Ya curtido como candidato a vicepresidente en 2019 en fórmula con Ernesto Talvi, Silva entiende que en tiempo electoral no se descansa: siempre hay que estar trabajando, si no en el centro, en los bordes. Y él procura estar en todas partes, en el centro y en el mínimo detalle. “Perfeccionista hasta la última coma”, lo define un colaborador.
Es la imagen que el propio Silva se encarga de amplificar, la de un gestor eficiente con una vida convertida, si no lo fue siempre, en la de un adicto al trabajo. Cuando no trabaja, dice, entrena con un preparador físico en el fondo de su casa. “Con la edad… los músculos se van para abajo”, ríe. Su precandidatura es, como lo fue la transformación educativa, una apuesta sostenida, ante todo, por él.
Su último chofer oficial, Diego Carminatti, destaca esa capacidad de trabajo de Silva, desde temprano en la mañana hasta casi la medianoche. “Abre y cierra todos los días”, cuenta quien recorrió a su lado “varias veces Uruguay”. En el último año, sobre todo, para asistir a actos y visitas oficiales, explicar la reforma educativa durante los llamados Cara a Cara y presidir las sesiones abiertas del Codicen organizadas por él en el interior, que emulan los consejos de ministros de Tabaré Vázquez.
Silva se autodefine resiliente. Del golpe más duro —la pérdida de un hijo, de púrpura fulminante cuando apenas tenía ocho meses— extrajo una lección de vida que transmite en tono confidente: “Inconvenientes hay muchos y uno siempre tiene que buscar la forma de resolverlos. Pero problemas, grandes, hay pocos”.
Desde esa perspectiva, dice estar dispuesto a sobrellevar lo que le pasó —agresiones físicas y verbales, enchastres sobre la fachada de su casa— y lo que viene —una interna disputada en un partido político que no pasa por sus mejores horas—.
Robert Silva junto a su perra Sasha en su casa del barrio La Comercial en Montevideo, Foto: Mauricio Zina, adhocFOTOS
Boliche, melones y militancia
Acomodado en un extremo del sofá, Silva mira a Sasha, su perra labradora de cinco años echada en un rincón. Repite este gesto casi como un recurso retórico. Cuando duda se lleva la mano derecha al cuello y desvía la mirada hacia ella, donde parece encontrar las palabras que le faltan. En otras ocasiones, intercambia opiniones con Alejandro Espina, que trabajó con él como asesor de comunicaciones de ANEP, con quien se entiende casi con monosílabos.
Espina separa al “Robert público” del que asoma cuando baja la guardia y se distiende, a veces muy tarde, tras una jornada laboral intensa y se convierte en un “excelente contador de historias”.
De Robert Silva García se sabe que es abogado, profesor y político, nacido hace 52 años en Tacuarembó, casado y con dos hijos. Que dice deberle todo a la educación pública —“gracias a ella estoy acá”, repite— y ser colorado, “primero, por tradición familiar, batllista, y luego por convicción. “Soy muy hincha de don José Batlle y Ordóñez y del Estado benefactor que se gestó con esas impactantes políticas sociales de principios del siglo XX”, dice.
Entre el recuerdo y la anécdota, Silva completa una biografía, como todas, imposible. “Vengo de una familia trabajadora del interior, humilde, con necesidades. Madre maestra rural; padre con solo sexto de escuela rural, que entró a trabajar en un bar limpiando los baños. Yo quería ser maestro y profesor; y al final fui el primer universitario de mi familia”, relata de corrido el abogado recibido por la Facultad de Derecho de la Universidad de la República.
Habla de un origen “pobre”. Vivió sus primeros cinco años en una pensión en San Gregorio de Polanco con su madre y su hermano menor y luego en un depósito escolar de esa localidad. Más tarde se recuerda subido a un casillero de Coca-Cola para alcanzar el mostrador y servir copas a los parroquianos de un bar de campaña, donde dice haber aprendido, entre otras cosas, a escuchar y a conocer otras realidades. Se ve de adolescente vendiendo melones en la ruta y cuando le decían el Gordo Robert —llegó a pesar 120 kilos—; y también de joven, yendo a estudiar a la capital.
Su memoria sigue procesando a 100 por hora su primera etapa en Montevideo, en la que tampoco sobraba nada y a veces pasó hambre. Por aquella época conoció a Ana, que fue más adelante su esposa y la madre de sus hijos. Él cursaba Derecho y era consejero de la facultad. Tuvo una temprana experiencia en el Codicen, a instancias de Julio María Sanguinetti, en 1996, y luego se desempeñó como secretario general durante la reforma educativa de Germán Rama, su mentor.
Ya como gremialista docente, opuesto a los sindicatos clasistas, participó en las elecciones para consejeros del Codicen, que perdió en 2010 y ganó, contra todo pronóstico, en 2015. Tuvo su primera experiencia en la política nacional en 2019, como candidato a vicepresidente, y con el nuevo gobierno pasó a presidir la ANEP.
