La tiranía de las expectativas
Antes de seguir, una pausa para ofrecer un mejor contexto al asunto del nombre del podcast. Proviene de la primera novela de Peña, Infelices (Blackie Books, 2019), que había escrito casi tres años antes de su publicación, cuando no pasaba por el mejor momento de su vida. Tras haber trabajado durante años como asesor político y escritor de discursos, una labor que lo hacía profundamente infeliz, Peña encontró en la escritura una vía de escape. Sin embargo, el corazón de la inspiración para Grandes Infelices llegó en 2021, cuando Peña decidió honrar la memoria de su padre y sus conversaciones sobre libros en Tinta invisible.
Nacido en La Coruña en 1979, Peña se licenció en Ciencias de la Información, ejerció el periodismo durante casi 10 años hasta que empezó a trabajar como asesor político en la Xunta de Galicia, primero dentro de la Consejería de Cultura, luego en Trabajo y Bienestar. Su labor: escribir discursos. Llegó a escribir más de mil. Y era, dice, muy infeliz haciéndolo. “Lo que hacía todos los días era escribir discursos a una consejera a la que odiaba con toda mi alma”, dice desde la pantalla en su casa en Santiago de Compostela, donde vive desde hace más de 20 años, cuando se mudó para estudiar la licenciatura. “Cuando escribes discursos tienes que meterte en la cabeza de otra persona, a modo de escritor fantasma, y yo tenía que meterme en la cabeza de la persona que más detestaba en el mundo. Eso ya era bastante duro. Luego, mi mejor amiga, que trabajaba conmigo, enfermó de cáncer. Entonces, necesité, en vez de ir a terapia, escribir una novela”.
Esa novela, celebrada como una revelación, recibió el reconocimiento de la crítica y estuvo entre las mejores ficciones del año de varios medios. “Se trata de cinco personajes que más o menos tenían mi edad, 35, 36 años, y que habían fracasado. Infelices es eso, una novela sobre la tiranía de las expectativas”.
Blackie Books quiso publicar Infelices apenas recibió el manuscrito. Pero son varios los elementos que intervienen en la cadena de edición de un libro, por lo que, entre correcciones, maquetaciones, pruebas y ajustes en los calendarios de publicación, Infelices llegó a las librerías tres años más tarde, tiempo suficiente como para que Peña escribiera una segunda novela, Agnes, publicada también por Blackie Books en 2021.
Y es precisamente en 2021 donde puede hallarse el germen del podcast. La intención: enfocarse en las historias de vida de algunos autores y relacionar esas historias con determinadas obras de esos autores. Fue una forma de extender, de ampliar el diálogo con su padre. Y de hacer partícipe de ese diálogo a otras personas. Por eso, cuando presentó el proyecto a su editorial, no hubo dudas acerca de cuál sería el título. “Es que al principio el podcast era un poco pensando en los lectores que yo tenía en España, lectores que me conocían por Infelices”. De hecho, la primera imagen del podcast, la que se presenta a lo largo de toda la primera temporada, está estéticamente enlazada a la portada del libro. “Nos gustaba ese título, primero, por la referencia a la obra por la que yo era conocido en ese momento y, segundo, porque nos gustaba el doble significado: por un lado, de gente muy infeliz pero también gente muy grande en la literatura. Para mí, muchas veces lo más difícil es buscar un título, y este creo que encajaba muy bien”.
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Narrativa
Parte del atractivo de Grandes Infelices es que realmente ayuda a entender mejor, o de una manera más amplia, las motivaciones de los artistas detrás de sus obras. Si bien todos los episodios generan gran interés, hay algunos que son verdaderas joyas.
Por ejemplo, el de Yukio Mishima, presentado por medio de un doble camino, que Peña titula La espada y la máscara, en homenaje a la antropóloga estadounidense Ruth Benedict y su ineludible El crisantemo y la espada: los patrones de la cultura japonesa.
El episodio dedicado a Virginia Woolf, que emula esa especie de plano secuencia con que se inicia La señora Dalloway, es magistral. Para el tercer episodio de la segunda temporada, sobre Fernando Pessoa y el Libro del desasosiego, Peña “invitó” al investigador Fernando Pinheiro, de la Cátedra Pessoana de la Universidad de Santiago de Compostela. El catedrático desgrana la obra mayor de Pessoa junto a 14 personajes salidos de la cabeza del escritor que contenía multitudes. Aparecen Chevalier de Pas, su primer heterónimo, que creó a los seis años; David Merrick, que escribía en inglés (Pessoa escribió en inglés durante buena parte de su vida, incluso, sus últimas palabras fueron redactadas en ese idioma); el doctor Gaudêncio Nabos, que cultivó la prosa humorística, y el psiquiatra Faustino Antunes (que enviaba cartas a conocidos del poeta), además de Alberto Caeiro, Rafael Baldaya, Giovanni Angioletti, Álvaro de Campos o, por supuesto, Bernardo Soares, quien firma la obra mayor de Pessoa.
