La derecha en sí misma, sin embargo, ha tenido menos atención. Cuando a mediados de la década pasada el investigador Gabriel Bucheli comenzó a preparar su tesis de maestría sobre la Juventud Uruguaya de Pie (JUP), comprendió rápidamente que para producir conocimiento acerca de esa “derecha católica y nacionalista en los umbrales del golpe de Estado de 1973” debía apelar a muchas fuentes orales. Entrevistó al que fue su conductor, Hugo Manini Ríos, hermano mayor del ahora líder de Cabildo Abierto, y a otros actores de esa época para complementar los pocos documentos disponibles. El libro O se está con la patria o se está contra ella. Una historia de la Juventud Uruguaya de Pie (Fin de Siglo, 2019) es, junto con la producción de Carlos Zubillaga, Clara Aldrighi en archivos de Estados Unidos, entre otros, un buen aporte para conocer esa cara poco iluminada de la historia reciente.
En ocho capítulos y un epílogo, se presenta abundante información y análisis acerca de lo que Broquetas llama la consolidación, a partir de 1967, de “una nueva derecha liberal autoritaria” que sostuvo que “para ganar la guerra (...) había que ganar las almas, no sin antes cortar de raíz la marea de cambios que trastocaba cada arista del orden establecido”.
El mayor aporte de esta investigación es haber documentado algo que hasta ahora solo se intuía: la fuerza de dimensión social que tuvo (y tiene) la derecha en el país, algo que muchos historiadores valoran como explicación del consenso que permitió el terrorismo de derecha, cuya máxima expresión fueron los escuadrones de la muerte, y el propio golpe de Estado.
Entre La Habana y Taipéi
El año 1967 —explica la autora— es un punto de inflexión en la historia del Uruguay, ya que después de las elecciones del año anterior volvió al gobierno el Partido Colorado, con una nueva Constitución que estrenó el respetado general Óscar Gestido, y despertó la expectativa de un cambio de rumbo luego de varios años de crisis económica y social.
La crisis —que Gestido pretendió dominar con ideas desarrollistas ya abandonadas cuando asumió su sucesor, Jorge Pacheco Areco— coincidía con la existencia de dos fuerzas enfrentadas y la fuerte presencia de dictaduras en Argentina y Brasil. Por un lado, en La Habana se habían reunido la Tricontinental y la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas), mientras que en Taipéi (Taiwán), con representantes de 60 países, había nacido la Liga Mundial Anticomunista.
Broquetas advierte que el año 1967 aún no ha sido bien estudiado y que debe ser redimensionado para comprender la escalada autoritaria que llevó a la dictadura frente a las utopías revolucionarias en boga y para “explicar la diversidad de intereses y proyectos que convergieron en la solución golpista de 1973”.
Igual que antes Bucheli, la investigadora se topó con el problema de “la subrrepresentación de las derechas en el relato histórico”. Para sustentar su investigación, además de la prensa (sobre todo La Mañana, El País y El Popular), recurrió a jugosos informes del Departamento de Estado de los Estados Unidos y a los archivos de inteligencia militar y policial (SID y DNII) con los que pudo rellenar huecos y así ofrecer un panorama desde lo micro hasta la alta política, ya que una de las características de este trabajo es que aporta también una amplia visión de lo social.
Las referencias a Taipéi sirven a la tesis de la existencia de una guerra contra el comunismo a escala mundial, pero en el caso uruguayo la historiadora advierte que “el libro aspira a demostrar que esa guerra tuvo una dimensión más simbólica que empírica, lo que no quiere decir falsa ni liviana”.
“Pasados de moda”
El libro combina crónicas policiales con análisis políticos. Por ejemplo, el embajador de Estados Unidos, Henry Hoyt (que falleció en Montevideo 10 días después que Gestido), informó a Washington que los ministros Amílcar Vasconcellos y Luis Faroppa “representan un pensamiento colorado pasado de moda”, una idea compartida por Jorge Batlle, que alentó el fracaso de Gestido y los rumores de golpe.
Aún en vida del general —explica la autora— el sector duro dominante aplicó una política que agudizó el enfrentamiento con los sindicatos. Luego, además de ilegalizar al Partido Socialista y a otros grupos, el gobierno comenzó a gobernar bajo el régimen de medidas prontas de seguridad.
