Hace poco mi hija y su pareja se fueron a vivir juntos tras un noviazgo largo, ambos con 24 años, una carrera terminada pero recién afirmándose en sus trabajos, y con más amor que plata. La emancipación, solos, en pareja o con amigos, es un vuelo que nuestros jóvenes, en general, inician con escasas plumas en las alas.
¿La historia de mi hija es representativa del proceso de emancipación de los jóvenes en el Uruguay reciente? Una tesis doctoral en Demografía, sintetizada por dos catalanes en un artículo publicado en las Notas de población de la Cepal de 2024, sugiere que sí (al menos de aquellos con un estatus socioeconómico parecido).
En línea con un estudio de hace unos cuantos años con datos de 1990 y 2008 de un par de investigadores de nuestra Universidad de la República, Nicolás Aros-Marzá, máster en Estudios Territoriales y de Población de la Universidad Autónoma de Barcelona, y Pau Miret Gamundi, doctor en Sociología por la Universidad Nacional de Educación a Distancia e investigador del Centre d’Estudis Demogràfics, analizaron los calendarios de emancipación residencial en Uruguay —y, en su caso, también en Chile— en 2008 y 2018, por sexo, nivel educativo y motivo de salida del hogar familiar.
En nuestro país, los ya emancipados eran el 47% de los jóvenes de entre 18 y 29 años en 2008, y un 40% una década después.
Basados en encuestas de los institutos estadísticos oficiales, los investigadores constataron que, en ambos países, la mayor probabilidad de dejar el hogar familiar es a los 18 años y a los 25 años. Que esa salida ocurra en momentos específicos, ya sea al alcanzar la mayoría de edad o cuando se terminan los estudios superiores, muestra que ni en Uruguay ni en Chile ocurrió la “postergación de este hito que se ha registrado en otras latitudes”. Agregan que la emancipación sigue vinculada principalmente con el inicio de la vida en pareja y la fecundidad, más allá de que aumentó “notablemente la cohabitación” con otros y creció la “soltería” (asociada a que más mujeres realizan estudios terciarios y que entran al mercado de trabajo). Por otro lado, los jóvenes más educados y los que provienen de hogares más ricos postergan la decisión de independizarse; los de sectores más pobres se van antes, sobre todo para formar su propia familia.
Los académicos catalanes subrayan como la principal diferencia con Chile que, en ese país, una “gran proporción” no logra emanciparse hasta los 29 años y que, en cambio, en Uruguay la mayor parte se va de la casa paterna antes porque la “sociedad ha sido capaz de crear y mantener un contexto social e institucional que hace que la formación de proyectos de vida independientes sea más probable”.
Quizás no tan difícil como en Chile, pero la emancipación económica de nuestros jóvenes no creo que sea fácil, entre otras cosas por las dificultades para emplearse y lograr un ingreso suficiente, y para acceder a una vivienda.
Trabajadores frustrados
Dejar la casa familiar es una de esas grandes decisiones relacionadas con nuestras finanzas personales, como la de tener hijos o no, cuántos, o qué hacer para sostener los gastos cuando, ya viejos, no podamos trabajar más. Como dice Santiago Mercant, vicerrector administrativo de la Universidad Católica del Uruguay y profesor de la escuela de negocios de esa institución, deberíamos ver la vida como nuestro “flujo de fondos”, que, hasta cierto punto, podemos planificar.
Para independizarse, los jóvenes precisan un trabajo que sustente sus gastos.
El estudio “Aspiraciones versus realidad: propuestas para reducir la brecha entre las aspiraciones de los jóvenes y las oportunidades del mercado laboral en Uruguay”, fechado en noviembre de 2023 y que reseñé en esta nota en Búsqueda, tiene varios datos interesantes, algunos surgidos de la propia visión de los muchachos (a partir de más de 1.000 encuestados de distinto sexo de entre 18 y 24 años, y de grupos focales).
Allí los investigadores del Banco Interamericano de Desarrollo señalan que la tasa de desempleo entre los jóvenes es aproximadamente cinco veces mayor que la de los adultos, y que para ellos los procesos de búsqueda son “prolongados y frustrantes”. La falta de experiencia y de conocimientos son la principal barrera al momento de postular a un llamado laboral. Eso tiene correlación con cifras de un sistema educativo que, ya sabemos, nos dejan mal parados como sociedad: en Uruguay, los jóvenes de entre 21 y 23 años que terminan el nivel liceal son apenas el 49% (frente a 67% en promedio en América Latina y a un 86% en los países de la OCDE, que en su mayoría son desarrollados).
Una vez empleados, para los jóvenes, el salario y la poca vinculación de los trabajos con su formación son una fuente de insatisfacción. Casi seis de cada 10 quisieran tener un empleo profesional o técnico en cinco años (por ejemplo, técnico/a informático, docente, médico/a, enfermero/a), pero la realidad es que solo un 20% de los jóvenes cinco años mayores que los encuestados que trabajan tiene ese tipo de ocupación. Esta brecha entre las aspiraciones y el mundo real es particularmente amplia entre los trabajadores de servicios y ventas; solamente el 10% de los jóvenes pretende esta ocupación, pero lo cierto es que un 26% trabaja en el sector.
Las principales barreras que señalan los jóvenes uruguayos para cumplir sus metas educativas son el tener que trabajar al mismo tiempo que estudian, así como la falta de recursos económicos y de tiempo. La desmotivación y no contar con capital para poner un negocio son, a su vez, lo que más los frena para lograr sus propósitos laborales.
Salarios y el nido propio
Que los jóvenes ganen menos que otros con más formación y experiencia tiene sentido. La curva de ingresos va subiendo en las edades adultas.
De los 137.700 trabajadores menores de 25 años, más de la mitad (73.000) cobran sueldos inferiores a $ 25.000 líquidos por mes; son el tramo etario con más “veinticincomil pesistas”, según el análisis de estas estructuras salariales más reciente del Instituto Cuesta-Duarte del PIT-CNT. Los que ganan arriba de $ 50.000 son 8.700, el 6%.
Por otro lado, los deudores jóvenes con bancos y financieras tienen peor historial de crédito que el resto de la población. La cantidad de menores de 30 años categorizados como con dificultades de pago pasó de 30,4% en 2015 a 44,4% en mayo de 2023, y el capital promedio adeudado saltó de unos $ 19.000 a $ 87.500 (a precios constantes de octubre de 2022), constataron en un documento de 2024 hecho por el Banco Central y la empresa que todos identificamos como “Clearing de informes”, aunque se llama Equifax.
Dados estos niveles de ingresos y de endeudamiento, el costo de vida, los valores inmobiliarios actuales (cuesta casi $ 20.500 alquilar una vivienda y US$ 85.000 comprarla, según los últimos datos promedio informados por el Instituto Nacional de Estadística) y las dificultades para acceder a préstamos hipotecarios, dejar la casa familiar resulta un vuelo transoceánico para la mayoría de los jóvenes.
Quizás porque allí está la mayor parte de los electores, nuestra agenda política se encuentra muy enfocada en las generaciones adultas y bastante poco en las necesidades e intereses de los jóvenes. Como sociedad, no les estamos ofreciendo un nido.
Si querés leer más sobre este tema, acá te dejo una entrevista que le hice para Búsqueda a un economista español que me resultó interesante.
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