Periodista y escritor. Así podría presentarse a César di Candia, y posiblemente él estaría conforme. Pero esa presentación es muy escueta para abarcar su trayectoria. Fue un cronista de mirada aguda, un hurgador de relatos y de anécdotas y uno de los grandes cultores de la entrevista. Y sus entrevistas eran esas que calaban hondo y llegaban a la personalidad del entrevistado. Trabajó en varios diarios, semanarios y revistas. Uno de esos medios fue Búsqueda, donde publicó durante 15 años entrevistas centrales que hacía con figuras del ámbito político, social o cultural. Di Candia, el periodista y escritor, murió hoy, lunes 17, a los 95 años.
Si bien en las solapas de sus libros figura que nació en Florida, en algunas notas ubicaban su origen en Rocha o incluso en otros departamentos. En una entrevista le explicó a Búsqueda esa confusión, y es graciosa su forma de contarlo: “Mis padres eran de Rocha y allí me gestaron cuando eran novios. Lo que sucedió es que cuando mi madre quedó embarazada decidieron irse para evitar el escándalo. Aparentemente, yo nací en Florida, y así estoy apuntado. Me consta, además, que mis padres estuvieron viviendo muchas veces en Treinta y Tres. Lo curioso es que en mi carnet de identidad dice: ‘Nacido en Sarandí del Yí, departamento de Florida’. Pero sucede que Sarandí del Yi no queda en Florida, queda en Durazno. Para completar, como he pasado gran parte de mi vida en Rocha, yo me considero de Rocha. No es algo que me quite el sueño, pero no sé bien dónde nací”.
Cuando la familia se asentó en Montevideo, vivían en una casa humilde en Pocitos, en Benito Lamas y Luis de la Torre, una cuadra que terminaba en un alambrado tejido. Era un Pocitos muy diferente al actual, donde vivían familias como la de Di Candia, que él definía como “de clase media para abajo, o de ‘clase un cuarto’, como decía Quino”.
Pero muy pronto quedaron atrás las predicciones de la vida, porque el horóscopo no era merecedor de su pluma. Entonces comenzaron las noticias y las entrevistas, su género predilecto. Sus protagonistas fueron figuras célebres del ámbito nacional, pero también seres casi anónimos, de esos que se encuentran en los rincones a los que pocos llegan. De unos y otros descubrió glorias, miserias y muchas veces confesiones inesperadas. Para lograrlo, se ganaba primero la confianza de sus entrevistados, respetaba sus silencios, su intimidad y sus confidencias off the record: después llegaban las preguntas complicadas.
“Aprendí que el mate con el ida y vuelta lleva a la confidencia”, explicó en una entrevista. Así logró llegar al final de una de sus entrevistas más recordadas, la que le hizo a Hugo Medina, general en la dictadura y ministro de Defensa del primer gobierno de Julio María Sanguinetti. La entrevista ocupó seis páginas de Búsqueda. “Despreciaba a la prensa y nunca había concedido una entrevista. Charlamos en su casa no menos de cuatro horas. Él se abría cada vez más y yo tenía que preguntarle si había ordenado torturar, pero tenía que esperar el momento adecuado, que llegó al final. Cuando me dijo que torturar no había sido un error y que él había dado orden de apremiar, apagué el grabador y me fui”.
Pero mucho antes de aquella entrevista histórica, el periodismo lo había llevado a vincularse con la vida política como un testigo privilegiado. Fue un gran amigo de Zelmar Michelini, a quien había conocido en la esquina del diario El País, donde iban a tomar café, y enseguida quedó cautivado por su personalidad. Michelini le propuso sacar un semanario, Hechos, que después se transformó en diario. Zelmar era el director y Di Candia el redactor responsable.
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“Para don Carlos Scheck que me abrió las puertas del periodismo y para su hijo Daniel, mi amigo, que me empujó para adentro”, dice la dedicatoria de su libro Oficio de periodista (Fin de Siglo, 2012), donde recopiló algunos de sus reportajes más memorables. Daniel Scheck, hijo del cofundador del diario El País, lo conocía a Di Candia desde la Facultad de Derecho, donde habían sido compañeros y se hicieron amigos. Él lo impulsó a escribir una columna sobre el Mundial de Fútbol de 1954 en Suiza y luego La página de los lunes, dedicada al humor.
Su veta humorística afloró de nuevo durante la dictadura. En ese período, Di Candia había abandonado el periodismo y tenía un barco pesquero en La Paloma. Cuando vendió el barco compró una librería, Atenea, pero no le fue bien. Entonces apareció en escena el periodista Antonio Dabezies, que quería sacar una revista de humor. “Estás loco, nos cierran a los dos días”, le dijo Di Candia. Pero Dabezies lo convenció y así nació El Dedo, en julio de 1982, uno de los éxitos más recordados del periodismo uruguayo. En aquel mundo sin sonrisas, El Dedo fue una especie de liberación a través de la caricatura y reunió a los mejores dibujantes del momento. Sin embargo, la dictadura seguía, censuraba y no tenía humor. Una nota que salió en tapa en la que mostraba la mugre en la playa Ramírez provocó la ira de Óscar Víctor Rachetti, intendente de Montevideo, y clausuraron la revista por pornográfica. El último número, el séptimo, vendió 43.000 ejemplares.
