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La última vez que el cineasta inglés Ridley Scott estuvo en el centro de la conversación fue con Napoleón, una película ambiciosa que dejó impresiones encontradas. En su biografía del emperador francés, Scott combinó el ascenso bélico de Bonaparte con una mirada a su relación con Josefina, el amor de su vida. Aunque se destacó en la recreación de sus batallas, un guion atolondrado y un protagonista desacatado en Joaquin Phoenix dejaron un retrato incompleto del hombre detrás del mito.
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En 2024, la figura de Scott está más atada que nunca a la explotación de la nostalgia, un motor narrativo y financiero que hoy es el principal síntoma de un cine contemporáneo, incapaz de mirar hacia adelante.
Alien: Romulus (2024), la continuación de la obra maestra de ciencia ficción de Scott de la mano del cineasta uruguayo Fede Álvarez, padeció esta enfermedad. Si bien Álvarez le otorgó su sello personal demostrando su dominio del terror, su potencial se vio limitado por dos tendencias recurrentes: la repetición de estructuras que simulan ser la obra a la que le deben su existencia y la constante presencia de guiños y homenajes que solo amplifican esa cualidad de espejos que tienen hoy las secuelas.
Esta fórmula también se ve en Gladiador 2, donde Scott regresa a su épica del 2000 con una continuación que no puede escapar de su gloria pasada.
Embed - Gladiador II | Tráiler oficial (SUBTITULADO) – Paul Mescal, Pedro Pascal, Denzel Washington
Un dejo de oportunidad perdida recae así sobre toda la película con la misma fuerza con la que los luchadores del sanguinario entretenimiento romano pelean por sobrevivir. Es una película incapaz de liberarse de las ataduras de su antecesora, y cuando intenta valerse por sí misma, enseguida se arrepiente.
¿Cómo lograr que Lucius, el nuevo vengativo protagonista encarnado por Paul Mescal, se erija como un héroe por derecho propio cuando la sombra de Máximo Décimo Meridio, interpretado por Russell Crowe, se cierne constantemente sobre la película? La insistencia en resaltar la importancia del personaje original es tal que incluso se reintroducen planos de Crowe de Gladiador, por si no queda claro de quién se está hablando.
Ante la inevitable comparación, la respuesta de esta nueva película de Scott parece ser una proclama: “más es mejor”, sugiriendo al espectador que la abundancia lo justifica todo. Por eso, en lugar de un solo antagonista como Joaquin Phoenix, encontramos a los gemelos tiránicos Géta y Caracalla, interpretados por Joseph Quinn y Fred Hechinger. Con más trama, más peleas, más efectos especiales, se busca una maximización que, paradójicamente, resulta en una dilución del impacto.
Gladiador 2 retoma la historia 15 años después de la muerte de Maximus Decimus Meridius. Con el Imperio romano expandiéndose, sus cimientos comienzan a resquebrajarse. Las peleas en el Coliseo, sin embargo, florecen con una brutalidad y creatividad sin precedentes. Los juegos, más sangrientos que nunca, se convierten en el macabro reflejo de una nación en decadencia, regida por dos monedas: la sangre y el poder.
Ahí llega, como esclavo tras ver morir a su amor y al pueblo africano que lo acogió como refugiado, Lucius, un guerrero que quiere sobrevivir con un solo objetivo: arrancarle la cabeza a Acacio (Pedro Pascal), el general romano responsable de la muerte de su esposa y de la destrucción de Numidia. Scott logra un espectacular arranque de película, que hará emocionar a cualquiera que haya hecho del Age of Empires su videojuego favorito. Como gladiador, Lucius es patrocinado por Macrinus, un exesclavo, encarnado por Denzel Washington, que se convirtió en un hombre rico en Roma gracias a sus negocios. Es él quien parece manejar los hilos del poder en la sombra, ostentando las túnicas más fabulosas del imperio. Connie Nielsen retoma su papel de Lucilla, hija de Marco Aurelio y esposa de Maximus.
Es un innegable placer ver a un elenco tan carismático con sus integrantes vestidos con togas, degustando uvas y moviéndose entre opulentos decorados. Es una producción que exhibe un presupuesto generoso y una recreación histórica que se luce incluso en sus anacronismos y demuestra que no se necesita una capa de superhéroe para alcanzar una espectacularidad digna de ser vista en el cine.
Luego de un repaso en forma de cuadros vivos que la película hace de la primera entrega, para que no se olvide a qué arenero vinimos a jugar, Scott demuestra, como en Napoleón, su dominio en la recreación de batallas impresionantes. Es lo mejor que le sale en la película, pero a lo que menos recurrirá.
A Scott se lo siente motivado en igualar la épica de su oscarizada película del 2001. Logra momentos brillantes, pero la trama se complica con giros excesivos que condensan el ascenso de Lucius y la caída de Roma en pocos días. Además, se dispersa al intentar desarrollar a personajes secundarios como los de Washington y Pascal, descuidando al gladiador protagonista. La trama conspirativa se desdibuja en motivaciones personales poco sólidas, sacrificadas por el desenlace, que no se justifica plenamente.
Y qué enorme diferencia marca un actor de la talla de Washington. Verlo en esta película es una experiencia en sí misma, especialmente cuando se lo compara con un fenómeno como Mescal. El estilo tan particular del joven actor irlandés, esa capacidad de transmitir un dolor interno tan visceral, que lo destacó en series como Normal People o la película Aftersun, aquí se siente lejana. Algo similar ocurrió con Chalamet en Duna, aunque en la segunda parte ya se mostró más cómodo.
Gladiador 2 logra un ritmo ágil y secuencias de combate impactantes, pero con efectos especiales cuestionables, por no decir apurados. Escenas como el reencuentro de Lucius con la armadura de Maximus evocan una nostalgia que resulta contraproducente, ya que nos remiten a la grandeza de la primera parte y nos hacen desear que esta saga concluya. No es una película tan desastrosa como Napoleón, pero tampoco alcanza la altura de Gladiador. De hecho, el recuerdo de la primera entrega resulta más satisfactorio que la experiencia de ver esta secuela.
Es un entretenimiento competente, que quizás indique un resurgimiento del cine espectacular, pero no deja de sentirse como una oportunidad desaprovechada. Ridley Scott demuestra ser un artesano capaz, pero parece haber perdido la ambición de antaño. Si decidiera hacer una tercera parte, debería esforzarse más o colgar la espada de una buena vez.