El libro es azul, como la poesía, diría Rubén Darío, que lo tenía como el color de la belleza, y así tituló a su volumen de poemas más famoso. O azul como la música, diría Joni Mitchell, que le puso Blue a uno de sus discos. En este caso, Temporada de ballenas (Estuario, 2024) es una novela cargada de musicalidad y bellas imágenes, como la buena poesía, y una manufactura azul en su diseño —en las tapas, en el color de las letras y en las ilustraciones, a cargo de Lucía Boiani— que alude al agua, al mar y, claro, a las ballenas. Es el segundo libro de Tamara Silva Bernaschina (Minas, 2000), que obtuvo una mención de honor en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2023, más conocido como Premios Onetti, que otorga la Intendencia de Montevideo.
La escritora había sorprendido también en 2023 con su primer libro de cuentos, Desastres naturales, que ganó un incentivo a la edición del Instituto Nacional de Letras del MEC, llamado Felisberto, y además dos premios Bartolomé Hidalgo: el de Narrativa y el Revelación. En ese momento tenía 23 años y el conjunto de premiaciones fue tan alentador para las letras uruguayas como riesgoso para su autora. Si el primer libro traía tanto reconocimiento, ¿qué pasaría después? Lo que pasó fue Temporada de ballenas, una novela que continúa mostrando la solidez narrativa de Silva.
La historia es fragmentada y sigue el ritmo de la evocación de su protagonista y narradora, que a veces es ella misma cuando niña y otras, una joven recién salida de su adolescencia. Observadora y curiosa, el personaje es amante de la naturaleza y siente una especial atracción por una ballena jorobada que canta a una frecuencia más baja que la del resto de su especie. La investigación sobre su canto la obsesiona y es el hilo conductor de la novela. El escenario es Minas, una ciudad “de gente asmática”, que es como un pozo agobiante en verano, una ciudad pegajosa en la que el calor adquiere una contextura pesada que se instala en el cuerpo. Hay una bisabuela llamada Pocha recién operada del corazón con una cicatriz enorme, hay perros que lloran abandonados dentro de una bolsa, un gato que muere envenenado y una niña que cuenta sus temores: “Miedo al asma. A la oscuridad. Al fin del mundo que dicen que va a pasar el doce de diciembre este año. A las orcas. A mi padre. Al baño de la escuela. A la lastimadura de mi bisabuela. A los barrenos”.
En conversación con Búsqueda, Silva contó sobre el origen de su nueva novela y cómo fue el pasaje de la escritura de cuentos a una narración unitaria. Todo empezó como un ejercicio en un seminario de Estudios Culturales del Agua, en la Facultad de Humanidades, donde cursa la Licenciatura en Letras. “Como primer ejercicio había que escribir un breve texto sobre nuestra relación con el agua. Escribí tres párrafos, los llevé a clase y los leí. El texto tenía que ver con la cañada frente a mi casa y con un río. Era algo muy breve, pero eso me dio como una voz narrativa, a la que volví tiempo más tarde. Ahí pensé que había algo y empecé a hacer el mismo ejercicio que había hecho para esa tarea, pero en una escala mayor para ver qué personajes podían aparecer. Empecé a jugar a cómo pasar del recuerdo a la ficción, algo que me gusta mucho hacer. Entonces fue apareciendo una historia y sobre todo estos fragmentos que me parecía que funcionaban juntos. Aunque estuvieran en un relato fragmentado, también funcionaban como unidad. Eso fue diferente a escribir los cuentos, en los que es difícil encontrarles un hilo en común”.
Hay un sonido que se lo traga todo. Historias no. No todavía. Hay éter. Hay materia inidentificable en un espacio ancho. Hay cuerpos. Hay algo que se enciende en lo profundo. Hay que abrir los ojos. Abrir los ojos. Entonces, por fin, algo comienza a gestarse. Una imagen. Y después... después solo hay mucha agua.
Con este fragmento comienza la historia y es un poco la síntesis de todo: de su proceso creativo, de su estilo de escritura y de una narración contada a través de imágenes.
“Siempre pienso primero en imágenes, me es muy difícil partir de otro lugar, como de un sonido, por ejemplo. A veces es una imagen mínima y siento que cuando pasa al texto no tiene nada que ver con la narración general porque es algo muy chiquito que podría no estar y no importaría. Sin embargo, para mí esa imagen es todo porque de ahí aparece el resto del universo, en este caso, de la novela. Por ejemplo, tenía muy vivo el gesto de sacarle la bolsita de los perritos cuando nacen, que están separados, no todos en una misma placenta. Tenía ese gesto de removerla de la nariz con un dedo para que pudieran respirar. No es una imagen de gran contundencia y puede ser un poco tonta, pero si no estuviera sería una novela distinta”.
