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La adaptación cinematográfica del exitoso libro del argentino Pedro Mairal desborda de nobles intenciones. Desde la apertura hasta el cierre, La uruguaya nos recuerda que este proyecto, liderado por el prolífico escritor argentino Hernán Casciari a través de su innovadora productora Orsai Cine, se forjó de manera distinta a otras dentro del panorama audiovisual. Un ejército de 1.961 socios productores, con una generosa dosis de influencia uruguaya, colaboró en decisiones creativas en torno a la película. Este enfoque de producción se ha distinguido por su origen en el financiamiento colectivo y un conjunto de decisiones tomadas a través de la votación de los participantes durante la preproducción del filme, estableciendo así un enfoque diferenciado en contraste con otras producciones de largometrajes lideradas por un puñado de figuras.
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Dirigida por Ana García Blaya, La uruguaya no debe ser catalogada como una historia de amor. Lucas Pereyra (Sebastián Arzeno) es un escritor atrapado en una crisis creativa y conyugal que encuentra una vía de escape de dos maneras. Por un lado, está la uruguaya Magalí Guerra (Fiorella Bottaioli), una joven que conoció en un festival literario de verano en Valizas, donde un encuentro íntimo quedó truncado. Por otro lado, está Uruguay, que ante los ojos de Lucas representa una tierra de posibilidades contrarias a su abrumadora realidad familiar y profesional en Buenos Aires. Las ventajas del tipo de cambio convierten a Uruguay, además, en un tesoro para el escritor, quien viene al país para volver con un sueldo en dólares y de paso disfrutar de las bondades que Montevideo le ofrece, con la resurrección de su amorío como la principal de ellas.
El objetivo principal de este viaje, como sugiere el título, recae en Magalí, a quien Lucas prefiere llamar Guerra. En su reencuentro, la joven subvierte todas sus expectativas. Con un perro negro amenazante y un costado de su cabello rapado, Guerra emana una presencia más combativa que amigable, y deja claro que las cosas no se desarrollarán como Lucas había imaginado en esta apuesta que García Blaya y un equipo de guionistas proponen al combinar, con resultados desparejos, romance, comedia, drama y un toque de suspenso.
Este cóctel narrativo desvía su curso con respecto a la obra original. En lugar de sumergirnos en el pensamiento de Lucas, es su esposa Catalina (Jazmín Stuart) la encargada de tejer la crónica de esta desventura. A través de una narración que busca contar la premisa desde una perspectiva femenina, se despliega la trama. No obstante, como otras apuestas en La uruguaya, la maniobra no es efectiva. Arzeno construye un Lucas arruinado, y desde la mirada de una pareja en proceso de desvinculación se genera un efecto que conspira en contra de la empatía por el protagonista.
El vaivén emocional en la interpretación de Bottaioli cumple con las expectativas, pero también despierta un torbellino de emociones encontradas con respecto a la química con Arzeno. Una escena particular dentro de una librería revela la existencia de una película posiblemente más personal dentro de La uruguaya, que quizás se vio constreñida por la inclusión de los elementos que convirtieron a la novela en un éxito en el Río de la Plata. Aquí, estos elementos se despliegan en el desfile de referencias culturales, personajes caricaturescos y guiños a la comunidad Orsai y a la aparición de su fundador, con los que los personajes tienen que ir topándose. En su favor, la película capitaliza la perspectiva soñadora que Pereyra tiene de Montevideo, y sus travesías a pie junto a Guerra resultan en un agradable paseo por la ciudad, que de todas formas no alcanza el tono íntimo y emocional que García Blaya demostró en su película previa, Las buenas intenciones.
Al final del día, La uruguaya tal vez se habría beneficiado de un espacio más generoso para nutrir el crecimiento de sus personajes. Especialmente, hace falta una inmersión más profunda en la conexión entre Pereyra y Guerra, que se muestra de manera fugaz en una apurada escena retrospectiva. En esencia, la película parece necesitar de un mayor equilibrio entre los protagonistas que integran la historia y los que la terminan contando. Si bien será recordada por su peculiar concepción, quizás no logre grabarse en la memoria por su resultado definitivo.