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FHay artistas que son fácilmente ubicables dentro de un estilo o una estética. Son esos los artistas que, parafraseando la terminología de la filosofía de la ciencia, producen “música normal”, esto es, música que se ubica con comodidad dentro del paradigma que es el dominante en un momento dado. Otros, en cambio, suelen moverse en los bordes, en las zonas grises, y son más difíciles de ubicar en el mapa musical que proponen los medios, los sellos y las plataformas. Esos artistas cambian, su trayectoria es esquiva o, directamente, nunca se han interesado por definirse como pertenecientes a tal o cual campo de la música. A esa segunda categoría pertenece el español Javier Corcobado, quien se presenta el viernes15 y el sábado 16 de noviembre en La Cretina y en Bluzz, respectivamente. Como detalle llamativo, se presenta con distintas bandas de acompañamiento. En el primer concierto lo hará junto con Verónica Ramos y Hugo Angelelli (el dúo Vera), y en el segundo estará acompañado por el grupo de Jhona Lemole, la Orquesta Deforme.
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Nacido en Francfort, Alemania, en 1963 y criado en Madrid, Corcobado comenzó su carrera en los años 80, en el under de la capital española. Su primera banda fue 429 Engaños, con la que tocó un par de años antes de disolverse, sin pasar de grabar un demo. Ya en esas épocas tan tempranas las influencias de proyectos pospunk como Cabaret Voltaire se filtraban en su música. Más tarde integra Mar Otra Vez, con la que grabó sus primeros álbumes (que hoy son objeto de culto en España), y luego es parte de Demonios tus Ojos y grabó un disco homónimo. No será hasta finales de los años 80 que Corcobado comenzaría su carrera solista, con el disco Agrio beso, editado en 1989, un disco experimental en donde su gusto por los sonidos góticos se cruza con la canción melódica. Es también en ese 1989 cuando edita su primer poemario, Chatarra de sangre y cielo.
El nombre del poemario sería integrado a su siguiente proyecto, la banda Corcobado y Los Chatarreros de Sangre y Cielo, con quienes edita tres álbumes en la primera mitad de la década de los 90: Tormenta de tormento, Ritmo de sangre y Arco iris de lágrimas. Ese grupo lo tuvo como protagonista junto con Nacho Colis (batería), Justo Bagüeste (vientos y teclados), Nacho Laguna (bajo), Javier Arnal (guitarra) y Susana Cáncer (órgano Hammond). Por fuera de esta banda, que es quizá la más conocida de todas las que ha integrado o creado, Corcobado ha desarrollado una extensa trayectoria discográfica en proyectos paralelos como Corcobado y Cría Cuervos o con su participación en trabajos de otros artistas. Además en 1999 editó Corcobator y en 2003 Fotografiando al corazón. Además, es autor de una decena de libros, el último, su biografía, La música prohibida, editada en 2023.
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Javier Corcobado
Aintzane Aranguena
Previo a su visita al Cono Sur (se presenta los días 12 y 14 en Buenos Aires), en mayo de este año Javier Corcobado estrenó en la ciudad española de Alicante su proyecto Canción de amor de un día, una propuesta literaria y discográfica que consiste en una pieza de 24 horas de duración. El proyecto consiste en un centenar de piezas musicales compuestas e interpretadas por artistas como Andrés Calamaro, Vetusta Morla, Nacho Vegas, Aviador Dro, Atom Rhumba, Amaral o Caballero Reynaldo, entre otros. El disparador de esta particular propuesta fue un relato de no ficción escrito por Javier en 2011, una suerte de diario de 24 capítulos, cada uno de una hora de un día cualquiera de su vida en Bilbao.
Corcobado envió después un fragmento de cada capítulo a los artistas con los que deseaba colaborar sin que ninguno supiera quién más estaba colaborando ni qué estaba haciendo. Por cierto, la pieza estableció un récord en cuanto a longitud temporal de composición, grabación, producción, edición y representación de una obra musical. Para el creador, Canción de amor de un día es la “banda sonora para la película real de cualquier ser humano en los albores del siglo XXI. Música envolviendo realidades y virtualidades, emociones y sentimientos, pesares y alegrías, desesperaciones y esperanzas. Todo ello presentado en cuatro disciplinas: música, imagen, edición y espectáculo”, dijo el compositor en una entrevista reciente con la prensa de Alicante.
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Además de tocar con dos bandas distintas, una para cada show, el espectáculo que Corcobado presenta en Montevideo tiene otra particularidad: interpreta su versión del tema Ella ya me olvidó, de Leonardo Favio. “Conocí la canción tarde, en los años 90, cuando pinchaba en la discoteca Morocco en Madrid, y años más tarde, viviendo en México, decidí grabar una versión. Siempre sentí la canción muy cercana, con esa cosa de crooner, de cantante melódico dramático, y luego investigué sobre el personaje, el talentosísimo Leonardo Favio, como director y actor de cine y también como cantante y compositor”, dijo el músico.
Las zonas de contacto entre la música de Corcobado y el melódico más clásico de América Latina y España, el de José José, Nino Bravo y el propio Favio, entre otros, son amplias. En la música del español la retórica amorosa de las letras se combina a la perfección con sus músicas de aires oscuros, toques de música folk y guitarras de sonido surf. Siempre se ha movido en esa frontera que, se supone, no existe o resulta muy lejana a los géneros por los que transita. En eso reside su originalidad, en cruzar aquellos senderos que se suponen eternamente separados pero que, al final, su música revela como transitables. Quizá el resultado no sea apto para las mayorías que prefieren la seguridad de tener los dos pies asentados en un único género, pero sin duda resulta una música gratificante para quienes disfrutan de la disrupción y el corte a veces brusco y experimental, a veces dulce y suavemente oscuro.
Estos dos shows ofrecen la oportunidad de ver a un artista poco conocido en estas latitudes pero con una rica y extensa trayectoria a sus espaldas. Son resultado también del trabajo de ese infatigable gestor musical que es Fabián Jara, uruguayo residente en Buenos Aires, quien desde los años 90 viene acercando ambos márgenes del río y contribuye desde ese lugar a la tarea de arrimar “rarezas” musicales a una región en donde estas económicamente no siempre rinden y por ende suelen ser escasas.