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Me acuerdo de cosas que son mentira. Mezclo, confundo gente, lugares, tiempos. Una serie de recuerdos cojos, monstruitos salidos de realidades en las que no fui, no existí, no dije, no estuve. Un invento.
Temporada de ballenas es una novela de autoficción, un género que siempre existió, pero que en los últimos años ha sido el elegido por escritores uruguayos. La vida de quien escribe se convierte en alimento para la ficción y los límites entre lo que es verdad, lo que pudo haber sido verdad o lo que es mentira son difusos. De alguna manera, los recuerdos con los que todos crecemos tienen algo de autoficción, se nutren de relatos que otros nos cuentan, de fotos o de objetos que estaban ocultos y de pronto aparecen para modificar la historia. Estos vaivenes de la memoria Silva los maneja con naturalidad, aunque implica un fino trabajo de elaboración literaria.
“Me pasó con Desastres naturales que mucha gente creyó que los cuentos eran autoficción porque estaban ambientados en el interior y yo soy del interior. En Temporada de ballenas, el personaje está pensando todo el tiempo en el recuerdo, en lo que se acuerda y cuánto tiene de construcción a conciencia y cuánto de algo que no sabe si sucedió”.
Los saltos del recuerdo están elaborados con saltos temporales: se retoman personajes o situaciones que quedaron suspendidos en un fragmento y se anuncia lo que sucederá en el futuro. “Nadamos en el mismo lugar en el que años después se ahogará una mujer”, se cuenta en un pasaje.
“También al final de la novela la protagonista se mete al agua y escucha como si hubiera alguien ahogándose en el otro lado del mundo. Hay algo profético, capaz que mágico en el agua que atraviesa toda la novela. A veces aparece de forma mucho más consciente en el personaje que está narrando y a veces como si fuera la narración de una tercera persona. Eso me costó mucho, que los personajes tuvieran un sentido, que la narradora niña y la adulta se pudieran identificar. Fue divertido pensar en qué podía estar pensando una niña de 7 o 10 años y encontrar esa voz. A veces piensa, por ejemplo, en que quiere ser sirena, algo que tiene que ver con el universo acuático, que no puede existir en un lugar que está muy seco, con la cañada llena de botellas y de bolsas. Ese contraste me gustaba”.
La escritora dedicó Desastres naturales a sus abuelos, figuras que están muy presentes también en Temporada de ballenas. Ella dice que cuando escribió sus cuentos, no tenía la idea de un libro, pero que fue con la ayuda del escritor Horacio Cavallo que pudo darle un sentido. “En ese ejercicio, me di cuenta de que aparecían abuelos por todas partes y me parecía lindo dedicárselos a ellos. Los tenía muy cerca cuando era niña, abuelos y bisabuelos, vivían todos juntos en una casa muy grande, en un barrio pegado al mío”. Ese mundo al aire libre y callejero alimentó sus narraciones. Ella ahora viaja a menudo a Minas a visitar a su familia, pero extraña más Aiguá, donde vivió antes de venirse a Montevideo.
Mirá el arroyo. Mirá el arroyo. Este arroyo no lleva peces. Fijate.
El escritor Gustavo Espinosa, también premiado dos veces con el Bartolomé Hidalgo, estuvo en el jurado de los Premios Onetti y escribió palabras muy elogiosas, y merecidas, de Temporada de ballenas. “La novela consigue una especie de irradiación o atmósfera: algo como un flash sostenido”, dice, y señala el “vínculo verosímil” que la narración logra “entre el mundo mediterráneo y árido de las canteras de Lavalleja y los sonidos hipergraves que emiten los rorcuales titánicos”. Fue Espinosa quien le aconsejó que dejara el nombre de Minas en su novela, algo que Silva no tenía claro si hacerlo. Espinosa tiene a Treinta y Tres como escenario de sus libros. El consejo funciona.
El nombre de Tamara Silva tuvo mucha repercusión después de haber recibido los Bartolomé Hidalgo. Su libro comenzó a circular de la mejor forma, por el “boca a boca”, y superó los límites del mundo literario. Llamaba la atención que Desastres naturales fuera el primer libro de una escritora de 23 años y que tuviera tanto éxito. En alguna entrevista salió la palabra jovencita y el nombre de la escritora, que es bastante tímida y de perfil bajo, explotó en las redes y en algunos medios. Ella se sintió sorprendida que la nombrara gente con la que ella nunca había hablado. “Ahí me di cuenta de que me estaba leyendo gente que no eran mis amigos y mi familia, sino que estaba pasando algo hacia afuera. Me asombró todo ese ruido de golpe”.
Ahora con Temporada de ballenas el ruido seguramente será otro, en una frecuencia más baja, porque hay que tomarse con calma la buena literatura. En este caso, viene con hermosas ilustraciones y con un canto de ballenas jorobadas “como puertas sin aceite abriéndose en la mitad del océano”.