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    Soltar al conejo

    Para los empresarios, la lección es clara: el verdadero éxito no radica únicamente en construir algo grande, sino en aprender a sostenerlo sin que dependa exclusivamente de una persona

    Columnista de Búsqueda

    Black Rabbit, la reciente miniserie de Netflix, que está entre las 10 más vistas de Uruguay, mezcla el lujo y la tensión que se entrelazan en un club nocturno de Nueva York. El lugar es dirigido por Jake Friedken, interpretado por Jude Law. Friedken es un empresario obsesionado con mantener a flote y en expansión su proyecto. La llegada de su hermano Vince (Jason Bateman), cargado de problemas y deudas, introduce un nuevo nivel de caos. De pronto, lo que parecía un negocio exitoso se convierte en un escenario donde las lealtades familiares, las decisiones de gestión y los riesgos externos colisionan.

    En Black Rabbit se ve a Jake atrapado en esa trampa invisible que acompaña a muchos fundadores. Su obsesión por estar presente en cada detalle de la operación del club lo lleva a perder perspectiva y a desgastarse en la rutina diaria, justo cuando el negocio exige visión estratégica y capacidad de anticipar riesgos mayores. La serie muestra con crudeza cómo la figura del dueño omnipresente termina siendo más un obstáculo que una garantía de éxito. Jake no logra dar el paso de soltar, de confiar en otros, de salir del día a día para pensar el futuro, y ese vacío lo empuja hacia decisiones erráticas. ¿Cómo hacer para formar un liderazgo que pueda construir una organización capaz de funcionar sin depender de manera absoluta de una sola persona?

    Aunque la trama pertenece al terreno de la ficción, el trasfondo resulta sorprendentemente cercano para muchos empresarios. La serie muestra cómo el crecimiento de una empresa puede convertirse en un arma de doble filo cuando el dueño se involucra demasiado en cada detalle, y la participación de la familia, lejos de ser siempre un soporte, puede añadir complejidad y conflicto.

    Black Rabbit no es solo un relato de crimen y suspenso. También es un espejo de los dilemas que atraviesan muchos fundadores. El brillo del éxito convive con la presión constante de sostenerlo, mientras las dinámicas familiares pueden convertirse tanto en un motor de confianza como en una fuente de fricciones internas. Esa tensión entre la ambición empresarial y las lealtades personales invita a pensar en cómo los líderes gestionan el crecimiento, la delegación y el rol que juegan sus seres más cercanos dentro de la empresa.

    Las historias de negocios están repletas de ejemplos de fundadores que no logran soltar el timón. La literatura académica habla incluso del síndrome del fundador, la tendencia de quienes crean una empresa a involucrarse de forma tan profunda en su gestión que se convierten en un obstáculo para su evolución. Según un estudio publicado en Harvard Business Review, las compañías lideradas por fundadores tienden a ser más innovadoras en sus primeras etapas, pero corren el riesgo de estancarse cuando el líder concentra demasiado poder y no permite que otros ejecutivos tomen decisiones estratégicas.

    El involucramiento extremo puede traer ventajas en los inicios porque asegura coherencia, pasión y un conocimiento íntimo del producto o servicio. Sin embargo, cuando la organización crece, la centralización puede volverse un cuello de botella. La historia empresarial ofrece ejemplos de sobra. Steve Jobs, con su intensidad creativa, fue clave para el renacimiento de Apple, aunque también generaba tensiones internas. Elon Musk es alabado por su visión, pero criticado por la dispersión que crea al tratar de controlar cada detalle en Tesla, SpaceX y sus múltiples compañías. Daniel Ek, fundador de Spotify, también ha sido descrito como un líder profundamente involucrado en todos los aspectos del producto. Desde el algoritmo de recomendación hasta el diseño de la interfaz, lo que permitió consolidar una experiencia de usuario distintiva en los primeros años. Sin embargo, a medida que Spotify creció, esa misma centralización trajo desafíos en la toma de decisiones y en la delegación hacia equipos más autónomos.

    En el caso de empresas familiares, el dilema se amplifica. Investigaciones del Family Business Review señalan que la mezcla de vínculos afectivos con la toma de decisiones incrementa la probabilidad de conflictos. Un hermano que se siente desplazado, un hijo que quiere cambiar el rumbo estratégico o un socio familiar con prioridades distintas pueden llevar a la parálisis o a divisiones internas. Así, lo que en el comienzo parecía un motor de cohesión se convierte en un laberinto emocional.

    Frente a esa realidad, muchos fundadores se preguntan qué pueden hacer para no quedar atrapados en su propio negocio. Una respuesta posible es rodearse de un equipo de liderazgo sólido con experiencia en áreas clave y la confianza suficiente para tomar decisiones sin depender de la supervisión constante del fundador. Otra medida útil es establecer procesos claros y transparentes que no dependan únicamente de la voluntad del dueño, lo que permite que el crecimiento no se frene por un exceso de centralización.

    En los negocios familiares resulta fundamental separar los roles personales de los empresariales. Consejos de administración, protocolos familiares o acuerdos previos pueden ayudar a que las tensiones afectivas no contaminen la gestión diaria. También es recomendable que la delegación se dé de manera gradual para el desarrollo de confianza en ambas partes, lo que permite que los nuevos líderes asuman responsabilidades poco a poco y que el fundador compruebe con hechos que no todo tiene que pasar por sus manos.

    La formación y la sucesión son otros aspectos clave. Preparar a la siguiente generación o elegir líderes externos con anticipación asegura continuidad. En paralelo, la mirada externa de asesores independientes puede aportar objetividad cuando los conflictos internos bloquean la toma de decisiones. Lo que en Black Rabbit se presenta como un drama cargado de intriga es, en realidad, una metáfora de problemas muy reales. Jake Friedken lucha por mantener el control de su negocio mientras las tensiones familiares lo arrastran hacia el abismo. Su dilema ilustra la importancia de planificar la sucesión como un proceso, no como un evento. Las empresas familiares más sólidas suelen establecer protocolos de sucesión que incluyen formación progresiva de los herederos, incorporación de directivos externos en etapas clave y la creación de un consejo de familia que separe las decisiones emocionales de las estratégicas. Su historia es un recordatorio de que el involucramiento extremo puede proteger pero también destruir.

    Para los empresarios, la lección es clara. El verdadero éxito no radica únicamente en construir algo grande, sino en aprender a sostenerlo sin que dependa exclusivamente de una persona. Delegar, confiar y separar los vínculos familiares de la lógica empresarial no es un signo de debilidad, sino un paso hacia la madurez organizacional.

    Así como en la serie el club Black Rabbit se convierte en el escenario de conflictos que trascienden el negocio, en la vida real muchas empresas enfrentan el mismo reto. El desafío planteado es separar el almuerzo de los domingos de la reunión de directorio. El objetivo es crecer sin perder el rumbo, dejar que otros conduzcan sin sentir que se traiciona la esencia original. Tal vez la ficción exagera el drama, pero la enseñanza es contundente. Cuando el fundador aprende a soltar, el negocio gana en resiliencia y trasciende.