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Ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie. Ser fantástico que causa espanto. Bestia, engendro, esperpento, quimera, endriago. Cosa excesivamente grande o extraordinaria en cualquier línea. Prodigio. Persona o cosa muy fea. Persona muy cruel y perversa. Cada una de las acepciones de la palabra monstruo que ofrece la RAE tienen cabida en esta historia.
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Satanás, Belcebú, Lucifer. La bruja. El cuco. El carlanco. Todos los nombres del monstruo hablan de una monstruosidad ajena, algo muy terrible que vive en otro lado y que puede hacernos daño. La idea del monstruo interior, ese que habita en estado latente dentro de uno mismo, de una comunidad o a nivel macro, de la sociedad, no es nada nueva, por supuesto. Ahí está Frankenstein, tan vigente desde hace más de 200 años. Y ahora acaba de llegar Tocar un monstruo para acercarse a lo monstruoso desde una óptica inédita en la ficción local.
“Tocar un monstruo” es una expresión que intenta poner palabras a lo inefable. Eso es lo que se propuso Gabriel Calderón con este texto que sigue la línea cruda y descarnada de Ana contra la muerte, su obra predecesora, que desde su estreno en 2019 recorre América y Europa agotando salas, dejando sin aliento a las plateas y cosechando elogios de la crítica. “Desde Ana contra la muerte siento que un nuevo estante se ha inaugurado en mi modesta biblioteca. Es un estante donde el humor está ausente y donde confío en la fuerza de las actrices y los diálogos, con la única herramienta de la palabra, para desarrollar lo único que me obsesiona: teatro. Tocar un monstruo es un segundo intento, con otras actrices que admiro, de volver a rozar el peligro del mundo, que perturba los sueños y arruina las fiestas”, dice Gabriel Calderón en el programa de mano.
Proceso demorado.
Esta historia se remonta varios años atrás. Luego de escribirla, Calderón se propuso dirigirla y convocó a Dahiana Méndez y Gustavo Saffores para interpretarla y a Leonardo Sosa y Gustavo Kreiman como asistentes de dirección. Al inicio de los ensayos, a fines de 2021 fue convocado a dirigir la Comedia Nacional, lo que impidió la continuidad del trabajo. Pero su idea para la puesta en escena ya estaba planteada, por lo que Sosa y Kreiman se hicieron cargo de la dirección. El nuevo escollo ocurrió a fines de 2022, cuando Saffores ingresó a la Comedia. El tour de force de los directores fue incorporar a Carla Moscatelli. Quienes vieron el filme Alelí la recordarán por el personaje de Cristina, la que emprende la venta de la casa de balneario. A esta altura es una de las actrices más completas del medio local. Hay que ver lo que hizo en Cuando deje de llover, en 2020, reemplazando de apuro a Claudia Rossi en ese gran trabajo de Fernando Toja con la Comedia. Y hay que verla con sus dos personajes simultáneos en Zombie manifiesto, de Santiago Sanguinetti, obra que volverá en 2024. Moscatelli encarna todos los personajes masculinos de Tocar un monstruo, una apuesta que sale redonda porque sus dotes interpretativas logran sobreponerse a su género y con su cuerpo y su voz puede convencer a quien sea de la virilidad de sus personajes. Su desdoblamiento en escena es sencillamente asombroso.
Y enfrente tiene a Dahiana Méndez —a cargo exclusivamente de roles femeninos—, otra gran actriz montevideana que, desde hace 20 años, cuando encarnó a la Niña de Mi muñequita —una obra bisagra en la historia reciente del teatro uruguayo—, cada vez que sube a escena impacta por su magnetismo y su fuerte personalidad. En los últimos años redujo su presencia en las tablas pero dejó su huella bien nítida en el unipersonal Encuentros en la estación del este, dirigida por Margarita Musto, en la que encarnó a una mujer con problemas de salud mental, y más recientemente en Refugio, de Vachi Gutiérrez, en la que compartió escenario con Marisa Bentancur.
Méndez y Moscatelli se reúnen en el escenario recuperado del Teatro Odeón y lo que sucede sobre esta estructura de tablitas finas y largas que las alberga es sencillamente estremecedor. La intensidad dramática, el manejo de las energías, el dominio de los climas expresivos, el oficio para transitar por todos los estados de la actuación para lograr plasmar en escena crescendos perfectos es simplemente sobrenatural. Hay mérito directriz, por supuesto, pero ante todo la razón de esta maravilla actoral está en el superlativo talento de Moscatelli y Méndez. Me permito la primera persona únicamente en este párrafo: pocas veces se me había erizado la piel como en la escena final de esta obra. Fin de la primera persona.
