Desde que se estableció en Hollywood una década atrás, en cada ocasión que el cineasta Fede Álvarez vuelve a Uruguay para presentar una nueva película y surge una pregunta: ¿cómo lo hace?
El cineasta uruguayo desafía las convenciones corporativas con su manejo de la tensión y el asco
Desde que se estableció en Hollywood una década atrás, en cada ocasión que el cineasta Fede Álvarez vuelve a Uruguay para presentar una nueva película y surge una pregunta: ¿cómo lo hace?
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáRecorrido breve. Con su escalofriante ópera prima, Posesión infernal (2013), Álvarez regresó como un explorador que acababa de volver de una aventura en tierras desconocidas. Sus relatos eran, fundamentalmente, una experiencia que ningún otro cineasta uruguayo había tenido.
En No respires (2016), la película en la que él y su mano derecha creativa, Rodo Sayagués, mostraron de qué eran capaces, la expedición ya tenía una escala global, con rodajes en Europa y la libertad creativa de apostar por una invención propia.
La chica en la telaraña (2018), película que ahora parece haber sido olvidada de la carrera del uruguayo, se considera su primer tropiezo, pero aun así demostró que Álvarez estaba preparado para proyectos cada vez más ambiciosos. Y qué mayor desafío que recibir las llaves de una de las naves de ciencia ficción más conocidas: la saga de Alien.
Originalmente, Alien: Romulus, lo nuevo de Álvarez, iba a estrenarse de forma exclusiva en Hulu, una de las plataformas de streaming de Disney en Estados Unidos. Esto respondía a dos tendencias del mercado: los estudios buscaban justificar su giro hacia las plataformas digitales con más contenido exclusivo, evitando así los riesgos de la distribución tradicional en salas de cine.
Además, la creciente importancia de una propiedad intelectual reconocida por el mayor público posible, luego de que Marvel y Disney encontraran en sus superhéroes un negocio menos arriesgado que apostar por historias originales, llevó a Disney a intentar sacarles jugo a las marcas adquiridas al comprar Fox.
Sin embargo, según contó Álvarez a Búsqueda, la decisión de estrenar Alien: Romulus en cines fue una respuesta directa a la evolución de la situación sanitaria de la pandemia del Covid-19 y a la convicción de que la película se beneficiaría mucho de la experiencia que una sala ofrece.
Alien: Romulus llegó entonces a Uruguay con toda la parafernalia publicitaria que un estreno de su calibre puede esperar. Más allá de la proyección en salas comerciales, la película también obtuvo un estreno en la Cinemateca (los fines de semana, por ahora) y en la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño, que decidió hacer una excepción en su programación, normalmente dedicada al cine nacional y latinoamericano.
Con esta película, Álvarez evoca un espíritu que ha acompañado a la saga cinematográfica desde que James Cameron dirigió la secuela Aliens. Cada cineasta que se sumaba a la nave para capitanear podía imprimir su propio estilo en ella. Del majestuoso terror espacial de Ridley Scott en 1979 se pasó a la acción militar beligerante de Cameron en 1986. Luego se dio paso al nihilismo carcelario que David Fincher planteó en su accidentada incursión de 1992. Años más tarde, en 1995, Jean-Pierre Jeunet, director de Amélie, haría lo suyo con Alien, la resurrección, una película que, a pesar de su originalidad, no logró conectar con la audiencia.
Ridley, el padre de la criatura, regresaría en las siguientes películas, Prometeo (la única sin el nombre Alien en su título) y Alien: Covenant, la más pesimista de todas. Estos últimos títulos fueron recibidos con reservas en su estreno, pero han experimentado un ciclo de revalorización en el último año de cara al estreno de Álvarez.
Romulus se presenta como una apuesta ambiciosa, prometida como una hija de los clásicos Alien y Aliens, pero con una búsqueda de una identidad propia. La película de Álvarez cumple con esa promesa y toma sus propios riesgos en el proceso. Parece estar atrapada entre dos impulsos opuestos. Por un lado, rinde un debido homenaje a sus antecesoras para afirmarse como parte de la franquicia, cuyas primeras entregas siguen siendo las más aclamadas. Hay referencias constantes a la saga, algunas más sutiles que otras, bajo lo que hoy se conoce como una tendencia en sí misma: las “secuelas de legado”, donde se intenta mirar hacia el futuro sin desprenderse por completo del pasado.
