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    'Lecciones', última novela de Ian McEwan

    La publicación de la obra más reciente del maestro inglés marca un nuevo mojón en su trayectoria: de tan extensa, corre el riesgo de volverse insulsa

    La más reciente novela del inglés Ian McEwan, Lecciones (Anagrama, 2023), arranca con uno de los momentos que marcaron la vida de su personaje central, Roland Baynes. Siendo adolescente, casi niño, es toqueteado por su profesora de piano, once años mayor que él, mientras practica unas escalas sin mucho entusiasmo. La cosa pasa a mayores y los dos se convierten en amantes hasta que cumple 14 años, momento en que su profesora le propone matrimonio y Roland se niega. Es la época de la crisis de los misiles de Cuba, y Roland está ansioso y preocupado. De hecho, muchas cosas futuras lo dejarán ansioso y preocupado, y esa es la tónica de la novela: la vida de Roland se desarrolla con la historia reciente como fondo, y sus vivencias personales se mezclan con los acontecimientos de la época: se pone muy ansioso durante el incidente de Chernobyl ante la posibilidad de que una nube radioactiva cubra Inglaterra. Por casualidad, está en Berlín al momento de la caída del Muro. Al final del libro es la pandemia de Covid-19 la que le dicta su forma de vida (como a todo el mundo).

    Mientras pasan todas estas cosas (y varias más, si algo define al siglo XX es que no tuvo mayores momentos de calma), la vida personal de Roland tiene sus propios altibajos. La relación con su profesora de piano lo marcó para siempre, pero años después, cuando la policía le pide que dé datos de la mujer que abusó de él, prefiere no hacerlo. Se casa por primera vez con otra profesora, esta vez de alemán y de su edad, pero la mujer lo abandona a él y a su hijo de siete meses, vuelve a Alemania y se convierte en una novelista de éxito. Roland hace una carrera modesta como pianista y poeta, cría a su hijo lo mejor posible, descubre que tiene un hermano al que dieron en adopción de niño, en fin, la va llevando. La pandemia y su segundo y reposado matrimonio le dan oportunidad para reflexionar sobre la vida, los tiempos que le tocaron vivir y todo lo demás.

    Se trata de la novela más ambiciosa y extensa de McEwan (579 páginas en su edición en español) y tal vez la más personal. Como su personaje, McEwan vivió en Libia de niño, tiene la edad de Roland (76 años al día de hoy), tiene un hermano seis años mayor de cuya existencia se enteró ya de mayor en 2002, y otros detalles. No se sabe si abusó de él una profesora de piano a los 12 años, pero todo puede ser.

    Ni la ambición ni lo personal del tema son detalles menores, tomando en cuenta la profusa carrera de McEwan. Su primera novela, El jardín de cemento, la publicó en 1978, y desde ese momento se convirtió en una de las principales plumas de Inglaterra. Lecciones, originalmente editada en 2022, es su novela número 18, a lo que hay que sumarle tres recopilaciones de relatos, además de un par de libros infantiles, otro par de obras de teatro y alguna publicación menos clasificable. Un montón de libros.

    ¿Acaso Lecciones es una novela floja o mediocre? En lo absoluto, McEwan tiene demasiada solidez y oficio como para entregar un mal libro. Y tal vez sea ese el problema: está escrita con más oficio que pasión o genio. ¿Es relevante, necesaria, imprescindible? Bueno, ahí empiezan las preguntas difíciles. McEwan escribió, sin duda, varias novelas que cumplen con esos requisitos. Pero hace mucho. Su última media docena de libros, o más aún, toda su producción en lo que va de este siglo, no es para nada intrascendente pero sí amorfa, indistinguible. Solo sus devotos seguidores, o los muy comprometidos con la narrativa inglesa, podrían citar de memoria sus títulos y resumir sus tramas. McEwan, podría temerse, escribió demasiado, arrastrado por ese trajín editorial moderno que obliga a sacar un libro cada par de años, incluso a las mejores plumas.