No lo vimos venir
Eso es lo que dice uno de los personajes laterales de Tocar un monstruo. Porque ahí está la clave de esta historia cuya génesis inspiradora radica en las incontables masacres perpetradas por jóvenes —en formato lobo solitario— en distintos sitios del planeta. Estas tragedias no remiten a fanatismos religiosos (ahí el monstruo es más reconocible) sino a las que surgen en contextos urbanos conflictivos. Un barrio marginal, una escuela pública y una guardería en un complejo hotelero de montaña son los ámbitos donde ocurren las matanzas. La obra reconstruye la trama en forma atomizada, yendo y viniendo en el tiempo y en el espacio, recursos plasmados en escena con gran claridad.
Una vez más Calderón ubica la historia en un sitio no determinado geográficamente. Como en Ana contra la muerte, hay coordenadas sociales fácilmente asimilables con la realidad local. Y otras más lejanas, más globales, más cercanas en otras latitudes. En Ana…, las mulas del narcotráfico, una realidad que cada año se extiende más al sur. En Tocar un monstruo, las masacres inexplicables en ámbitos educativos, un cáncer social que perfectamente puede llegar a estas costas más temprano que tarde.
Se suele hablar de las causas sociales de la violencia. Bueno, aquí están como pocas veces se las vio, en este retablo construido por Lucía Tyler y Matías Vizcaíno que remite, en clave contemporánea, al de Ana contra la muerte, que emulaba el estilo de los tradicionales tablados que usaban los elencos errantes que iban de pueblo en pueblo. La descomposición familiar, el maltrato intrafamiliar, el abuso sexual cotidiano, la amenaza y el amedrentamiento físico como moneda de cambio entre pares, el microtráfico de drogas y el control territorial por parte de los peces gordos, la ausencia del Estado en las zonas rojas. Las limitaciones de los educadores y las autoridades educativas para intervenir en contextos violentos, la hipocresía de quienes conocen abusos, acosos y otras formas de violencia y prefieren abstenerse de intervenir para evitarse complicaciones. La paranoia constante, arrasadora y paralizante de quien sospecha que hasta un bebé puede ser un monstruo en potencia.
En una puesta en escena acertadamente austera hay que destacar también las luces de Tyler y Vizcaíno, ensambladas de manera perfecta con la trama de claroscuros que genera el entretejido de tablas; la banda sonora original de Patuco López y Alejandro Schmidt, que logra distender la tensión entre las escenas sin intentar embellecerlas, y el vestuario asexuado de Johanna Bresque, que permite reconocer a los personajes mediante sutilezas como un pantalón remangado.
“¿Qué hacer con un monstruo? Tocar es ser tocado, tocar implica ser tocado por lo que tocás. ¿Es posible anticiparse a los impulsos de un monstruo? ¿Es posible domesticarlo? ¿En dónde estaban esos monstruos antes? ¿A dónde van a estar mañana? ¿Será posible devorarlo antes de que nos devore? ¿Podemos hacerlo sin transformarnos en uno? Ahora, en este preciso instante, ¿qué monstruo estará dando a luz el mundo?”, se preguntan los directores Kreiman y Sosa. El espectro de anomalías sociales que expone la obra, a través de sus 12 personajes, es de dimensiones totalizantes y expone un campo lleno de grietas en las que nacen, crecen y habitan los monstruos irreconocibles, esos con apariencia inocente e inofensiva.
Los personajes de esta tragedia intentan comprender el horror, intentan entender el origen de lo terrible. Apenas pueden hacerse preguntas. Las respuestas las da el monstruo, en una obra en la que Calderón profundiza su búsqueda de la esencia del encuentro entre dos personajes y del diálogo —que había iniciado en Ana…— como recurso narrativo y también poético, porque… hay que ver la elocuencia y la contundencia de algunas de las líneas que pronuncian estas actrices. Así logran que, dentro de toda esta monstruosidad, lo más monstruoso de todo sean sus actuaciones.
Este monstruo teatral se estrenará en el próximo otoño en la sala Camacuá de AEBU.