En una línea similar, Lima no dio vueltas para situar el nuevo ascenso de Donald Trump al poder como la razón fundamental de la elección de Las brujas de Salem. “Justo estábamos hablando con José Miguel Onaindia el día que eligieron a Trump por segunda vez y cuando salió con todas esas carpetas de restricción de derechos civiles. Me pareció que ante la ofensiva de la política de Trump el teatro tenía que responder. Pensé que Las brujas de Salem es un buen reflejo del pasado, de lo que vuelve a pasar ahora. Curiosamente, Miller la escribió para ilustrar la caza de brujas de McCarthy, y se remontó a 1692 para ver cómo en el origen de Estados Unidos está esa sangre represora. Pero ahora la piedra vuelve a rebotar y el asalto al Capitolio (de los seguidores de Trump en 2021) es un símbolo de la modernidad, de la regresión en derechos civiles y humanos”.
Lima ya dirigió Las brujas de Salem en Barcelona y Madrid, en 2017. Conoce en profundidad este texto, al que llama Salem, a secas. Pero aclara que este montaje es “completamente diferente”. Así lo explica: “De aquella versión solo mantengo el respeto por el texto original, que es extraordinario. Es una obra de arquitectura teatral magnífica. Aquel montaje fue más respetuoso con la propuesta clásica de Miller, de cómo se construye la comunidad de Salem, cómo las propias fuerzas que la construyen y que pueden alumbrar algo precioso, una nueva Jerusalén, una democracia incipiente, son las mismas que la destruyen. Hasta el día de hoy, la memoria de los Juicios de Salem es nefasta. Hoy todo el mundo sabe que las brujas no existieron. Que fueron acusadas de brujería por una cuestión territorial, como siempre. La Iglesia-Estado, que en aquel momento regía y ejercía un poder teocrático, decide que la mejor manera de ampliar sus terrenos y los de sus amigos terratenientes es acusar de brujería o de posesión demoníaca a gente que les podía causar problemas con el estilo de vida que ellos querían imponer. Es la historia de la humanidad. Lo de las mujeres bailando desnudas es un chivo expiatorio”.
Fletcher se muestra igual de pesimista que su colega español. “Lo que me resuena de Todos eran mis hijos es que las cosas no van mejorando. En el fondo, Miller identificaba un fuerte idealismo en los que estuvieron en la guerra, un idealismo que el resto no tiene. Chris, el hijo del protagonista que regresa del frente, intenta convencer a su padre de la importancia de esos ideales. Es muy curioso pensar que ya han muerto casi todos los que sobrevivieron la Segunda Guerra Mundial. Estamos olvidando que la guerra se lucha por razones, no se lucha por una ganancia, no se lucha por la plata. Eso asusta. Esa generación de nacidos durante los años de guerra, en la que están mis padres, está muriendo. Estamos perdiendo memoria de la importancia y las razones por las que existen las guerras, y cuando se olvida eso es más fácil pensar la posibilidad de comenzar de nuevo. Creo que el ascenso de la ultraderecha en muchas partes del mundo va de la mano con el retorno de la idea de que la guerra es una buena cosa. Creo que claramente no lo es”.
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Anthony Fletcher dirige Todos eran mis hijos, de Arthur Miller
Alejandro Persichetti
Lima profundiza en su análisis histórico de Las brujas de Salem: “Todo en Salem gira alrededor del interés. Es normal que en cada proceso de nueva colonización, ya sea en África o en América, donde una población con cierto poder que se quiere imponer encima de otra, como en Gaza ahora, surjan acusaciones demoníacas. La obra contiene algo muy metafórico en cuanto al poder del nuevo capitalismo que se estaba asentando en Nueva Inglaterra en aquel momento. Nos remontamos a 1700, que es cuando se ponen los primeros ladrillos de la economía que después fue el buque insignia de la sociedad estadounidense. Pero ese proceso de demonización sigue hoy en día. En África, miles de mujeres siguen siendo acusadas de brujería. Es increíble. Y de hecho, esta historia de convertir el comunismo en el demonio, la caza de brujas de McCarthy, sigue sucediendo ahora en palabras de Trump. El nacionalismo cristiano, todo el poder económico y religioso que está detrás de Trump, todavía sigue utilizando la palabra de Dios a través de su líder, y la demonización de sus enemigos, o sea, el eje del mal. De alguna manera, Arthur Miller fue muy clarividente sobre lo que siguió ocurriendo hasta el presente. Bueno, a él le costó mucho esta obra. Él había sufrido el macartismo en carne propia, él fue uno de los que se negó a testificar, se atuvo a la Quinta Enmienda y sufrió las represalias. Pero su voz literaria se supo imponer a todo eso y le dieron el Pulitzer”.
