Mi nombre es Silvana Tanzi y esta es una nueva entrega de Algo que quiero contarte, una newsletter de temas culturales. Si tenés comentarios o sugerencias podés escribirme a [email protected]
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Entra el prisionero, le hacen sacar la camisa y dar vueltas con el torso desnudo. Detrás de un vidrio, su abogado y un teniente quedan hipnotizados con su figura imponente y musculosa llena de tatuajes. Uno le dice al otro: “No sé si mirarlo o leerlo”. El prisionero se llama Max Cady, fue condenado a 14 años de cárcel por agresión y violación sexual y está por salir de prisión. Él quiere vengarse de su abogado por haber ocultado información en el juicio que le podría haber acortado el encierro. Y todo su cuerpo habla de esa venganza, con dibujos e inscripciones bíblicas mezcladas con clamores de justicia. La escena pertenece a Cabo de miedo (Martin Scorsese,1991), una de esas películas que no se olvidan, sobre todo por la interpretación de Robert De Niro como ese hombre chalado, un psicópata aterrador con cuerpo carcelario, que se tatuó su venganza durante más de una década.
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Universal Pictures
Me fui a buscar si los tatuajes de De Niro eran reales o un maquillaje, y me asombró la cantidad de personas que han estudiado el significado de cada uno. Los tatuajes sí fueron reales, no pudieron usar pintura o calcomanías porque las escenas finales las filmaron en el agua y se podían borrar. Utilizaron una tinta vegetal más fácil de quitar, pero igual tuvieron que usar láser. Todo sea por una gran película.
Quitarse un tatuaje es doloroso y lleva tiempo. Por eso generalmente quienes se arrepienten lo que hacen es transformarlo. Eso hizo Johnny Depp, quien tan enamorado estaba de Winona Ryder que se tatuó en su brazo derecho: “Winona Forever”. Pero el amor no fue “forever” y cuando se terminó decidió borrar algunas letras y quedó “Wino Forever” (“Vino para siempre”). Bueno, era muy joven, hay que perdonarle la falta de ingenio.
¿Alguna vez te tatuaste? Si está en tus planes hacerlo, tenés que saber que quien se tatúa una vez reincide otra vez y otra y otra. Tantas veces como le permita su presupuesto o su tiempo o su estilo de vida. Eso me contaron personas a las que entrevisté y generosamente me regalaron sus experiencias para esta newsletter.
Una promesa
Guillermina se hizo su primer tatuaje en 2019, cuando tenía 17 años. Después se tatuó otros dos y ahí se detuvo. Pero aquel primero es muy especial porque tiene una historia familiar detrás. “El día que me fui de viaje de 15 mi papá tuvo un episodio, se empezó a olvidar de cosas, como del nombre de sus socias de hacía 20 años. Cuando fue a atenderse, le encontraron un tumor. Era una malformación benigna, pero como seguía molestando, decidieron operarlo. Antes de la operación, que fue en 2018, con mis padres dijimos que si salía todo bien nos íbamos a hacer un tatuaje los tres juntos. Mi padre ya tenía algunos en el brazo, pero mi madre y yo no”.
La operación salió bien y entonces cumplieron la promesa. Se hicieron un tatuaje pequeño, que Guillermina tiene a la altura de la clavícula, y representa La creación de Adán de Miguel Ángel. Fue una elección de sus padres, que son muy religiosos.
El segundo se lo hizo con su hermana, pero dice que ese no tiene mucha historia. Es un pin (una alfiler de gancho) también pequeño en su brazo. El tercero lo tiene en el costado de su cuerpo y ese es el que no le gusta. “Creo que me empecé a ver a mí misma con algunos vestidos y no quise que se viera el tatuaje. Te parecerá una bobada, pero me imaginé con vestido de novia y no me gustó”.
Guillermina es estudiante de Comunicación y se siente parte de una generación tatuada. "Unos compañeros estaban haciendo un trabajo sobre tatuajes y preguntaron a la clase quiénes se habían hecho alguno. Creo que todos levantamos la mano".
Ella piensa que sí hay arte en los tatuajes porque son una forma de expresión tanto de quien lo hace como de quien lo recibe. “Tengo amigos artistas que tatúan, hacen piezas propias y después la llevan a la piel de alguien. Yo lo hice como forma de conectarme con la gente que quiero”.
