguay a fines del siglo XIX. Héctor empezó trabajando como adolescente en Pablo Ferrando, la casa de fotografía sobre la calle Bulevar, después se hizo corredor de bolsa y a continuación abrió un parque de diversiones ambulante que iba por todo el país, el Luna Park. Tenía juegos mecánicos, carruseles, juegos de fuerza, vendían comida, había ruletas, premios. Estuvo una década y recién después creó la fábrica de juguetes.
—Por lo que vas contando de Héctor en el libro, era un hombre de gran creatividad.
—Los juguetes eran muy ingeniosos porque se usaban excedentes de producción. Tenía una línea básica de 10 elementos (en el parachoque de los camiones, en los laterales, en las ruedas, en los asientos) y los iba repitiendo en todos los juguetes. Él tenía una idea preliminar de diseño, pero iba inventando en el momento y todas las piezas eran distintas salvo por esos elementos que no cambiaban. A veces se le terminaba la pintura y agarraba otro tono más claro o más oscuro. Eso lo he notado en algunos juguetes que compré.
Augusto-Hernandez-con-su-libro-y-camion
Augusto Hernández y un camioncito de la fábrica H.A.D e Hijos.
Mauricio Zina/adhocFOTOS
—¿Existe aún la casa familiar donde también estaba la fábrica?
—Al principio iban alquilando casas para vivir y en paralelo tenían un galpón para la fábrica. Hasta que se mudaron a la casa de Acevedo Díaz. La casa aún está, pero no la he ido a visitar, ni sé cómo es por dentro.
—¿Por qué no quisiste ir?
—Porque es como pinchar el globo de la magia, de la fantasía del relato que me contaron. Preferí no ver cómo está ahora, prefiero quedarme con la idea de que sigue existiendo como cuando estaba la fábrica.
—Para el libro entrevistaste a familiares. Tenés un tío bisabuelo, Germán Duffour, de 101 años, que trabajó en la fábrica. ¿Hablaste con él?
—A él no lo pude entrevistar, es muy mayor y no lo quiero molestar con el pasado, que se remonta a 80 años atrás. Pero él leyó el libro y le dio el visto bueno. Lo conocí en persona y fue un momento muy emotivo. Sí pude entrevistar a sus hijos Daniel y Roberto Duffour. A través de sus recuerdos me pudieron dar mucha información sobre la fábrica y su desarrollo. Además conseguí alguna documentación física que avala el relato. También tuve los recuerdos de mi padre, que trabajó en la fábrica ocasionalmente porque era un niño. Pero con los tres pude armar la historia. Hay más familiares, pero saben poco porque sus padres no les contaron demasiado. En la fábrica estaban mi bisabuelo Héctor y sus dos hijos, Pepe y Germán. Ellos complementan el nombre H.A.D. e Hijos. También trabajaban Ana María, mi abuela (mamá de mi padre), por momentos su otra hija Isabel y Esmeralda, que era su segunda esposa. La intervención de Esmeralda fue importante en el desarrollo de la fábrica. Hacía muñequitos de Papá Noel, el tornado de las velas y adornos navideños. Este libro trae de vuelta algo que estaba perdido y también reivindica ciertas figuras que estaban borradas. Esto no me lo dijeron en las entrevistas, me contaban la historia perfilada hacia un solo lado. Pero en las fotos yo veía otra cosa. Preguntaba quién es este y me respondían: “No sé, no sé”.
German y Pepe Duffour-1940
Germán y Pepe Duffour, los hijos de Héctor en 1940.
Del libro 'Creando los juguetes Duffour', gentileza de Augusto Hernández
—Supongo que esos “no sé” te despertaron más curiosidad. ¿A quién reivindicaste en este libro?
—A Alfredo Duffour, el hermano de Héctor, que estaba borrado de la historia familiar. Yo lo traigo de nuevo porque siempre estuvo al pie del cañón cuando fundaron el Luna Park y cuando iniciaron la fábrica. Trabajó con su hermano durante 40 años. Lo borraron por diferencias personales que ellos habían tenido. Pero él aparece en todas las fotos del Luna Park vestido en forma elegante.
—Héctor también era un hombre muy elegante. Siempre de traje.
—Tenía esa filosofía: como te ven, te tratan. Así la cuenta bancaria esté en rojo, hay que vestir elegante porque ayuda a las relaciones comerciales, a la presentación, a la venta de la marca.
—Del libro se desprende que tenía una gran intuición para entender el mercado, algo que hoy parece común, pero no tanto en su época.
