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    Las dos lecciones de Uruguay para lo que viene en la Argentina

    ¿Cómo seguirá la novela del dólar en la Argentina? Un régimen de flotación pura en un país como el nuestro es inimaginable por dos motivos

    Columnista de Búsqueda

    El primer año del gobierno de Javier Milei mostró resultados económicos mejores a los esperados. Ni aquellos más optimistas imaginaban una caída tan abrupta de la inflación, arriba de 20% por allá a principios de 2024 y abajo del 3% que se espera para fin de año. Todavía sigue siendo aún muy alta, pero cabe recordar que un año atrás se hablaba de la posibilidad de una hiperinflación, algo que nunca llegó.

    El escenario de fines del año pasado en la Argentina desapareció de un plumazo.

    El ministro de Economía y candidato a presidente por el peronismo, Sergio Massa, volcó dinero a más no poder. Pero inyectó plata en una economía estancada y eso se trasladó a los precios, llevó el déficit fiscal a casi 4% del PBI y las reservas netas del Banco Central quedaron en –US$ 11.000 millones.

    Al mismo tiempo, del otro lado, el candidato de la oposición, Milei, proponía dolarizar y reemplazar el peso. Los argentinos se avalanzaron sobre las escasas reservas del Banco Central (que no había), disparando la cotización en el mercado paralelo.

    Massa perdió, Milei ganó y también la presión sobre el dólar.

    El flamante presidente argentino aplicó un programa de ajuste feroz. Bajó el gasto público 30% en términos reales y devaluó 50% el peso.

    Acto seguido enterró su plan dolarizador pero dejó los controles de cambios (cepo), heredados del gobierno anterior peronista (a su vez heredados del gobierno de Mauricio Macri, quien los implantó en 2019 en plena severa crisis financiera con la que terminó su gestión).

    Todo este andamiaje le permitió a Milei empezar a hacer pie. Subió el tipo de cambio pero a un ritmo menor que la inflación, disipando los efectos de aquella devaluación inicial de su mandato y de a poco desinflando la economía.

    Milei sorteó en 2024 las fases I (devaluación y ajuste fiscal) y II (recalibración de la política monetaria y blanqueo) de un programa que tuvo éxito amén de la recesión y el aumento del desempleo. Según una encuesta de Opinaia, el 68% de los encuestados cree que el esfuerzo vale la pena cuando se les pregunta sobre el ajuste que lleva adelante el gobierno, un indicador que mejoró durante el último mes.

    Pero en economía no existen los finales. Siempre hay secuelas.

    Ahora viene la fase III y los desafíos no son pocos: salir del cepo y definir una regla o régimen para su tipo de cambio, o sea, qué tratamiento se les darán a las divisas que entren al país de ahora en más.

    En las últimas semanas surgieron desde Uruguay algunas pistas que bien podrían dar una pauta de qué enfrenta la Argentina y qué posibilidades tiene Milei de mantener el rumbo de su gestión como en 2024.

    Uno es el recuerdo de la labor de un economista uruguayo que acaba de fallecer, Carlos Stereni. Su tarea allá por 2002, para rescatar el sistema financiero uruguayo sin romper los contratos (como en cambio sí había hecho la Argentina tras romper la convertibilidad), fue negociar con el FMI y renegociar con los bonistas.

    El otro fue una reciente presentación de un trabajo del economista uruguayo e investigador en el Real Instituto Elcano con sede en Madrid, Ernesto Talvi, (junto con Sofía Harguindeguy) sobre las perspectivas argentinas.

    Talvi estima que la asistencia del FMI que la Argentina debiera recibir roza los US$ 16.000-20.000 millones para salir del cepo sin sobresaltos. Sería una cifra que despejaría las dudas de los privados porque con esa suma se estarían garantizando las obligaciones que el país enfrenta. Según el economista, es clave el monto porque siempre conviene que un país pida de más y no de menos, que no se quede corto.

    En 2002, Uruguay había firmado con el FMI un programa en el que se comprometía a abandonar un régimen de banda cambiaria por una flotación limpia. Accedió así a lo que sería el programa de ayuda más grande que el FMI daría en términos del PBI.

    El organismo transfirió a Uruguay US$ 781 millones. Pero, como contó Steneri una vez, los US$ 781 millones “se nos iban como un vuelto de caramelos, no duraban nada”. Necesitaban más plata.

