Era abril de 2009 y Ajax perdía 1-0 como local contra AZ Alkmaar, en ese entonces el equipo revolución de Países Bajos. Para Ajax no había mucho en juego salvo el segundo puesto: AZ Alkmaar se había proclamado campeón de la Eredivisie dos semanas atrás. A Luis Suárez poco le importaba. Llevaba el número 16 en la espalda, la cinta de capitán, jóvenes 21 años y una desbordante energía por ganar el partido.
Pateaba tiro libres, corría diagonales, protestaba al árbitro, erraba goles insólitos, se quitaba rivales de encima y generaba amonestaciones. A los 67 minutos tuvo la chance del empate con un penal. La picó, pero el golero australiano Joey Didulica reaccionó a tiempo. Suárez no se amedrentó: fue por el rebote, chocó con Didulica, simuló una falta y fue reprochado por tres defensores mientras Didulica se iba lesionado. Sobre el cierre del partido hubo otro penal y allí fue Suárez otra vez, igual de convencido, ahora contra el arquero argentino Sergio Romero. Férreo disparo abajo para el 1-1, sin tiempo para el festejo, únicamente para recoger la pelota de la red y disputar los minutos de descuento como si se le fuera la vida y no un segundo puesto en la liga de Países Bajos.
“Luis es difícil de influenciar para un entrenador porque es impredecible. Pero eso lo hace bastante especial”, diría en el vestuario Marco van Basten, director técnico del Ajax.
Van Basten está en la discusión como uno de los mejores centrodelanteros de la historia. Quince años después, aquel discípulo entró también en ese debate, que se acrecentó desde el lunes, cuando Suárez anunció su retiro de la selección uruguaya. Más allá de todos los atributos técnicos y del talento innato, si Suárez entró en esa conversación es por la personalidad con la que jugó aquel partido contra AZ Alkmaar y en cada momento de su carrera, incluida la selección. Tenaz, caótico, impredecible.
“Un día me levanté y pensé que era algo que yo quería cerrarlo”, dijo el lunes en una abarrotada conferencia de prensa en el Estadio Centenario para explicar por qué este viernes será su último partido con Uruguay. Ni complejos argumentos ni excesiva filosofía. Una decisión pasional, sorpresiva, a lo Suárez.
Muchos creyeron intuir ese adiós a la selección en otras ocasiones. Cuando Uruguay derrotó 1-0 a Perú en marzo de 2022 y se clasificó al Mundial de Catar, con Suárez llevándose un pedazo de red de uno de los arcos del Centenario, ovacionado, entre lágrimas y con fotos familiares en la cancha. Cuando, también llorando, miró desconsolado desde el banco de suplentes cómo Uruguay era eliminado en fase de grupos del mismo Mundial de Catar. O también hace poco, en julio, donde un gol suyo permitió ir a los penales ante Canadá para obtener el tercer puesto en la Copa América 2024: terminó en andas de sus compañeros, que lo abrazaron uno a uno y le dieron una pelota de regalo.
Fiel a su espíritu, Suárez amagó. No eligió retirarse ahí de la selección. Lo hará ahora, justo cuando todos sospechaban que era su momento de volver a brillar.
“Vengo desde 2022 estirándola. Dije: ‘¿Por qué no hacerlo con mi gente, en el Estadio Centenario, que mis hijos vivan la experiencia?’. Eso me hizo tomar la decisión de que era el momento justo. Qué mejor que tomar yo la decisión y que no la tomen otros por mí”, sostuvo. Un razonamiento con guiños a referentes anteriores cuyas salidas de la selección —anunciadas o no— se dieron de manera forzada, desestimados por los entrenadores en sus convocatorias.
Suárez no entra en esa cohorte. Marcelo Bielsa hoy lo necesita. “Los minutos de Suárez fueron de mucha utilidad y de un aporte realmente importante. Si usted considera que yo debería haber incluido a Suárez antes, creo que sí, es acertado. Creo que debería haber tenido más minutos. La justificación de su necesidad la encontré tal vez tardíamente”, aceptó el entrenador ante un periodista en conferencia de prensa el 15 de julio, luego de que Uruguay perdiera en semifinales de la Copa América ante Colombia.
Una posición muy distinta a la que el argentino tenía cuando asumió como director técnico de Uruguay en mayo de 2023. Suárez estaba fuera de las citaciones y se lo recriminaba a Bielsa públicamente: con goles, con festejos, con gestos como señalarse su camiseta, con una calidad futbolística extraordinaria que lo hizo, aún con su rodilla derecha crónicamente lesionada, ser goleador del Gremio en el Brasileirão, una de las ligas más difíciles del mundo.