El capítulo enfocado en David Foster Wallace y La broma infinita es fragmentario, va hacia adelante y hacia atrás en el tiempo y, por supuesto, tiene notas al pie. Grandes Infelices sostiene que “a veces los escritores tienen vidas de novela, y no siempre de las felices”. A lo que también podría agregarse que en ocasiones esos escritores corren el riesgo de convertirse en lo que escriben, porque, precisamente, de vez en cuando escriben sobre sus temores. Toole y su repulsivo y a la vez atrayente Ignatius Reilly, una ingeniosa representación de sus grandes miedos. La galería de atormentados y lunáticos que habitan la obra maestra de Wallace, muchos de ellos salieron de la propia experiencia y de las íntimas pesadillas del autor, deformadas, agrandadas, llevadas al extremo, al punto que la principal batalla en la vida de Wallace fue contra sí mismo, contra su propio egocentrismo y hedonismo.
Y, lejos de idealizarlos, de glorificar sus desdichas o romantizar sus tormentos,Grandes Infelices desmonta mitos y echa luz sobre aquello que los hace parte de la familia humana. Pessoa y su inteligencia y sensibilidad conviviendo con su prácticamente nula habilidad para pensar y actuar de una manera práctica. Las inseguridades de Alejandra Pizarnik. Las luchas internas de Highsmith por “ser normal” para no defraudar a su madre (el capítulo de la autora de Carol es estupendo). Los antecedentes de enfermedades mentales en la familia de Toole, que en el último par de años antes de su suicidio el escritor había advertido que estaban replicándose en él. Las distintas maneras con las que Salinger intentó matar de hambre a su ego, a pesar de que a veces lo alimentaba de maneras poco sutiles.
Autores varios
Después de Vonnegut, de Highsmith, de Rulfo, de Toole, a partir de la segunda temporada el crecimiento del podcast fue demencial. Se generó una especie de comunidad, principalmente a través de las redes sociales (Instagram, por ejemplo). Fue entonces cuando Peña decidió abrir el juego. “Ya que ahora somos una comunidad y el podcast, aunque lo haga yo, es un poco de todos en ese sentido, por qué no hacer un autor que me lo piden 50, 60, 70. Si a mí ese autor me apetece y encaja en los criterios del podcast, y, si su historia me parece realmente interesante para contar, para investigar, por qué no hacerlo. Muchas veces, también esto me ha permitido descubrir autores que no eran tan próximos para mí o profundizar en otros que siempre me han gustado mucho, como Roberto Bolaño, Lucia Berlin o J. D. Salinger, y que los he hecho en esta cuarta temporada. Me gusta esa idea de que la gente lo comparta, y también jugar estos juegos de dar las pistas, esos extras que damos después, o sea, que no sea simplemente un programa de 40 o 45 minutos, sino que se cree una comunidad alrededor de estos autores, y que también se impulse la lectura”.
Justamente, los episodios de Bolaño y Berlin fueron los más difíciles de realizar, “salvando el de Salman Rushdie”, reconoce. “No es casualidad que hayan sido los más difíciles. No existe, hoy por hoy, una biografía como tal de ninguno de los dos. Existen documentos con partes de biografía, pero no una biografía al uso. Si quiero hacer un episodio sobre Sylvia Plath o Virginia Woolf, lo que tengo que hacer es seleccionar entre los miles de biografías que hay. Pero con ellos tenía que investigar muchísimo. Si una documentación me puede llevar dos semanas, en su caso me pudo llevar tres o cuatro, porque tenía que rebuscar mucho más. Y eso lo hizo especialmente difícil. El de Berlin lo conté como si fuera un manual de consejos para escritores de relatos cortos. Esa estructura fue la forma que encontré de disfrazar también que no tenía tanta información sobre ella. En el caso de Bolaño, diría que fue el más difícil, porque a la dificultad de encontrar los datos y de rebuscar, también tenía una dificultad añadida, y es que yo sé que la esposa y la última pareja de Bolaño y sus hijos viven en España y existen chances de que puedan escucharlo”. Pero, hasta ahora, no ha pasado nada de qué preocuparse.
Rentabilidad
“Sí, ese es el gran problema que tiene el podcast, que es muy poco rentable”, reconoce Peña. Siete días, 10 horas al día, es el tiempo que dedica a los infelices. “Es un trabajo, es lo que hago constantemente. Es una rutina de escritor, pero, bueno, es un proyecto también de divulgación. Tampoco me espanta la palabra divulgación. A veces me han llamado podcaster o, incluso, influencer. No me molesta, aunque me considero escritor. Si yo puedo contagiar o compartir mi pasión por la lectura y por la escritura, no me va a parecer mal, ¿no? Quiero decir: sí, para mí es un proyecto literario y de divulgación, las dos cosas al mismo tiempo”.
