En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
* Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
¡Hola !
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
La escritora Cecilia Ríos publicó ‘Caballo regalado’, su último libro de relatos de género policial
“Mi objetivo fue mostrar los delitos pequeños, que son parte de la vida cotidiana de mucha gente”, dice una de las más reconocidas escritoras de la literatura uruguaya
Le gustan los títulos que evocan frases de la infancia o dichos populares o algún tango. “Para tener una larga vida no fumes ni vayas a la guerra”, decía la madre de uno de sus personajes, y esa frase le dio título al libro de relatos No fumes ni vayas a la guerra (Premio Narradores de la Banda Oriental, 2019). Un tango de Gardel inspiró el título de su novela Volver de noche (Premio Lussich de la Intendencia de Maldonado, 2017) y un dicho famoso, el de su último libro de relatos, Caballo regalado (Cosecha Roja, 2025). Cecilia Ríos empezó a escribir de muy joven, tiene otros libros publicados con otros premios, como Cuatro mujeres de campo (Tercer Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura —MEC—, 2017) o Un desperfecto en la carretera (Incentivo a la Edición del MEC, 2023).
¡Registrate gratis o inicia sesión!
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
“Este libro cuenta un episodio de mi adolescencia y me salió en verso”, le dice la escritora a Búsqueda sobre Crecida (Civiles Iletrados, mención de honor en los premios Onetti, 2017), que tiene una hermosa tapa ilustrada por su hermana, artista plástica. Un libro que muestra con orgullo para recordar que también es poeta.
Ríos es contadora retirada y pianista. Da clases de piano y sigue tocando una hora por día. Y siempre está leyendo y escribiendo libros que aún no están publicados. Los cuentos de Caballo regalado son breves, llenos de imágenes y de personajes, sobre todo femeninos, que son delincuentes de poca monta, mentirosos y tan malos en sus delitos que dan un poco de lástima. Cuando sus historias terminan parecen no terminar, porque son como la vida: no se sabe qué pasará después. Sobre su literatura, Ríos conversó con Búsqueda.
Caballo-regalado
—Te preguntarán mucho por tus vínculos entre la profesión de contadora y la de escritora…
—Me lo han preguntado, pero los seres humanos no somos una sola cosa. El amor por la literatura estuvo muy presente desde niña, pero mi primera voluntad fue dedicarme a la música, al piano. Y mis padres no me lo permitieron porque ellos querían que fuera a la universidad. Después me casé y le dije a mi marido que quería anotarme en la Escuela Universitaria de Música, y él me dijo que les había prometido a mis padres que iba a seguir una carrera… Entonces no me anoté.
—Un horror de esa época.
—Sí, pero no quiero echarles la culpa a ellos, yo podría haber elegido otro camino, y preferí sobrevivir, algo muy difícil en Uruguay antes y ahora con la literatura. La variante de qué me gustaba era irrelevante en ese momento, lo fue para mí y para mis hermanos. Había que seguir estudiando aquello en lo que más o menos te iba bien y con lo que pudieras mantenerte. A mí me iba bien en matemáticas y me pareció más accesible ciencias económicas que ingeniería. Por supuesto que aprendí mucho de la profesión y también de los seres humanos.
—¿Les gustaba el arte o la cultura en general a tus padres?
—Mi padre era un gran lector, yo aprendí a leer con él. Tenía una biblioteca clásica, que fue un gran aprendizaje para mí. Mi madre había estudiado para ser concertista, pero por las costumbres de la época no lo pudo ser. La música le gustaba mucho, tocaba la guitarra, el piano, el acordeón, cantaba. Eso estaba siempre presente en la casa.
—¿Siempre te atrajo lo policial o la intriga?
—No siempre, pero en una etapa de mi vida, entre los 25 y 35 años, cuando trabajaba mucho y tenía obligaciones familiares, me sumergía en novelas negras para evadirme. Se me asocia mucho con el género, pero he escrito otras historias, cuentos y novelas que no han sido publicadas y son diferentes.
