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    'Las chicas doradas', de Manuel Soriano, novela ganadora del premio Juan Carlos Onetti

    Como la piel de Gwyneth: en esta distopía de ribetes policiales, el autor despliega una historia cruda y a la vez irónica con perros empalados y muchachas color miel

    Si hay un escritor que nunca defrauda es Manuel Soriano (Buenos Aires, 1977). Argentino radicado en Uruguay desde 2005, es autor de cuentos y novelas agudas, escritas con ironía, cuando no con humor negro, aunque trate temas terribles. Es guionista, editor de literatura infantil en Topito Ediciones y fue premio Clarín de Novela 2015 con ¿Qué se sabe de Patricia Lukastik? (Alfaguara), en la que juega con el género biográfico, de tal forma que quien lea la historia seguramente irá a googlear si la protagonista, una tenista desaparecida, fue real o no. Sus escenarios son principalmente bonaerenses, como en su novela Rugby y Fundido en blanco, pero tiene algunos cuentos ambientados en balnearios uruguayos, como en Variaciones de Koch (2011) y Nueve formas de caer (2018). Tiene un libro divertido sobre cánticos de hinchadas de fútbol, Canten, putos (Gourmet Musical, 2020), y otro más reciente de crónicas, Las cosas que veo (Criatura, 2022). A finales de este año, se estrenará la miniserie Ángel, que escribió y dirigió.

    En 2023 Soriano volvió a ganar un premio y sorprendió con una novela de género diferente al que había incursionado hasta ahora, pero sin abandonar su estilo de escritura. En el concurso Juan Carlos Onetti, de la Intendencia de Montevideo, un jurado integrado por Anne Gauthey, Vera Giaconi y Gustavo Espinosa le otorgó el primer premio en Narrativa a su novela Las chicas doradas (HUM, 2024). En su fallo, el jurado la destacó como una novela “vertiginosa, de prosa potente y profesional”, y señaló que “sus tramas asimilables a lo que suele llamarse 'género' (como el policial o las distopías) se entretejen de modo eficiente y funcional, pero también generan densidad dramática y aun poética”.

    Hay algo muy animal en esta novela, no solo porque los animales tienen importancia en la trama, sino porque los personajes humanos muestran sus costados más salvajes, más primitivos. Los acápites que anteceden la historia algo dicen al respecto. “Soy un pequeño monstruo invisible tendido siempre sobre el lecho del mar”, dice el primero, un verso de El lenguado del poeta peruano José Watanabe. El otro está en inglés y es una cita de Nicolas Cage: Every great story seems to begin with a snake (Toda gran historia parece comenzar con una serpiente). Entonces se pasa de página y aparece el título de la primera parte de la historia: Los perros.

    El mundo de Las chicas doradas transcurre en una sociedad dominada por el Gobernador del Distrito 7, un personaje de una oscuridad entre ingenua y aterradora que controla todo a través de cámaras. En este mundo distópico, hay una especie de programa televisivo llamado El Cristal por el que se transmite todo lo que sucede o, más bien, lo que las autoridades quieren mostrar. Y lo que se muestra al comienzo de la novela es macabro: un perro que apareció empalado, y será solo el primero. El Gobernador llama a dos policías: Mota, una mujer a la que le falta el seno izquierdo, y Henry, a quien le gusta jugar de vez en cuando con su tarántula. “Quiero atrapar a este hijo de puta”, les dijo el Gobernador acercándose a una de las cámaras de El Cristal. “El subtítulo en inglés decía Y wanna get this mother fucker, porque motherfucker, a pesar de no ser la traducción literal de lo que había dicho, era una expresión que el Gobernador siempre había querido usar”, acota el narrador sobre la actitud del personaje frente a la cámara.

    A partir de allí se desarrolla la investigación de los policías en la que se intercalan otros textos, por ejemplo, el frío informe del forense y, sobre todo, “la conversación” que mantiene el Gobernador con una “chica dorada” que al parecer escucha en silencio. En estos fragmentos, el Gobernador le comenta el argumento de las películas que verán juntos, todas interpretadas por Gwyneth Paltrow, a quien llama simplemente Gwyn. De esta forma, la novela va siguiendo la filmografía de la actriz —Amor ciego, Contagio, Country strong, El talentoso Ripley, Emma, El descanso— con las curiosas interpretaciones del Gobernador. “Ella es la madrina de una fundación que cuida a todos los perritos del mundo. Los de la Fundación me dicen que la están convenciendo para que venga. ¿Sabés qué estaría realmente bueno? Que tuviéramos un montaje de enamoramiento con Gwyn, pero en la vida real, ¿entendés?”, le dice el protagonista a la chica silenciosa.