    Y no es el único.

    El club del mucho

    Allá por 1983 la prestigiosa revista inglesa Granta armó una lista con los autores jóvenes que, decía, iban a renovar la narrativa del país. Y tuvo un ojo excelente, al menos en esa lista. Más adelante repitió la jugada con sucesivas generaciones y en distintos países (incluyendo seleccionados latinoamericanos), pero nunca con semejante grado de acierto. La lista del 83 incluía, además de a McEwan, a Kazuo Ishiguro (que ganó un Nobel), Salman Rushdie (que perdió un ojo), Martin Amis, Julian Barnes y Graham Swift, entre varios otros.

    Casi todos ellos fueron adoptados en los siguientes años por la editorial española Anagrama, lo que implicó que tuvieran una amplia difusión en español, incluso en nuestro país, donde, desde los años ochenta, el sello tiene una distribución local modélica. Y a los de la generación Granta se pueden sumar algunos nombres que se les escaparon o iniciaron su carrera algo después, como Hanif Kureishi, Irvine Welsh o Nick Hornby. Todos ellos se convirtieron en “autores de la casa” de Anagrama, y, gracias a la distribuidora Gussi, en presencias habituales en las librerías de nuestro país. Durante la década de los ochenta y los noventa entregaron una cantidad insólita de novelas brillantes, relevantes, interesantes. Cualquier buen lector atento podía tener en su casa un estante nutrido con la mejor narrativa inglesa de la época. Y seguirle la pista.

    Pero todos ellos siguieron publicando, hasta el día de hoy. Salvo Amis, claro, que murió en 2023, y Kureishi, que está muy enfermo. Todos continuaron cumpliendo sus compromisos editoriales, sus plazos, su papel como autores relevantes, su deber necesario para seguir en el candelero, para mantener lugares de privilegio en las librerías, para ser reseñados en Granta y en las revistas literarias que aún sobreviven. Todos son (Amis era) solventes, talentosos, capaces de escribir con soltura y gracejo. Ninguno publicó nunca una mala novela. Pero aquella explosión de genialidad colectiva deslumbrante de hace 30 o 40 años se convirtió en un ritual, una costumbre, si no en algo predecible, al menos esperable. Antes se aguardaba una nueva novela de cualquiera de ellos como la posibilidad de algo nuevo, salvaje, maravilloso. Hoy es la llegada de… la “última novela” de cualquiera de ellos. Una más a sumar en la larguísima lista.

    Veamos. Tomando en cuenta solo las novelas, sin contar recopilaciones, ensayos y misceláneas, nos encontramos con que McEwan tiene 18 publicadas. Rushdie, 12. Ishiguro (el menos prolífico, pero con el Nobel en una repisa), ocho. Amis, lista cerrada, 15. Barnes, 14. Swift, 11. Hornby, 11. Welsh, 12. Kureishi, posiblemente lista cerrada, 12. Nueve autores, que entre todos acumulan 113 novelas. Aquel estante que era el solaz y orgullo del lector de los noventa se convirtió en toda una biblioteca nutrida, casi toda ella compuesta por los lomos del color amarillito pálido que Anagrama usa en su colección principal desde el alba de los tiempos. Un mazacote de papel impreso indiferenciable.

    Hubo una época que arrancó a fines de los setenta y se estiró casi hasta el final de los noventa, en que la literatura inglesa era un río potente, bravío, imposible de represar, en el cual el lector se zambullía a su propio riesgo con la expectativa de ser arrastrado y zarandeado rumbo a quién sabe qué lejanos, ignotos e insondables océanos narrativos.

    Pero el tiempo pasó, y aquel río espumoso hoy se convirtió en una plácida laguna confiable y serena, cuya superficie apenas es alterada por el chapoteo ocasional de un pescadito. Unos patos nadan cerca de la orilla. Las plantas acuáticas se mueven suavemente por la brisa. Algunos días en verano, cuando hace mucho calor, huele levemente mal.