No-fumes-ni-vayas-a-la-guerra
—De todas formas tus cuentos no siempre son estrictamente policiales, por ejemplo, los de No fumes ni vayas a la guerra…
—Mi último libro, Caballo regalado, es el más propio del género, pero no me interesa especialmente. Incluso en mis lecturas ocupa un lugar pequeño. Ahora leí a Dennis Lehane, escritor estadounidense, uno de los maestros actuales del policial. Otras escritoras estadounidense que me gustan mucho son Laura Lippman y Bonnie Jo Campbell, a quien descubrí hace poco. Pero leo unos ocho o 10 libros por mes y en el año he leído unos siete de novela negra. A esta altura de mi vida, las historias muy truculentas me pegan mal y las evito. Además el género tiene sus límites. La ambigüedad, algo tan interesante en la literatura, es difícil de sostener en el policial, que te pide que haya una resolución, una verdad, aunque después no haya justicia sobre esa verdad. Por eso lo encuentro un poco rígido para seguir experimentando.
—Durante muchos años fue un género de segunda, aunque siempre hubo grandes autores y grandes lectores, como Juan Carlos Onetti.
—Yo empecé a leer a (Raymond) Chandler y a (Deshiell) Hammett porque me gustaba Onetti y todo lo que él decía me parecía genial. Mi entrada tanto al cine negro como a la literatura fue por él. Creo que el género policial se ganó su lugar después de estar mucho tiempo presente. Las series también contribuyeron a que se valorara más. Y en Uruguay, sellos como Cosecha Roja permitieron que aparecieran cada vez más escritores del género.
—Tu tendencia es hacia la narración breve, incluso en tus novelas.
—El cuento me atrae muchísimo, me parece más desafiante como género que la novela. Cuando encuentro un buen cuento me siento feliz. Creo que para el mundo actual se adapta mejor a las posibilidades de lectura, pero claro que no lo escribo por eso. Con la novela te metés en un mundo y durante varios meses vivís en esa historia. El cuento te lo sacás más rápido, aunque su historia siga en alguna parte contigo. Preferiría seguir escribiendo cuentos, me siento más cómoda, y también creo que he aprendido con los años. Lo que no podría es escribir esas novelas de 500 o 600 páginas, no es mi don. Me parece fascinante quien puede hacerlo.
Cecilia-Rios-MZZ_16171
Cecilia Ríos.
Santiago Mazzarovich/adhocFOTOS
—Recién decías que en tu profesión aprendiste sobre las personas. ¿Sos observadora de las conductas humanas?
—Sí, me divierte mucho escuchar conversaciones en el ómnibus. Ahora se escuchan menos, las personas van pendientes de su celular. Pero, si alguien habla, paro la oreja porque siempre puede aparecer algo interesante. Ver a alguien y pensar qué historia hay atrás, cómo pasa su vida me interesa más que mi propia vida. Ahora estoy leyendo una novela de Annie Ernaux (premio Nobel de Literatura 2022), que sin dudas es muy buena, pero me cansa leer que comió canelones, que tomó un café y que pensó que estaba mal hecho. Me aburre mucho.
Un-desperfecto-en-la-carretera
—Creaste una cantidad de personajes femeninos, muy variados y de todas las edades. Me da la impresión de que en tus primeros libros eran muy desafortunados, como la maestra rural que se suicida en No fumes…, y que en los últimos son más audaces.
—Supongo que sí, pero no lo hice de forma premeditada. Hay muchas mujeres en mis historias y en mi vida, muchas tías, mis dos hermanas. A lo largo de la vida vas viendo esas historias de mujeres desgraciadas, pero nunca había pensado en esos cambios. Puede ser que los personajes femeninos más recientes no estén condenadas como la maestra suicida. Ese cuento está basado en un hecho real que me contó mi padre cuando era niña. Él fue a una escuela rural, a comienzos de los años 30, y la maestra se suicidó prendiéndose fuego. Durante muchos años me pregunté por qué habría hecho eso, por qué de esa manera tan cruel.