Tropezón de principiante
Apenas cumplió los 18 años, Agustina se hizo su primer tatuaje. Se lo hubiera hecho antes, pero su madre no la dejaba. Y como la rebeldía va unida al desborde, se tatuó todo el hombro con un indalo, una figura rupestre de un hombre que abraza al sol. Aquella no fue una linda experiencia. “Me lo hizo el novio de una tía que recién empezaba a tatuar. Con el tiempo entendí por qué mi madre no me dejaba, pero en ese momento me pareció una idea genial”. El tatuador principiante usó un trazo grueso y negro que después fue perdiendo el color. “El negro y el rojo son los que menos pierden pigmentación, pero como el tatuador estaba recién empezando, quedó medio gris”. El tatuaje mide unos 5 centímetros de alto y otros 5 de ancho. Pensó sacárselo en algún momento con láser, pero no se anima.
Pero Agustina no abandonó los tatuajes, claro que ahora va a tatuadores experientes, que son artistas. Hasta el momento tiene ocho en brazos y piernas, aunque a veces se olvida de cuántos son. Se ha tatuado mariposas en espejo, una en cada brazo y con estilos diferentes, un granito de café, una palta con carita, como si fuera una caricatura, igual que un cerdito cerca del codo, y un limón que se hizo en Francia. También se tatuó a su gata con un estilo realista. "Mi idea es un día tener todo el cuerpo con tatuajes en espejo", dice.
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Mariposas en espejo de Agustina
“Son un poco adictivos. Una vez que te das cuenta de que no duelen tanto, te querés hacer otro. Yo tengo la piel sensible, pero no tuve dolor, salvo en el primero”. Ahora Agustina tiene 30 años y se dedica a la pastelería y a la estética, además de estudiar Comunicación. “Para mí es cierto que la piel es un lienzo para el tatuaje. No solo se expresa el artista que pasa horas diseñando, sino que refleja la personalidad de quien lo lleva”.
Hasta hace unos meses, Agustina estuvo viviendo en Francia y cuenta que allá los tatuajes son carísimos, casi el triple que en Uruguay. Por el tatuaje del limón, pagó 160 euros y es mediano, de 4 x 3 centímetros. "En Francia hay una gran mezcla de culturas y los musulmanes, por ejemplo, no se tatúan por temas religiosos. Pero los franceses sí, si lo pienso rápido mis amigas francesas todas están tatuadas. Una de ellas todo el cuerpo”.
Sin dudarlo, dice que sí se va a seguir tatuando. ¿Piensa en el futuro, en cómo le quedarán los tatuajes con los años? “A veces, pero cuando me los hago no pienso en cómo se verán con mi piel arrugada. Los estoy disfrutando ahora”.
El corazón y la piña
“Emocionalmente tendría muchos más tatuajes, tendría todo el cuerpo tatuado. Pero mi responsabilidad con las decisiones de la vida me frena”, dice Victoria que es politóloga. Desde adolescente quiso tatuarse, pero el primero se lo hizo recién a los 30 años, en 2018. Y también es un tatuaje con historia: es un corazón anatómico en el brazo izquierdo, cerca del corazón.
La historia dice así: A Victoria la criaron sus padres y también su madrina, vivía medio tiempo con cada uno. “Cuando mi madrina se operó del corazón, a mí me movilizó mucho. Su operación fue en julio y yo quise agendar con una tatuadora, que se llama Iliana, pero como se iba de viaje, me agendó para octubre. Mi madrina murió el 25 de octubre y yo me tatué el 30. Todo se cargó de un simbolismo muy grande”.
Su corazón anatómico se lo hizo cuando no eran tan usuales. Es un tatuaje grande, de unos 15 cm de largo y unos 8 de ancho. “Me dolió un montón, pero son como esos dolores un poco adictivos. Es continuo y tiene algo de masaje, al final es placentero”.
En 2019 llegó su otro tatuaje que se lo hizo con su mejor amiga. Es una piña (de pino, no de las que se dan con el puño)l. “Nuestra amistad comenzó en Parque del Plata y los pinos son parte del paisaje. Yo me lo hice en el brazo derecho y ella en el izquierdo, cuando vamos caminando juntas las piñas se rozan. Es algo muy adolescente, lo sé, yo ya tenía 31 años, ¿pero cuándo uno deja de serlo?”.
Ahora Victoria quiere hacerse un tatuaje que tenga que ver con su hija Sofía, pero no quiere tatuarse su nombre, sino algo simbólico. “Yo celebro que la gente pase por una casa de tatuajes y se pinte una carita feliz o lo que quiera en ese momento. Pero por algún motivo yo lo pienso mucho, que sea determinado dibujo, con agujas de tantos milímetros. Cuando me hice el corazón anatómico, quería que usaran una aguja que aún no había llegado a Uruguay, por eso también se retrasó mucho ese tatuaje”.
El precio de un tatuaje está asociado a la calidad de quien lo hace, a su fama y experiencia en diseño o ilustración. “Si lo pensás como un objeto decorativo que permanecerá para siempre en tu cuerpo, no son caros”, dice Victoria y recuerda que el corazón anatómico le salió 200 dólares. “Claro que en el mercado por 1.000 pesos te tatúan algo”.