Al igual que sus predecesoras, Romulus debe bailar al ritmo de las exigencias comerciales de 20th Century Studios. No obstante, los cineastas uruguayos han sabido transformar esta obligación en una oportunidad. En vez de limitarse a la amenaza del xenomorfo, la película profundiza en el verdadero antagonista de la franquicia: la corporación Weyland-Yutani. Esta colosal entidad, ávida de ganancias a cualquier costo, manipula y explota sin piedad a quienes se cruzan en su camino, revelando la cara más siniestra de la ambición capitalista, incluso en el futuro.
Por otro lado, y como principal atributo, está la construcción de una nueva película de terror espacial. Álvarez y Sayagués, su coguionista, exploran el confinamiento como escenario ideal para el sufrimiento y la superación, un territorio que conocen a la perfección. Al convertir la ambientación en un elemento central de la trama, logran crear una atmósfera aterradora que se transmite sin problema en la sala de cine.
En Alien: Romulus, la protagonista es Rain, interpretada por la actriz en ascenso Cailee Spaeny, a quien este año se la ha visto en la infravalorada Priscilla y la sobrevalorada Civil War. Rain y su hermano, el androide Andy (interpretado por David Jonsson, a quien vale la pena ver en la serie Industry), buscan escapar a un planeta idílico, con la promesa de tocar el pasto y ver el sol por primera vez en sus miserables vidas como trabajadores de Weyland-Yutani.
Su mundo se desmorona, igual que los que lo precedieron, víctimas de las enfermedades que siembra la colonia en la que viven. Un ciclo interminable: más horas de trabajo, menos vida. Por más que se esfuercen por cumplir la cuota, el sueño de abandonar el planeta parece inalcanzable. Rain y la audiencia descubren esta cruda realidad en los primeros minutos del relato. Junto con un grupo de compañeros desahuciados, surge un plan desesperado: robar las cámaras criogénicas de una nave abandonada en la órbita de la Tierra para escapar hacia el paraíso de la única manera posible, durmiendo en el largo camino hacia allí.
La premisa de un grupo de ladrones acechados por una amenaza imparable nos sumerge en un thriller al estilo de Álvarez y Sayagués. Sin embargo, la dupla va más allá y nos arrastra a una atmósfera de terror puro. Romulus se convierte en una exploración claustrofóbica, donde cada rincón oculta un peligro inminente. La película sobresale por su cuidada estética, con un diseño de producción y sonido que intensifican la tensión y una apuesta por los efectos prácticos, un sello que hoy remite a la idea de que en el cine contemporáneo lo tangible supera a lo digital.
Esa bandera se ve algo estropeada con la decisión más divisiva de la película: resucitar de manera digital al fallecido actor Ian Holm, quien fue el androide Ash de la película de 1979, para encarnar a un nuevo personaje. Ahora como Rooke, un robot semidestruido, “Holm” toma el lugar de una máquina de exposición para darle a la película un mayor folclore. La presencia de Holm resulta extrañamente discordante; su inclusión distrae más de lo que aporta. Álvarez ha explicado que el de Holm es el único androide que no pudo volver a la saga, pero tanto la tecnología utilizada como el contexto actual sobre la discusión en torno al uso de la inteligencia artificial atentan contra la decisión, que no logra justificarse del todo.
Sin embargo, es en la libertad que los cineastas encuentran para desafiar los límites de lo terrorífico, donde Alien: Romulus revela su encanto. La criatura principal es retratada en primeros planos que resultan repulsivamente bellos, apelando más a su inquietante presencia que a sus movimientos. El delirante acto final, que culmina con un giro descabellado, transforma la película en una verdadera extravagancia. El terror ha tenido un año peculiar, y esta película se destaca por ser de las mejores del género. Da miedo, da asco y uno sale realmente entusiasmado por lo próximo de Álvarez y los suyos.