    El plan no logró frenar la corrida y la cadena de pagos corrió riesgo de ser interrumpida.

    Para colmo, la opción que había tomado la Argentina al otro lado del charco, corralito y luego corralón, no la veían deseable en Montevideo.

    El FMI se mantuvo intransigente con Uruguay. “No hay plata”, le dijeron desde Washington. Su gobierno llegó a declarar un feriado cambiario.

    La situación finalmente se destrabó para el gobierno del presidente Jorge Batlle. Y lo hizo la propia administración de George W. Bush.

    El subsecretario del Tesoro, John Taylor, le dijo a Steneri: “Hemos hecho los máximos esfuerzos posibles para encontrar una solución…, hemos concluido que podemos transferir recursos extraordinarios que no superan los 1.500 millones de dólares. Ese número salía de estimar la cobertura del 60% de chequeras y las cajas de ahorro de los bancos públicos y de los bancos que van a ser llevados a la quiebra”.

    Y culminó diciendo: “¿Qué opinan ustedes de la propuesta?, pues de ser aceptada hay que actuar rápidamente. Los fondos provendrán del FMI a través de un nuevo programa”.

    De ese modo Uruguay consiguió más fondos desde el FMI luego de un primer programa que se había quedado corto.

    Para Talvi, la Argentina no puede repetir una situación así.

    ¿Pero por qué el FMI aumentaría su exposición en un país en el que ya lo ha hecho en 2018 y le fue mal prestándole US$ 54.000 millones?

    Ahí justamente subyace la conexión entre Milei y el futuro presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El argentino aspira a que su par estadounidense influya en el FMI. La principal silla en el directorio del organismo es de Estados Unidos.

    —¿Hay esperanza de que la llegada de Trump marque una diferencia con el FMI?, preguntó The Economist a Milei en una entrevista reciente.

    —Absolutamente, respondió el argentino. “En verdad ahora puede ver usted el comportamiento de algunos funcionarios del staff del Fondo que solían ser duros. Ahora son dóciles”.

    La relación entre el FMI y Milei no ha sido sencilla a lo largo de 2024. El presidente criticó públicamente al director del Departamento de Hemisferio Occidental, Rodrigo Valdés.

    Es que el chileno se opuso a aprobar un plan para la Argentina que hiciera desembolsos frescos sin que el Banco Central subiera el tipo de cambio, de manera de eliminar el atraso que se registró este año. Y Milei se opone a una nueva devaluación porque eso significaría otra ronda inflacionaria y que las personas que le encuentran sentido al esfuerzo hecho se vieran decepcionadas.

    Valdés, un burócrata, se mantuvo férreo y entonces la negociación se empantanó. Ahora hay que esperar a que asuma Trump y que el futuro secretario de Estados Unidos, Scott Bessent, le diga al ministro de Economía argentino, Luis Caputo, lo que Taylor le dijo a Steneri.

    La presentación de Talvi en un seminario sobre la Argentina se llamó: “El plan de estabilización argentina en su fase decisiva: ahora es el turno del FMI”.

    ¿Cómo seguirá la novela del dólar en la Argentina?

    Un régimen de flotación pura en un país como el nuestro es inimaginable por dos motivos.

    Primero, porque después de lo que le pasó a Macri y la experiencia del propio Caputo (N. E.: el ministro de Economía de Milei fue ministro de Finanzas del gobierno de Macri y presidente del Banco Central también con Macri) en la Argentina es muy riesgoso que el dólar enfrente una volatilidad.

    Segundo, Argentina tendrá que sí o sí comprar dólares y acumular dólares en 2025 y si flota hacia abajo, es muy difícil que el Banco Central compre divisas: simplemente las comprarán los argentinos y se las gastarán aumentando el déficit de cuenta corriente.

    Si Argentina deja flotar el dólar hacia arriba, es un inconveniente por los motivos esgrimidos más arriba. Sería un retroceso en lo avanzado porque la inflación repuntará y la economía se desanclará.

    Para Talvi, el futuro será algún “tipo de flotación sucia con algunos mecanismos de intervención o un régimen de bandas de flotación”.

    Una solución uruguaya para los problemas argentinos y rioplatenses.

    *El autor es editor jefe de Economía en el diario Clarín. Especial para Búsqueda.