Cada episodio demanda unas tres semanas de trabajo, reconoce el autor. “Lo que más lleva es la documentación, evidentemente. Me paso el día entero leyendo biografías, documentos, las novelas que analizamos y las obras que las rodean. Cada capítulo es casi como si fuese un relato largo, una novela corta, quiero decir, que no lo tomo como algo periodístico, sino como algo literario. El guion, en la medida de lo posible, siempre lo analizo con unas estructuras, o como yo me plantearía para hacer un relato, pensando en la estructura, en el punto de vista, en el desarrollo de los personajes, en la creación de escenas, etcétera. Al final, si tú coges una biografía de cualquier escritor, de cualquier autor, de cualquier creador, casi de cualquier persona, los hechos claves son los mismos, nacen, crecen, se reproducen y mueren. Al final, si haces todas iguales, va a ser monótono”.
El método
Peña sostiene que su obsesión es “que la propia narrativa me permita distinguir unos capítulos de otros, y para eso intento buscar en la propia obra del autor, o en la vida del autor, elementos que puedan ser diferenciales”. Van ejemplos. “Pensando en esta temporada más reciente, cuando hago el programa de Elena Garro y pienso en que Los recuerdos del porvenir está narrado por el pueblo Ixtepec, entonces tengo la idea de que, como ella está vinculada con la masacre de Tlatelolco, pienso que sea la plaza de Tlatelolco la que cuente todo el episodio. Luego me doy cuenta de que esto es excesivo, de que podría perder al oyente, de que le pareciera demasiado experimental, y, aparte, ¿cómo sabría Tlatelolco lo que le pasó a Elena Garro y Octavio Paz en Tokio? ¿Tlatelolco podría saber lo que pasó justo ahí, en esos días? Y entonces hago esos 10 primeros minutos especiales de Tlatelolco y luego lo encajo con lo siguiente, como un guiño, pero que tiene que ver con la obra de Elena Garro”.
Otro ejemplo: el de Marguerite Duras. Durante la investigación sobre el proceso de El amante, Peña descubrió que, en un comienzo, iba a ser un libro de fotografías y pies de foto. El autor deconstruyó la historia y la narró a través de las fotografías que llevaron a lo que luego se convirtió en El amante. Peña también menciona el modélico episodio sobre Woolf. “Digo, ¿cómo hago Virginia Woolf, una persona, una escritora, de la que se ha escrito tanto y que sea algo distinto? Cuando estoy releyendo La señora Dalloway, vuelvo a esas 20 o 30 primeras páginas que me parecen tan brillantes y digo, joder, esto me parece un plano secuencia de Uno de los nuestros (título que recibió en España Buenos muchachos) o de Sed de mal (Touch of Evil), de Orson Welles. Digo, me parece puro cine y ¿por qué no hago esto?”.
Peña graba el podcast en su casa, por las noches. “Vivo en un bajo y por aquí pasan los coches y, si lo grabo ahora (es mediodía en España), entra el sonido. Entonces, lo grabo de madrugada, entre la una y las cuatro. Su esposa, Ana Carpintero, que no es profesional de la literatura, pero sí es profesional de la comunicación (trabaja en la televisión de Galicia), aporta su voz en la lectura de fragmentos de obras u otros documentos. “Es curioso. Como ella también tiene muchísimo trabajo, normalmente no se ha leído el guion antes de grabar. Ella hace los fragmentos antes de escuchar el podcast más o menos completo. Yo le tengo que explicar cada fragmento, lo que significa, en qué contexto está y, de algún modo, la dirijo también. Eso me divierte mucho, como si yo fuera un director dando indicaciones a una actriz. En el episodio de Elena Garro, se hablaba de que allí en Ixtepec mataban a los perros y había un fragmento en el que hablaba si habrá un cielo para los perros. Y le decía ‘tienes que estar más triste, tienes que estar más triste’. Y entonces, haciendo ahí de director del método, le recordé que el día anterior había estado en un refugio para perros y me había mandado una foto con un perrito, Rocky. Yo le dije: ‘Piensa que le disparan a Rocky’, y la pobre puso una cara de pena increíble y lo hizo supertriste después. Me sentí muy cruel, pero, bueno, la dirijo un poco así porque yo tengo mucho el podcast en la cabeza, el podcast que yo quiero”, dice entre risas. Después de que ella graba esos fragmentos, Peña los edita igual que sus partes y envía en bruto, sin música ni efectos, a un amigo que es músico, Santi Araújo, y ha editado muchos podcasts.
“A menudo tengo una o dos ideas sonoras. Yo qué sé, por ejemplo, si hago a Rulfo, pues le digo que quiero que suenen campanas de muerto cada vez que haya un muerto. Si hago el plano secuencia de Woolf, digo que quiero que cada vez que retomemos el plano secuencia, suene como si estuviera rodando la cámara. Cuando hacemos Duras le digo que quiero que suene como si se estuvieran pasando las hojas de un álbum de fotos, etcétera, etcétera. Le marco los sitios donde creo que eso debe pasar y luego, aparte de eso, también le dejo a él que sea libre de hacer el resto, porque es una persona que tiene muy buen gusto sonoro. Y una vez que ya está todo, él me devuelve el episodio ya montado, se lo paso a mi editorial, que es la que se encarga de colgarlo en redes y de distribuirlo”. Y ahí está, Grandes Infelices, en todas las plataformas.