Pero eran momentos de hambre de humor, de democracia, de libertad. Entonces Dabezies insistió y lo arrastró de nuevo a Di Candia hacia otra publicación del mismo tenor, pero con otro nombre: Guambia. “Fue en los últimos años de la dictadura y tuvo también un éxito impresionante, aunque publicábamos con prudencia. Por ejemplo, sacábamos media cara de Wilson porque estaba prohibido. Hasta que finalmente llegó el Acto del Obelisco y decidimos que aparecieran las firmas, que hasta entonces no poníamos”.
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En la biblioteca de su apartamento de Malvín, en donde vivió en las últimas décadas, quedan las huellas de su trayectoria vital, familiar y periodística. También, de una parte de la historia de Uruguay: un Quijote de bronce con una banderita de Defensor; una mesita con el clarín que tocaba retirada en alguna batalla que perdieron los colorados y que él heredó de su abuela materna; fotos con Michelini (tenía una también pegada en la laptop), con Hugo Batalla, con Líber Seregni cuando lo entrevistó para Guambia, o en La Habana con Julio María Sanguinetti, una de Wilson Ferreira Aldunate y otra de Tabaré Vázquez cuando fue electo intendente.
La Facultad de Derecho, que abandonó por el periodismo, también unió a Di Candia con el expresidente Jorge Batlle, de quien fue compañero de estudio. En su casa, cuando iba a preparar algún examen, conoció a Luis Batlle, en ese momento presidente de la República. “Los milicos me hacían la venia en la puerta. Me atendía el presidente de la República a las seis de la mañana, con el mate en la mano, y me decía: ‘Vamos a despertar a ese grandulón’. Tuve la enorme fortuna de haber charlado con don Luis Batlle todos los días, una hora antes de que se levantara Jorge. Lástima que yo no tenía edad suficiente para que me entrara todo”.
Todas sus vivencias fueron alimentando no solo al periodismo, sino también su narrativa. Di Candia escribía mucho y publicó sus historias hasta unos años antes de su muerte. Escribió libros de narrativa, cuentos y novelas de ficción, pero también en historias que recogían aspectos poco conocidos de la historia uruguaya. Di Candia fue un verdadero memorialista uruguayo. En El país del deja, deja (1996) advertía: “Esta novela está inspirada en personajes reales que existieron o viven aún (…). Pero se chasquearán inevitablemente quienes intenten identificarlos”.
En Pequeño mundo (Alfaguara, 2007), ilustrado por Carlos Páez Vilaró, recorrió historias de la costa uruguaya. En Gurisote (Fin de Siglo, 2012), se ambientó en la dictadura uruguaya y contó la historia de un hombre a quien un día le avisan que tiene que ir a buscar a su hijo muerto a un cuartel lejano donde se encontraba detenido. Y en Cinco noches (Fin de Siglo, 2021), se concentró en un acontecimiento breve, pero intensamente cruel, posterior a la Guerra Grande, que el Partido Colorado llamó Hecatombe de Quinteros.
Por el conjunto de su obra periodística y narrativa, la Cámara Uruguaya del Libro le otorgó en 2019 el Bartolomé Hidalgo a la Trayectoria. En 2012, le habían otorgado otro Bartolomé por Oficio de periodista.
La Paloma
Hubo algo permanente en Di Candia, además de la escritura: su matrimonio con Matilde Bocage, con quien compartió su vida, tuvo cinco hijos, 12 nietos y varios bisnietos. Y lo otro permanente fue el balneario La Paloma, su lugar en el mundo.
“Tengo fotos desde los siete años en La Paloma. Hace 80 años que voy, 80 años seguidos. Durante la dictadura trabajé un tiempo allí. Y si sumo los meses, estuve viviendo unos 30 años, por lo tanto me considero, más que rochense, palomense”, le dijo a Búsqueda en una entrevista de 2016. Desde esos siete años, cuando La Paloma era un gran arenal “con casitas sobre la bahía y otro montoncito de ranchos alrededor del faro”, hasta sus últimos días fue su disfrute y refugio.
Pero es mejor leerlo con sus palabras: “Me urge el silencio, los pájaros. Incluso tengo el lugar donde quiero que tiren mis cenizas. Ya se lo dije a mis hijos y lo marqué con un palo. Es en el terreno de mi casa, al fondo, donde hay unas hortensias. A veces pienso que no puedo transformar mi casa en un cementerio, que mejor hacerlo en la playa. Pero se lo digo a mis hijos para que no vendan nunca la casa. Cómo van a vender las cenizas de papá. Me quedo mil veces con el silencio casi total, lejos de Montevideo, el ruido de las olas, el zumbar de los mangangás amarillos, el olor salobre del mar y el volar de la golondrinas. He sido capturado por la simpleza. En buena hora”.
Periodista y escritor. Y palomense, agregaría Di Candia. Así tenemos que recordarlo.