Broquetas analiza entonces el papel que cumplieron las organizaciones de padres y vecinos “demócratas” en los liceos, que en 1968 sufrían una fuerte agitación por el aumento del boleto estudiantil. Dos años después, en 1970, la enseñanza media fue intervenida, coincidiendo con el comienzo de la actuación de la JUP en todo el país.
Para ese entonces tenía fuerte influencia el movimiento tupamaro, que en la enseñanza se expresaba por medio del Frente Estudiantil Revolucionario-68 (FER 68) en disputa con la Unión de la Juventud Comunista (UJC) y otras fuerzas.
“La universidad es tan radical que parece ser inabordable; las escuelas secundarias no funcionaron por seis meses en el último año académico; el 52% de los 60 tupamaros más buscados tienen menos de 25 años”, informó a su gobierno el nuevo embajador estadounidense Charles Adair al comenzar 1971.
Fue en ese clima que la Juventud Salteña de Pie se convirtió en un potente movimiento nacional alentado desde las radios Rural y Carve y el diario La Mañana, poco después de que los tupamaros mataran al asesor policial estadounidense Dan Anthony Mitrione.
Al año siguiente, el movimiento se tornó violento, sobre todo en Montevideo, con asaltos a liceos, asesinatos y golpizas en zonas aledañas, aunque no queda claro quiénes fueron los autores, porque había varias “barras” y no todas respondían a la sede de la JUP de 18 y Vázquez.
Desde la embajada estadounidense —sostiene Broquetas— se veía con muy buenos ojos la aparición de esta agrupación, que a juicio del embajador Adair estaba “ofreciendo por primera vez en años la primera resistencia efectiva a la dominación de la izquierda en el sistema educativo”.
A golpe de cachiporra, piñas americanas, armas de fuego y complicidad policial, el movimiento apostaba fuerte a “la recuperación del valor de la familia y los roles de género tradicionales, la reivindicación de la cultura criolla y la defensa de la religión católica y el derecho a la propiedad”.
En paralelo, ya en 1968 había comenzado una fuerte ofensiva contra “el problema sindical” que incluyó militarizaciones, flexibilización de despidos y promoción de sindicatos “libres” con aporte de fuertes recursos económicos desde Washington.
El libro describe también el protagonismo de los “bastiones del conservadurismo religioso” en busca de frenar el triunfo de la “revolución marxista”, una intervención que tuvo como víctimas mortales a varios militantes cristianos.
El conservadurismo religioso iba de la mano de la defensa de los “valores morales” que se mostraba en el relajamiento en los liceos, pero también en expresiones artísticas como el cine, el teatro, la literatura e incluso el periodismo.
Un corresponsal de El País se quejaba entonces de que “la revolución sexual en el mundo ha conducido a que la mujer sea vista cada vez menos como madre, esposa, hermana o hija”, mientras que ya en 1969 la canción Disculpe interpretada por Los Nocheros se había convertido en un hit.
Frenar al Frente
“Aunque un golpe de Estado estaría más en la línea de nuestros intereses que un gobierno del FA, preferiría que nos anticipáramos con algunas acciones tendientes a garantizar la derrota del Frente Amplio en las elecciones a no hacer nada y arriesgarnos a un golpe militar, lo que les daría a los estudiantes, tupamaros y comunistas otra acusación para usar en nuestra contra”, informaba en 1971 el embajador Adair a su superior.
Entre muchos otros ejemplos, Broquetas releva el contenido del poco conocido semanario Tiempo, que comenzó a publicarse en 1970 con una agresiva campaña contra “el frente popular de los comunistas”.
La última parte del libro incluye un detallado relevamiento de la ya conocida violencia de ultraderecha con tinte antijudío, vínculos estrechos con la Policía y las Fuerzas Armadas e intervención de agentes estadounidenses, brasileños y paraguayos que pavimentó el camino al golpe de Estado. Un golpe que fue visto por una parte de la sociedad como “un momento de ilusión: una oportunidad para el tan mentado desarrollo económico y un hito para la contrarrevolución de la orientalidad y el nacionalismo”.