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¡Qué fichas!: la memoria de la Biblioteca Nacional
¿Todavía se usan los ficheros o son decorativos?; esta es la pregunta inevitable que se hace el visitante en plena era digital y en la solemnidad de la sala; el director de la Biblioteca Nacional, Valentín Trujillo, los ha bautizado como el Google de papel
Miles de fichas guardadas en riguroso orden permanecen en el ingreso de la Biblioteca Nacional. Hay algo inquietante en la escena y en la atmósfera mortuoria de la sala de ficheros que lleva el nombre de Juana de Ibarbourou. La luz rebota entre los largos muebles de madera con cuatro hileras de cajones, todos iguales. Dentro de ellos están las fichas agrupadas por autor, título o tema; y ordenadas alfabéticamente.
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¿Todavía se usan los ficheros o son decorativos? Esta es la pregunta inevitable que se hace el visitante en plena era digital y en la solemnidad de la sala. El director de la Biblioteca Nacional, Valentín Trujillo, los ha bautizado como el Google de papel. Él lo dice con admiración y tono cariñoso, aunque maldita gracia puede hacerle a un fichero a punto de convertirse en obsoleto que lo compare con su verdugo.
Los ficheros han sido mudos testigos de los cambios del país durante décadas, no solo los tecnológicos. Hubo tiempos en que los estudiantes se arracimaban alrededor de ellos y los trataban con cierto descuido. Sobre la lisura de la madera se apilaban cuadernos y alguna merienda de contrabando. En ese dulce pasado nadie se hubiera atrevido a preguntar por la utilidad de los ficheros: sencillamente eran el corazón de la biblioteca. “Las fichas son como la cédula de identidad de los libros”, dice Margarita Venturini, bibliotecóloga de la institución. De la misma manera que las personas sin documentos sufren una especie de muerte ciudadana, los libros sin registro se vuelven inubicables entre millones de pares.
La dictadura uruguaya comprendió (a su estilo) el valor de los ficheros y avanzó directamente contra ellos, en vez de destruir papeles. Las anécdotas las conocen los funcionarios más veteranos y han sido recogidas en un artículo de Ana Inés Larre Borges titulado Arturo Sergio Visca y la Biblioteca Nacional en tiempos de dictadura.
“En la biblioteca no se quemó ningún libro, (…) permanecieron en los estantes, lo único que se retiró fueron las fichas. Y fueron solo las fichas de un único autor: Carlos Marx”, testimonia en el artículo citado Mabel Batto, subdirectora entre 1978 y 2010. Por ese entonces, el gobierno había designado a un interventor para la biblioteca, el coronel Jorge Marfetán. Años más tarde, las cosas entre Visca y Marfetán terminarían mal. Al parecer, hubo una discusión fuerte y el coronel le apuntó con un arma al mismísimo director, pero eso es harina de otro costal. Lo curioso, en lo que se refiere a las fichas, fue que retiraron a Marx solo del catálogo de autor, sin darse cuenta de que los libros prohibidos siguieron existiendo en las búsquedas por título o tema.
El artículo de Larre Borges narra otro suceso misterioso que también tuvo a los ficheros como protagonistas. De acuerdo al relato de la profesora Alicia Fernández, en el invierno de 1979, ya pasada la medianoche, Visca la llamó para pedirle que fuera en ese mismo momento hasta la biblioteca. Ella y otros funcionarios convocados por el director se encontraron en la parte de atrás del edificio y entraron por la puerta de la calle Guayabos. El pedido fue claro: sacar de los ficheros “todo lo que pudiese ser considerado material subversivo o revolucionario”. Trabajaron hasta la madrugada en la identificación del material, guardaron las fichas en bolsas y alguien las escondió en los ductos de la calefacción. De esta manera, Visca protegió ciertos libros de los censores. No se sabe exactamente cuándo las fichas regresaron a su lugar, lo cierto es que allí deben estar con su secreto bien guardado.
Si la materialidad del libro está en crisis, ¿qué decir del catálogo de papel con sus fichas recortadas y enhebradas en un vástago? Parte de la humanidad lectora desde hace décadas llora la anunciada desaparición del libro objeto, pero ¿hay algún defensor de las fichas de cartulina? Incluso el lector más fanático de hojear páginas amarillentas suele preferir las búsquedas en un catálogo digital; y este desapego empuja a los ficheros hacia un destino museístico.
Hasta los primeros años del siglo XXI la Biblioteca Nacional tuvo secciones destinadas exclusivamente a la elaboración e intercalado de fichas. Hoy cada libro ingresa con su correspondiente legajo digital. En la década de 1980, las fichas escritas a máquina (se picaba una matriz) se imprimían en un mimeógrafo para obtener varias copias a la vez. La modernidad llegó cuando compraron máquinas de escribir con memoria que permitían duplicar fichas. En 2012 la biblioteca obtuvo recursos para digitalizar los materiales de la Sala Uruguay, prioritaria para la institución, pero por error se envió un archivo no actualizado a la empresa encargada del proceso. Por ese motivo miles de libros quedaron fuera del registro digital, además de los internacionales.
Si un lector busca hoy un título en el catálogo online de la biblioteca y este no aparece, tendrá que darse una vuelta por los ficheros reales con la esperanza de encontrarlo en una humilde cartulina. Al menos por ahora, los ficheros se usan y no de florero.