    La intriga sobre quién es esa chica o esas chicas doradas se mantiene en esta primera parte, pero anticipa algo que también maneja muy bien Soriano: las texturas, los colores, los cuerpos, lo que se esconde debajo de la ropa, el sudor, las malformaciones, la petrificada y siniestra sonrisa de los perros empalados. Mota, por ejemplo, no puede evitar tocarse la cicatriz que le quedó en lugar de su seno cuando está frente a una situación difícil, y Henry trata de encontrarle el ano a su tarántula y siente una especie de placer en frotarle un lápiz cuando lo encuentra. Por otro lado, la investigación los lleva a encontrarse con seres excéntricos, con sus propias texturas y manías, como un artista plástico que en algún momento hizo una instalación con perros muertos y vive en la frontera del distrito “como un salvaje”.

    “Su gran destape fue en la década del noventa con una instalación: un laberinto de sábanas manchadas de sangre y semen”. Esa instalación se llamó Virgo y ganó el gran premio del jurado en el Festival de Berlín. En la mansión donde vive Gruber, a la que se llega por lancha, hay unos púberes muy bellos, dos varones y una chica, de la tribu yi, con “el pelo dorado en las puntas, las espaldas desnudas y transpiradas, de un marrón anaranjado que resplandecía al sol”, diferente a la de los indios yu. Nuevo indicio de cuerpos dorados que están allí para hacer “favores” que nunca se explican.

    Periodista en apuros

    La segunda parte de la novela, El Cristal, está protagonizada por Dina Torres, una periodista que investiga las malformaciones que la vacuna Pfizer produjo en algunos niños. Pero lo que realmente quiere investigar y a su editor no le interesa es la desaparición de siete niñas del Distrito 7, el del Gobernador. “La belleza las condena: conectar con las colonias”, había escrito en sus anotaciones. Diana también tiene sus rarezas. Le gusta darse baños de inmersión en los hoteles, mientras escucha de lejos documentales de la tele. A veces, se masturba con el control remoto. Ella también piensa en actrices, sobre todo en Julia Roberts por sus papeles de mujer investigadora en películas como Erin Brockovich o El informe pelícano.

    Con este personaje, la historia se mete en el mundo periodístico, no tan lejos de lo que sucede en algunos medios en la actualidad. Ella piensa que las chicas desaparecidas “eran lindas y pobres”, y que esa era la mejor forma de describirlo, pero sabía que su editor nunca lo iba a aceptar. “Ahora cada palabra de cada nota está controlada por un equipo de abogados, empresarios y moralistas”, le había dicho.

    En su búsqueda de las chicas perdidas, Dina se topa con un experiodista “conspiranoico”, llamado Domingo Calvi, que había sido jefe de redacción del diario local por 25 años, pero lo despidieron por reducción de personal. Él piensa que “no hay forma de llegar al poder sin ser deshonesto” y se explaya en sus argumentos: “¿Sabe qué pasaría si esa persona empieza el día como gobernador y recibe llamadas, pedidos, favores, visitas, y ante cada diyuntiva toma siempre la opción honesta? Un baño de sangre pasaría, señorita, en menos de una semana, sangre, sangre, sangre”.

    A medida que avanza la trama, la historia de Dina se va uniendo con la de Mota y Henry, porque los perros empalados y las chicas desaparecidas están relacionados. Y la situación se va volviendo cada vez más turbia y siniestra en esta distopía y en el mundo interior de sus personajes que continúan su rumbo por dos capítulos más: La capital de Dinamarca y Los reyes.

    Al contrario del mundo agobiante de las distopías, en esta de Soriano hay cada tanto un aire fresco que causa gracia por su guiñada con referencias a una realidad conocida. Se podría decir que es una distopía que se ríe de la propia distopía. Y después está el exquisito lenguaje del escritor con el que construye imágenes muy cinematográficas. Porque Las chicas doradas bien podría llevarse al cine.

    Lo dicho al principio: si hay un escritor que nunca defrauda es Manuel Soriano. Y sin duda esta es de las mejores novelas de su trayectoria literaria.