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Antes que nada, hay que advertir que La reina de belleza de Leenane es un mundo de dolor. Esta obra, la primera que escribió el dramaturgo y cineasta británico Martin McDonagh, es un canto a la crudeza, a la oscuridad, a la desesperanza. Y también es un canto a la buena actuación, a cargo del cuarteto que la interpreta, especialmente de Myriam Gleijer y Soledad Frugone, y a la buena dirección de Santiago Sanguinetti. Esta historia está en cartel en la sala Atahualpa de El Galpón desde mediados de abril (sábados a las 20.30 y domingos a las 19, con entradas en RedTickets) y seguirá durante todo mayo.
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Estamos en Leenane, un recóndito y minúsculo pueblo del condado de Galway, en Irlanda, a inicios de los 90. Estamos en el interior de la cabaña donde viven Maureen, una mujer adulta, y su madre, Mag, una anciana que pasa todo el día sentada en una silla mecedora, mirando televisión y dándole órdenes a su hija, con los peores modales. Maureen siente que la vida se le escapa como agua entre los dedos. A los 42 años ha perdido demasiados trenes. Los del amor, los de la maternidad, los que la podrían haber llevado a una vida plena, o al menos a un destino luminoso. Porque lo que tiene se parece mucho a lo contrario, a la muerte en vida.
El cuidado de su progenitora consume sus días y sus energías. La violencia permanente que ejerce una sobre la otra ha superado el límite de lo que una persona en sus cabales puede tolerar. La señora ha sido muy eficiente en la práctica de espantar a todos los que han pretendido una historia de amor con su hija. Pero las dificultades económicas y la total imposibilidad de conseguir otro lugar para vivir mantienen a Maureen jaqueada, paralizada física y psicológicamente, presa en su propia casa. Así, en las escenas iniciales de esta obra se configura la relación tóxica, enferma sin cura aparente, entre estas dos mujeres. Una se empeña en convertir en un infierno la vida de la otra. Y la otra sin poder dar el golpe de timón ante el evidente e inexorable naufragio al que se dirige a toda vela. Entonces, aparece un viejo amigo. El último tren.
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Myriam Gleijer
Estrenada en 1989, La reina de belleza de Leenane es el debut teatral de McDonagh, un texto cuya versión de Broadway fue nominado al Tony en 1998. Junto con autores como Martin Crimp, Sarah Kane, Tom Stoppard y Caryl Churchill, este dramaturgo angloirlandés fue parte del movimiento In-Yer-Face (voz popular inglesa traducible como “en tu cara”) que llevó al extremo la visceralidad del “teatro de la crueldad” de Antonin Artaud. Un teatro punk, radical, violento, directo, carente de metáfora y de belleza poética, aunque no de poética. Vaya si la tiene. Una poética descarnada, pesimista y desesperanzada, pero poética al fin. En obras como The Pillowman, A Very Very Very Dark Matter y La reina… el autor, así como sus colegas generacionales, vuelca las miserias de la sociedad encima de los espectadores. Las vomita.
Como guionista y director de cine, McDonagh llevó este mismo espíritu a filmes como Escondidos en Brujas, Tres anuncios para un crimen y la reciente Los espíritus de la isla. El humor (negro) que se cuela en algunas de estas historias también se filtra en esta obra a través de los personajes secundarios (masculinos), que apenas ventilan mínimamente una casa en la que el aire siempre está viciado. Es un retrato de cómo los nudos emocionales que no se desatan a tiempo pueden obstruirlo todo, incluso en un vínculo familiar elemental como es el de una madre y su hija.
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Soledad Frugone y Sebastián Serantes
Alejandro Persichetti / El Galpón
También es una historia que retrata, como bien saben hacer los británicos, los conflictos económicos y sociales derivados de la configuración de las clases sociales. La localidad que da nombre a este título impregnado de ironía es un pueblo perdido, olvidado, de esos que solo aparecen en las noticias por algún crimen. De hecho, uno de los personajes dice que está fuera del radar de los criminales porque “se tendrían que desviar un montón para ir hasta ahí”. Problemáticas como la feminización de los cuidados a los ancianos y la escasez de oportunidades laborales para los jóvenes también tienen su lugar y no difieren demasiado de las que afectan al interior uruguayo.
Esta historia amarga como la hiel, la primera obra de McDonagh que se estrena en Uruguay, está muy bien contada, sencillamente porque tiene grandes actuaciones: la de Myriam Gleijer, actriz de 84 años (65 de carrera) que es una verdadera fuerza de la naturaleza, la de Soledad Frugone, afianzada como una de las protagonistas de la escena uruguaya de los últimos 15 años, y las de Sebastián Serantes, el personaje que aporta la escasa luminosidad de este cuento, y Giuliano Rabino, que trae algo de oxígeno en sus atolondradas irrupciones.
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Soledad Frugone y Myriam Gleijer
Alejandro Persichetti / El Galpón
Desde la dirección y una versión adaptada con buen criterio al habla popular uruguaya, Sanguinetti administra con eficacia los escasos recursos emotivos que le ofrece este texto. Su dirección, en clave hiperrealista, les imprime verdad a los diálogos y especialmente a las abundantes escenas de violencia verbal e incluso física. La escenografía de Laura Leifert, las luces de Sebastián Marrero y Lucía Rubbo, y el diseño sonoro de Fernando Castro contribuyen a construir un buen espectáculo.
Lo dicho al inicio: La reina de belleza de Leenane no es una experiencia luminosa. Pero si está bien hecha, presenciar una obra así puede ser una experiencia placentera. Y esta lo es.