A ella no le preocupa la piel envejecida, sino la trayectoria hacia la vejez. “Me preocupa el intermedio, la expectativa social de mantenerse bien. Después de haber tenido una bebé, veo que ese intermedio es lo que está menos resuelto en la sociedad. Me parece hermoso que los cuerpos tengan los rastros de lo que fue su trayectoria vital. A veces veo veteranos en la playa con el cuerpo tatuado y no se distingue entre los pliegues qué es el tatuaje, pero me encanta que los cuerpos tengan algo para contar”.
Juan, el hombre ilustrado
Ray Bradbury pensó que los tatuajes contaban historias. Entonces creó un personaje hermoso: un hombre cuyo cuerpo está cubierto de tatuajes y cada uno es un relato. Así surgieron los cuentos más memorables de Bradbury que se reúnen bajo el título El hombre ilustrado, personaje que nutre cada historia.
En la monumental novela del escritor estadounidense John Irving, Hasta que te encuentre, el protagonista busca durante toda su vida a su padre, un organista que abandonó a su madre cuando estaba embarazada. Lo que sabe de su padre es que es adicto a los tatuajes, que se tatúa canciones y relatos y que exige perfecta caligrafía y puntuación. Sabe también que no le quedan más centímetros de piel libre de tatuajes. La novela es apasionante, extensísima (más de mil páginas). El hijo va conociendo al padre a través de la historia de sus tatuajes.
Como el personaje de Bradbury y de Irving, Juan es un hombre ilustrado. Si fuera por él, tendría todo el cuerpo tatuado. Y en un futuro no muy lejano seguro lo tendrá. “Empecé hace 20 años y los tatuajes tienen distintos significados: son talismanes que funcionan como recordatorios de acciones, sucesos o valores que considero importante tener presentes. Algunos tatuajes representan todo lo que no tengo, todo lo que busco y quiero obtener. En otros, todo aquello en lo que debo trabajar en mí”.
Juan ha dedicado años al budismo, en Uruguay y en el exterior. Y sus tatuajes nacen de su interior, de su espiritualidad ligada a la cultura oriental. “Mi primer tatuaje fue un pez koi, muy popular en el estilo irezumi (japonés tradicional). Cuando me lo hice, me pregunté: ¿por qué no hice esto antes? De inmediato se transformó en una adicción. No podía parar de tatuarme”.
Él disfruta mucho de cada etapa del proceso. De la elección de los temas, del diseño, de las figuras, los colores, los pinchazos, el sonido insistente de la máquina de tatuar y de los distintos niveles de dolor que se siente durante una sesión y hasta de la cicatrización y el posterior cuidado del tatuaje.
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Tiene ambos brazos tatuados con un estilo diferente: el izquierdo tiene un diseño irezumi; el derecho sigue mayormente un estilo llamado old school o tradicional, que replica formas y temas de los tatuajes que se hacían los marineros a principios del siglo XX, combinado con diseños de new school o neo tradicional. También tiene diseños tradicionales en el pecho y en la zona de las costillas.
En su cuerpo hay:
- Un pez koi, símbolo de la perseverancia, que eligen quienes quieren un estilo irezumi.
- Una flor de loto, que en budismo simboliza el despertar.
- Mucha agua que moldea y atraviesa rocas, que es una referencia al Tao Te Ching.
- Una representación de Lao-Tse, a quien se le atribuye el Tao Te Ching, montando un buey.
- La reproducción de un retrato antiguo de Confucio.
- Una Catrina, “como recordatorio de que esa calavera fue lo que soy y que yo seré lo que ella es”.
- Un búho, que representa la sabiduría y el conocimiento.
- Una carabela, que es una alegoría del impulso de salir a navegar.
- Rosas y flores de cerezo.
- Una pantera.
- Un mandala.
- Un vegvísir, también conocido como “brújula vikinga”, que supuestamente ayudaba a los vikingos a navegar.
- Una katana.
- Una mano que sostiene un cráneo, una especie de síntesis de una escena de Hamlet. “Es una cita visual a Shakespeare y una conexión con uno de los libros que me cambió la percepción sobre la vida".
—¿Algún arrepentimiento?
—No sé si arrepentimiento, pero hay algunos tatuajes que no me gustan. La pantera, por ejemplo, me parece que tiene un tamaño muy grande para la zona del cuerpo donde está: iría mejor en el pecho o en la espalda. Creo que me dejó de gustar apenas apareció tras la cicatrización. Tampoco me gusta mucho el koi. Y la katana, además de tener una técnica un poco descuidada, luce desproporcionada, creo que es un mal tatuaje. Cuando tenga plata pienso modificar, en la medida de lo posible, estos últimos tatuajes antes de hacerme otros. Si tuviera más plata, cubriría casi todo mi cuerpo.