“No es que yo surjo en la política por haber estado en la educación. Yo hace más de 25 años que estoy en la educación; fui coordinador del programa de gobierno de Pedro Bordaberry y después trabajé con Talvi. No hice todo esto para ser candidato. Y hoy largo para trabajar más fuertemente por la educación”, dice.
De hecho, “el primer Silva” público apareció en los 90, y era un abogado “joven y atildado” en el que resultaba difícil adivinar grandes inclinaciones políticas. Ese fue el que creció bajo la sombra protectora de Rama. “El segundo Silva” fue el que dejó el cargo de consejero docente en el Codicen para ser compañero de fórmula de Talvi y el que volvió a ese mismo organismo, pero como presidente, con el respaldo político de colorados y blancos.
El vacío que dejó Talvi es en parte el que lo llevó al lugar en el que está ahora. Aún hoy jura no haber querido nunca ser otra cosa que docente.
Robert Silva en su casa del barrio La Comercial en Montevideo. Foto: Mauricio Zina, adhocFOTOS
Los otros Silva
En la biografía que Silva construye ordenadamente hay quienes encuentran varias caras distintas. Hay “otros Robert”, dice un veterano dirigente colorado consultado por Búsqueda, que alude a un personaje a menudo “indescifrable”.
Está el político “prudente y ambiguo” que solía intervenir en las disputas partidarias para reclamar moderación, y está quien hasta hace medio mes fue el titular del Codicen e imponía sus ideas y convicciones por encima del espíritu de cuerpo, coincidieron varios consejeros del organismo, haciendo pesar los votos de la mayoría política —sumando al actual presidente interino, Juan Gabito, y a Dora Graziano—. “Todo pasaba por él”, resumió uno de ellos.
El consejo en pleno destaca su buen trato, aunque los representantes docentes, el profesor Julián Mazzoni y la maestra Daysi Iglesias, señalan un estilo de conducción “personalista”, tan “entusiasta” como “acaparador”, que priorizó la concreción de los cambios antes que los grandes acuerdos.
Cuando dejó el Codicen, el PIT-CNT publicó en su web una nota —titulada Renunció el hombre del fracaso—, en la que expresa que su gestión “se caracterizó por la persecución a docentes, los intentos de eliminación de los sindicatos, los feroces recortes presupuestales y por haber liderado una embestida contra la educación pública sin precedentes en los últimos años”.
El maestro, dirigente sindical y exconsejero de primaria, Héctor Florit, conoce a Silva desde hace casi tres décadas. Al referirse a sus orígenes, lo describe como “militante estudiantil y político batllista, con preocupaciones sociales y una gran capacidad de trabajo y eficiencia en la gestión administrativa de la ANEP”. Recuerda que fue una figura “importante en el Codicen de Rama”, y también le reconoce “lealtad institucional” durante los gobiernos de izquierda.
Como contracara, dice que Silva tiene una “pobre formación pedagógica” y “escasa experiencia ‘de aula’”. Además critica su primera renuncia en 2019 a un cargo electo por sus pares como un punto que “marca un alejamiento progresivo del compromiso educativo y una priorización de los intereses partidarios”.
“Sería justo decir que el personaje se tragó al militante”, concluye Florit. Le cuestiona también el manejo “autocrático y centralizado de las decisiones”, “un recorte reiterado de la participación y una dirección personalista de la enseñanza”. Por allí, dice, se inscribe “el primer presidente del Codicen que deja la educación por segunda vez para hacer política partidaria”.
Contra quienes lo tildan de personalista, Silva destaca el respaldo de un equipo integrado por Adriana Aristimuño como escudera técnica y coideóloga de la reforma, del director de UTU, Juan Pereyra, y de la secretaria general del Codicen, Virginia Cáceres, eventual sucesora designada por él, entre otros. También remarca el apoyo de los diputados Ope Pasquet y Felipe Schipani desde la trinchera política. Varios de ellos estuvieron en primera fila en su primer acto de campaña, junto con el senador Adrián Peña y el vicecanciller Nicolás Albertoni.
Un funcionario técnico que lo trató estos años en la ANEP define a Silva como “un gran pragmático”. Como “buen pragmático”, sigue, “tiene capacidad de adaptarse y de adaptar su discurso”. Al mismo tiempo, es un hombre “analítico, exigente y, a veces, calentón”.
La frontera
Al final de la charla con Búsqueda, Silva vuelve a Rama y recurre a la leyenda de duro que se creó alrededor de su figura. Dice que esa fama no proviene, como algunos pudieran creer, de que haya sido un líder antipático, caprichoso o gritón, sino que obligaba a sus colaboradores a ir hasta la frontera misma de sus posibilidades. “Sabía cómo sacar lo mejor de cada uno para formar equipo”, sostiene, pero algunos no sabían cómo regresar de esos límites a los que quizás no habían llegado hasta entonces. Silva también cree haber desarrollado un olfato para averiguar de qué lado de la frontera se encuentra cada uno.