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Los dos goles que le hizo a Inglaterra en el Mundial 2014 marcaron la carrera de Luis Suárez en la selección uruguaya
Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF)
Pero Suárez elige irse ahora: sin lesiones, con un presente pletórico de goles en el Inter Miami y con Darwin Núñez —el delantero titular— suspendido por cinco partidos: “El día viernes será mi último partido con la selección de mi país. Es el momento indicado. Creo que no hay mejor orgullo para uno mismo que saber cuándo es el momento indicado”.
El anuncio disparó la venta de entradas, que se agotaron en pocas horas. Uruguay recibe a Paraguay por la fecha siete de las Eliminatorias al Mundial 2026. Y Federico Valverde, la nueva estrella y emblema de la selección, se bajó del avión que lo trajo de Madrid a Montevideo sin querer aceptar el retiro de su compañero. “Me habían dicho que se podía retirar. No quiero leerlo porque, si fue así, me gustaría no saberlo”.
Luis Suárez, la fortaleza mental como bandera
El estreno de Luis Suárez con Uruguay fue el 7 de febrero de 2007 contra Colombia, un amistoso en la ciudad de Cúcuta para que Óscar Washington Tabárez sentara las bases de su aclamado proceso. En el primer tiempo fue derribado en el área por el experimentado arquero Miguel Calero. Penal, 1-0. En el segundo tiempo, gambeta y taco que desembocó en otro penal. 2-0. A falta de cinco minutos Uruguay goleaba 3-0 y los hinchas locales iban hacia la salida. Un entorno relajado, casi aburrido. Suárez, la figura, protestó exageradamente un nimio foul ofensivo y el árbitro lo expulsó. Debut y roja. Impredecible.
“El nivel de adrenalina durante un partido puede ser muy alto, las pulsaciones se disparan y a veces la mente no va a la misma velocidad. La presión se acumula y no hay válvula de escape. Hasta cierto punto, es normal que un goleador sea irritable y esté siempre en el filo de la navaja”, diría años después en Luis Suárez: cruzando la línea (Ediciones Pàmies, 2015), un libro donde repasa en primera persona su vida y su carrera.
Suárez se irá de Uruguay con 143 partidos, un campeonato, 15 torneos disputados y, por ahora, 69 goles. Es el máximo goleador histórico de la selección, pese a que dio ventaja: entre 2014 y 2015 fue suspendido durante nueve partidos por la FIFA tras su famoso mordisco al defensor italiano Giorgio Chiellini en el Mundial de Brasil.
Jorge Valdano, exfutbolista argentino, luego entrenador y hoy comentarista deportivo, asegura que es “absurdo” comparar cuál es el mejor futbolista de la historia, que cada cual —Pelé, Johan Cruyff, Diego Maradona, Lionel Messi— fue el mejor en su era. Hoy muchos se preguntan si Suárez es el mejor jugador uruguayo de la historia. Parece ser trivial determinar si es él, José Nassazi, Obdulio Varela, Juan Alberto Schiaffino, Pedro Virgilio Rocha o Enzo Francescoli. Suárez entra en la discusión porque fue el mejor de su época.
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Las entradas para el partido de Uruguay se agotaron tras el anuncio de Luis Suárez
Mauricio Zina/adhocFOTOS
“Una leyenda”, así se definió él mismo el lunes en la conferencia de prensa. Una leyenda que se diferencia de las otras del fútbol uruguayo por la personalidad tan genuina dentro y fuera de la cancha. “El mensaje que les puedo dar a los chicos es ser siempre el mismo y no intentar imitar a nadie”, afirmó el lunes.
El deporte del siglo XXI está marcado por la hiperprofesionalidad, el personal branding, la imagen individual cuidada como la de una empresa y la corrección política. Suárez, por buena parte de su carrera, fue todo lo contrario: vehemente, impulsivo, a veces hasta autodestructivo, como él mismo llegó a admitir. Una personalidad única que lo llevó al éxito. “Durante 90 minutos en la cancha, la vida es irritante. No soporto la idea de fracasar. No es que quiera ganar, es que necesito ganar. El miedo al fracaso nubla todo para mí. Algo se cierne sobre mi cabeza. Deja de ser una cuestión de lógica. El apagón en mi mente también sucede cuando hago algo brillante en la cancha. He hecho goles que después me ha costado entender cómo exactamente los hice. Hay algo en la forma que juego que es inconsciente, para bien o para mal”, explicó en su biografía de 2015.
Uno de esos incomprendidos que no pasan desapercibidos en el mundo del deporte. Odiado por los rivales, amado por los propios, pero a quien todos admiran. Suárez es también “entregador y generoso”, dos cualidades con las que pidió que sea recordado en sus 17 años en la selección uruguaya. Un hombre 100% auténtico hasta en el anuncio de despedida de la selección: “Me mandé mis errores, pero por ser así siempre me levanté, nunca bajé los brazos. Tengo esa fortaleza mental que no sé cómo lo hago, pero lo que me propongo lo consigo”.