—En tu último libro los personajes cometen delitos o maldades menores, y son algo ingenuos…
—Mi objetivo fue mostrar los delitos pequeños, que son parte de la vida cotidiana de mucha gente. Sabés que Fulanito compra cosas robadas, o que Menganito engaña con certificados falsos… Me atraen los personajes mediocres, pero no uso el término como algo peyorativo, sino porque no son los cerebros que planifican el gran golpe como en las películas. Son los que creen que pueden, pero en realidad no tienen los elementos para cometer de manera inteligente el delito.
—Da un poco de miedo la protagonista del primer relato, que le lleva una historia personal a la escritora para que la convierta en cuento. ¿Te ha pasado algo similar?
—Con algunos colegas siempre decimos que a veces viene alguien y nos dice que tiene una historia bárbara para que hagamos un cuento. Después la escuchás y es una buena historia, pero no tenés cómo contarla o no es la mejor que te interesa escribir. Una vez me contó Mercedes Rosende que estaba muy preocupada porque había descripto a unos personajes que estaban basados en unos amigos de ella, pero que no se habían dado cuenta. En No fumes… hay un cuento que me contó un amiga y nunca le dije que iba a usarlo, sobre todo porque nunca pensé que iban a publicar el libro. Después se lo conté y me dijo que estaba bastante disimulado, al tiempo le pedí permiso para otra anécdota.
—Una historia muy impactante es la de una mujer que miente en una competencia de cocina televisada. Hay una crítica muy marcada hacia esos programas.
—En mi libro anterior también había una productora de televisión que inventaba historias para poder filmarlas. En una época fui productora de un programa semanal y estuve cerca de personas que sufrían mucho la producción televisiva. También está la necesidad que tiene la gente de mostrarse en esos programas, como la protagonista del cuento que quiere ganar no importa a qué costo. No miro casi nada de televisión, pero la narrativa de esta época es audiovisual y no puedo estar ajena. Quise escribir este cuento y me puse a mirar realities shows. ¡Qué crueldad! No sé si llegué a reflejarla en toda su dimensión en el cuento.
—Hay otro cuento que hace pensar en la longevidad, en las personas mayores que tienen que cuidar a sus padres o familiares mucho más viejos… Eso llega a ser también cruel, el cuento es tristísimo.
—La escritora italiana Michela Murgia, a quien está dedicado el cuento, escribió un libro, La acabadora, sobre las mujeres que ayudan a morir a personas que están sufriendo al término de su vida. La realidad es que ahora la gente vive muchísimos años, en general sin una calidad de vida adecuada, y tampoco la tienen los familiares que los cuidan. Una amiga me contó que en la peluquería se encontró con una señora de 80 años que tenía a su madre de 104 viva, y se había dedicado a cuidarla. La medicina ha extendido la vida, pero no ha solucionado ese aspecto.
VOLVER-DE-NOCHE-Tapa_web
—Tus libros recibieron premios y reconocimientos. ¿Te cambian de alguna forma tu relación con la literatura?
—Me cambió el premio Lussich y el de Banda Oriental porque se me abrieron las puertas a la publicación. Pero tengo una posición de cierto escepticismo con respecto a los premios, tal vez porque he sido jurado y he visto que hay muchas buenas obras que no llegan a ser premiadas. Suele ser difícil el proceso de conciliación con las otras dos personas del jurado. Recuerdo que hace dos años en un concurso la novela que ganó para mí hubiera estado en el quinto lugar. A veces hay situaciones extraliterarias que influyen, o no necesariamente son las que determinan la calidad de la obra. Por eso los premios que recibí los tomo solo con un “qué bueno”, porque el premio no garantiza que la obra sea buena. Lo lindo es que los últimos tres libros de Estuario sacaron menciones y con tres jurados diferentes. Eso quiere decir que el espectro de quienes opinan que mi libro es pasable es bastante grande, y me pone contenta porque conseguí algún nuevo lector.