En Villa Valentina
En el barrio Arroyo Seco hay un centro cultural llamado Villa Valentina (@villadelacultura) que funciona en una casa de 1900. Allí se encuentra Soberana (@soberana), el estudio de Iliana Pena, tatuadora desde hace ocho años, y de su socia Camila Barraco, dueña del centro cultural.
Iliana es diseñadora y durante muchos años se dedicó a la ilustración y también pinta al óleo. Ili, como la llaman quienes la conocen, fue la tatuadora del corazón anatómico de Victoria y de su piña melliza.
“Creo que hay una diferencia entre simplemente tatuar cualquier diseño que la gente saca de Internet, o generar una pieza con tu estilo. Eso es lo que hace la diferencia artística del tatuaje. Quienes vienen a tatuarse buscan mi estilo y mi impronta. A veces vienen con un concepto, por ejemplo una pieza botánica para hacerse en el brazo, entonces les armo un diseño personalizado”.
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Cuenta de Instagram, @iliana.ink
Iliana no conoce a nadie que se haya hecho solo un tatuaje. Una vez que se deciden, regresan. Ella trabaja como máximo cuatro horas, a veces cinco, porque es el umbral máximo de tolerancia al dolor. “La mayor cantidad de horas que tatué no fue acá en Uruguay, sino en Berlín, cuando estuve de gira. Fueron ocho horas seguidas en la pierna de una chica y realmente fue un exceso”.
Hay zonas del cuerpo más sensibles y el tatuaje duele más. “El dolor también es parte de lo que hace que la experiencia quede tan grabada. No es solo la obra en la piel, sino a nivel psicológico, que estés preso a cierto nivel de dolor”. En teoría toda la piel se puede tatuar, pero hay zonas en las que Iliana no trabaja. “A esta altura de mi carrera elijo zonas en las que me siento cómoda. Trato de no tatuar costillas, porque es muy doloroso y hay mucho movimiento, tampoco cuellos ni rostros. Es una política personal. Tampoco le hago un tatuaje en la mano a una persona que nunca se hizo ninguno. Yo hace ocho años que soy tatuadora y no tengo en las manos. Es una zona muy visible y tomar la decisión de tatuarte está alineado con que tengas cierta estética y que no interfiera con tu trabajo o con lo que quieras hacer. Los tatuajes en la cara están de moda y me gustan, pero no los hago porque puede ser limitante para una persona en ciertos contextos”.
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Cuenta de Instagram, @iliana.ink
Tampoco hace remoción de tatuajes, porque implican un proceso largo, doloroso y costoso. Sí puede cubrirlos para transformarlos en algo nuevo. ¿Son caros? Sí y no. “Los costos son muy particulares, de cada artista, no hay un arancel ni consenso. Va a depender de la experiencia de la persona, de su desarrollo, de si trabajó en el exterior. Acá estamos atrás en la valorización económica del arte, en todas sus manifestaciones. En Europa he trabajado en estudios y cobrado 500 euros por un tatuaje mediano, de 20 centímetros. Los de 40 centímetros 800 o 900 euros. Es el trabajo de un día. En Estados Unidos es más caro todavía. Con algunos colegas estamos tratando de alinearnos para que se valorice más el trabajo”.
Como en general lo hacen quienes son tatuadores, Iliana se formó con otros, sobre todo en el exterior. “Es un oficio sin escuela ni centro de formación. Se aprende con otra persona que te transmite el conocimiento. Aprendés mucho en el exterior, en contacto con artistas que se dedican hace 20 años a algo diferente a lo que vos hacés y te nutrís de esos colegas”. Para Iliana es importante la formación personal. También hacer el curso en bioseguridad del MSP para tener en cuenta la higiene, la contaminación cruzada, la responsabilidad.
Vuelvo a Juan y me quedo con algunas imágenes de sus tatuajes, como la del agua que moldea y atraviesa las rocas dibujadas en su piel. “Es una referencia al Tao Te Ching”, me cuenta. Y me regala una cita: “No hay mayor suavidad que la del agua, que desarma a la piedra con caricias. La suavidad derrota a la dureza y a la fuerza se impone la ternura”.
Es preciosa, ¿verdad? A lo mejor me inspira y me animo a hacerme un tatuaje. Pero primero tengo que trabajar con mi miedo a las agujas.
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Antes de despedirme, te dejo mis recomendaciones: la programación 2025 de la Comedia Nacional, que se presenta muy atractiva, y esta nota de Juan Andrés Ferreira sobre Grandes infelices, un podcast de lujo con historias de escritores.