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    La educación emocional ayuda a disminuir agresiones, faltas y “tristeza” en escolares

    Las variables que median la agresión, las inasistencias y la tristeza en escolares “tienden a reducirse” en la medida que se aplican programas de educación emocional. Esta conclusión surge de los resultados de la tesis doctoral de Carmen Albana Sanz —magíster uruguaya en Educación por la Universidad de Blanquerna-Ramon Lull (Barcelona)— en la que casi la totalidad de los docentes que participaron (98%) reconocen que necesitan mayor capacitación en estas áreas.

    Búsqueda accedió a un avance de la investigación académica que esta maestra uruguaya radicada en España defenderá en octubre próximo. Su trabajo da continuidad a otro anterior que encabezó en 2019 junto con la Universidad de Montevideo (UM) y que aplicó a más de 10.000 alumnos de 40 centros educativos públicos y privados (inicial, primaria y secundaria) de diferentes contextos sociales del país, incluyendo un liceo ubicado en la Gruta de Lourdes, un centro club de niños (INAU) y el colegio Los Pinos. Ese proyecto implicó la formación de unos 800 docentes en educación emocional.

    Los factores de riesgo analizados en la nueva investigación académica incluyeron violencia entre los alumnos —faltas de respeto, bullying, cyberbullying—, que derivan en conductas disruptivas, autolesiones, depresión, ansiedad y tristeza —en algunos casos, suicidios—, vinculados a altos niveles de inasistencia escolar. En el estudio se destaca la relevancia de la educación emocional en la actual currícula escolar y su creciente reconocimiento como “una herramienta necesaria” desde niveles preescolares hasta universitarios.

    Sanz centró su investigación en la formación del equipo docente y la aplicación de un programa de educación emocional en la escuela N° 350 de Unidad Casavalle (Montevideo) durante 2021 y 2022. El universo de análisis de la escuela objeto de estudio —a la que asistió Sanz como alumna— incluyó a estudiantes de cuarto, quinto y sexto grado. El objetivo fue evaluar su progreso en la adquisición de competencias emocionales durante todo el año escolar.

    “Cuestión de Estado”.

    Los resultados primarios de la tesis doctoral demuestran “la efectividad de la educación emocional” como “medida preventiva” frente a los factores de riesgo social en el contexto educativo, dijo Sanz, la autora, a Búsqueda.

    Desde Barcelona, la maestra uruguaya se mostró confiada en que esta base empírica permita la incorporación de prácticas innovadoras en la malla curricular.

    Contó que la iniciativa surgió “del altruismo total” por parte de un grupo organizado de la sociedad civil “preocupado por las crecientes agresividades que hay en la escuela; la falta de respeto, los suicidios, las depresiones y las ansiedades”. De hecho, con esto también pretende fundamentar y promover cambios en la Ley General de Educación (N°18.437), de 2008, “para mejorar el ambiente escolar y dar solución a problemas serios” del sistema educativo uruguayo.

    En principio, según dijo, el Parlamento y la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) “dieron luz verde” a un anteproyecto de ley sobre educación emocional que ella redactó junto con el ministro del Tribunal de Apelaciones Edgardo Ettlin para que este tipo de pedagogía sea reglamentada como “una cuestión de Estado” y habilite la capacitación docente en competencias emocionales a través de una comisión multidisciplinaria prevista en la órbita de la ANEP.

    El sindicato de maestros fue consultado sobre la iniciativa pero aún no se pronunció, dijo Sanz. Varios colegios privados y escuelas públicas ya aplican estas metodologías.

    Según el último informe Aristas Media del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (2023), las habilidades relacionadas con la competencia personal parecen “disminuidas” en el sistema educativo por problemas vinculados a factores de inseguridad dentro y fuera de los centros de estudio, como informó Búsqueda.

    Acción continua y sistemática.

    La investigación se basó en una propuesta de intervención que incluyó una evaluación donde se recogen insumos de las maestras sobre las necesidades del contexto educativo en su dimensión emocional y social y otra a los alumnos en relación con sus habilidades socioemocionales. La metodología abarcó la adquisición de competencias personales, valiéndose de estrategias de autorregulación, empatía, resolución de conflictos, trabajo cooperativo y escucha activa para prevenir factores de riesgo social.

    Los resultados son “alentadores”, rescató la autora. “Se evidencia una disminución en la violencia y agresividad escolar, una reducción en las inasistencias y una disminución de la tristeza”, valoró Sanz, al consignar la dimensión subjetiva del estudio. Esto contribuye a un clima de aula más favorable para el aprendizaje y el desarrollo integral de los alumnos.

    Según la tesis, la mayoría de las agresiones (63,6%) suceden en el aula. Al iniciar la intervención, más del 71% de los maestros consultados admitieron que existían agresiones psicológicas y, en menor medida, maltrato físico entre alumnos.

    La intervención con educación emocional mostró “claramente una tendencia significativa a la baja en el nivel de agresiones” dentro y fuera de clase. Tras el trabajo realizado, el 75% de los docentes dijeron que “mejoró el clima de aula”.

    “Los alumnos adquirieron habilidades de regulación emocional, empatía y resolución pacífica de conflictos”, señala la autora en el informe.

    Casi el 80% de los maestros dijeron que observaron tristeza o apatía en varios alumnos. “Los niños vienen tristes a la escuela y se relacionan pegando, ya que muchos han crecido con la violencia y no saben cómo relacionarse”, contó la directora de un jardín de infantes que integra el complejo de tres escuelas de Unidad Casavalle. Varias maestras afirmaron que los niños suelen callar sus problemas en clase porque “los propios padres les dicen que no cuenten nada”.

    “Están demasiado tristes, muy apáticos… A veces lloran sin motivo aparente, o pequeñas situaciones les provocan sufrimiento”, comentó una de ellas.

    Luego de trabajar este aspecto en un espacio seguro y de apoyo para que los niños puedan expresar y manejar sus emociones de manera saludable, “hubo una disminución” de esas emociones, aunque “no tan significativa” como la reducción en los niveles de agresividad. El 40% de los escolares respondió que tras la intervención logró tranquilizarse, subrayó Sanz, quien advirtió que la tristeza y la apatía suelen tener “repercusiones” en la salud mental.

    El 87,7% de los escolares estimó “interesante” lo trabajado y el 85% consideró que lo aprendido será “útil” para su vida. La investigadora, por su parte, señaló otro “impacto positivo” en la frecuencia de asistencia a clase.

    “No hablamos de ‘psicologizar la educación’, como se ha dicho. Somos pedagogos y esta es una acción educativa continua y sistemática para mejorar el clima de clase, reducir las inasistencias y promover comportamientos más colaborativos y empáticos entre los alumnos”, defendió.