—Era muy inteligente para los negocios, desde idear los juguetes, conseguir los materiales, hacerlos, venderlos. Él fue cofundador de la Cámara Industrial del Juguete y Afines, que se creó en 1950 con la necesidad de unificar a todos los fabricantes del país que estaban dispersos y sin directiva. Mi bisabuelo fue el tesorero. Esa cámara estableció a mediados de los años 50 el Día del Niño. Hay un discurso de Héctor hacia la directiva que lo conseguí después de publicar el libro. Es un discurso encendido en el que habla de la importancia de que los niños tuvieran un día para ellos. En realidad lo establecieron para vender y facturar (se ríe).
Alfredo en Luna Park
Alfredo Duffour en el parque de diversiones Luna Park.
Del libro 'Creando los juguetes Duffour', gentileza de Augusto Hernández
—¿Se vendían bien los juguetes de H.A.D. e Hijos?
—Se vendían más caros que los juguetes convencionales de la época. Eso se ve comparando con el valor de los juguetes de London París, que eran mucho más baratos. Se vendían pocas unidades, pero a muy buen precio. Y vivían tres familias de esa fábrica.
—Hasta que llegaron el plástico y los juguetes importados…
—El plástico ya estaba a mediados de los años 50 en los juguetes, pero en los que hacía la fábrica aparecía solo en detalles. A mediados de los 60 las ruedas, las chimeneas, los parachoques fueron suplantados por el plástico y la identidad de los juguetes se fue perdiendo. Los japoneses, ingleses y alemanes ya se vendían. Eran de menor calidad y más económicos. Por eso fueron desplazando al juguete nacional.
—Contás en el libro que el cierre de la fábrica fue un golpe emocional muy fuerte para Héctor y sus hijos…
—Cerró oficialmente en 1978, pero hasta el 80-81 se dio un proceso de desmantelamiento. No quedaron tantos registros de la fábrica porque Pepe quemó todos los papeles. Para él fue demasiado doloroso después de 40 años. Ya tenía 60 y había trabajado toda la vida con su padre. Él y Héctor querían seguir con la fábrica, pero Germán, que se encargaba de la contaduría, no lo veía posible. Se destruyó la memoria escrita, pero también los moldes y los juguetes que estaban en una vitrina con toda la producción ordenada cronológicamente. Se fundió todo en lugar de conservarla y venderla. Fue un proceso de dos o tres años. Solo se quedaron con retazos y con eso reconstruí la historia.
Juguete-de-la-fabrica-H.A.D.
Camioncito fabricado en H.A.D. e Hijos.
Del libro 'Creando los juguetes Duffour', gentileza de Augusto Hernández
—Hoy sería impensado hacer juguetes con los materiales que se usaban en la fábrica. También su diseño habla de otro concepto de niño. ¿Te contaron tus familiares cómo jugaban?
—Salían a la calle, jugaban a la bolita, con el trompo, a la rayuela. Jugaban también sin juguetes, con las manos y el cuerpo. En su época se desarrollaba la imaginación. Mi padre tenía un estegosaurio checoslovaco de cerámica. Es horrible, muy bizarro a los ojos de hoy. En realidad no jugaba con ese dinosaurio porque se podía romper. Lo miraba o lo tocaba y se imaginaba historias. Eso es lo que tienen esos juguetes, el 70% es imaginación de los niños.
—¿Qué te parecen los juguetes que se venden hoy?
—Hay juguetes muy sofisticados, de esos que tocás un botón y hacen el ruido de un camión o de la grúa. Es un sonido que antes hacía el niño, pero ahora viene con el juguete. Por eso, cuando se rompe, ya no lo usan porque no saben qué hacer. Algunos padres me dicen que los juguetes que vendo no hacen nada.
—¿Se te acercó gente con historias o juguetes después de publicar el libro?
—En este ámbito conocía a muchos coleccionistas o gente apasionada que tenían a la fábrica H.A.D. como un culto, aunque pronunciaban mal el nombre. Hay que deletrearlo, no decirlo como una palabra. Sabía de cinco coleccionistas que tenían piezas de la fábrica. Después del libro tuve una voz con más propiedad y hubo algunos coleccionistas que accedieron a venderme algunas cosas. Eso estuvo buenísimo. Me contaron sus experiencias de búsqueda, de juguetes que se fueron a Argentina, y pude rastrear a quiénes se los vendieron. La historia sigue más allá del libro.