La voz literaria de Miller
A propósito de la voz literaria de Miller, Lima desgranó cómo fue el desafío de interpretarla: “En un texto como este, cualquier traducción es una traición. Arthur Miller es muy fino. Hay personajes que hablan un inglés de 1692, un inglés arcaico, incluso para Inglaterra. Buscamos un equilibrio entre un español más o menos neutro para las clases altas y el juez, y el habla popular. El diseño teatral de las escenas es magistral. Miller conoce muy bien la tragedia griega, y dio a esta obra la estructura de la tragedia clásica. Eso se aprecia en el héroe trágico, que es John Proctor, en el coro de las niñas de Salem, en Dios como último juez y en el interés y la hipocresía que hay debajo de todo eso. Y al mismo tiempo es un autor muy contemporáneo, que sabe manejar el realismo de una manera tremenda y navega entre el melodrama y la tragedia. Incluso dijo que podría haber hecho una comedia grotesca, porque el ser humano suele llegar a unos grados de estupidez grotescos y absurdos. Pero hizo una auténtica tragedia contemporánea”.
Hablando de tragedia, Lima afirma que Edipo, su trabajo anterior con la Comedia, y Salem tienen mucho en común: “En ambos casos, una comunidad es capaz de lo mejor, pero ante el terror y el miedo se vuelve capaz de lo peor. Es una metáfora del mundo contemporáneo, y es una fuerte seña de identidad clásica reflejada en Salem. Por ejemplo, cómo se da cuenta el héroe, cuando tropieza, de que su soberbia le pierde. En este caso, la soberbia del poder teocrático”.
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Pablo Varrailhón, de la Comedia Nacional, protagoniza Todos eran mis hijos, en El Galpón
Alejandro Persichetti
Lima subraya que esta obra concierta interés de todos los públicos, de adultos y de jóvenes. “Es muy política, suena todo muy actual, es decir, los conflictos que te atañen. Eso lo hace todo muy bonito, no es solo una denuncia del absolutismo, de los puritanos, de la reacción, no. Es sobre cómo cada uno de nosotros convive con eso. Lo que a mí me apasiona de Salem es que es una comunidad en la que votan todos juntos y que todos juntos se hunden en la autodestrucción. Eso es lo que ha pasado en Estados Unidos con Trump, en Argentina con Milei o en Italia con Meloni. Estamos decidiendo esa manera reaccionaria y violenta de vivir”.
Actuar a Miller
La de Salem es una puesta de gran porte, con un elenco multitudinario. En tanto, Fletcher pone en escena Todos eran mis hijos en una sala más chica, con un elenco de siete intérpretes, lo que dota a su puesta de una gran intimidad. Joe Keller es interpretado por Pablo Varrrailhón, actor invitado de la Comedia Nacional. Alicia Alfonso, Andrés Guido y Soledad Lacassy son los otros protagonistas. “Trabajamos como normalmente trabajo yo, en una búsqueda de lo que quiere decir el autor”, explicó el inglés. “Eso es siempre mi punta de entrada para trabajar con actores. Trabajamos dónde los personajes explotan o dónde se enojan y dónde fingen un falso enojo. También se trabajó en controlar el ritmo de las emociones, porque hay emociones muy fuertes, y parece que todo va a reventar en cualquier momento. Trabajamos mucho en eso, porque el instinto del actor es ir por las emociones fuertes, pero no queremos hacer una obra en la que todo el mundo está gritando todo el tiempo. Y como la obra tiene un tono bastante melodramático, especialmente en cómo presenta la pelea entre hijos y padres, tratamos de explotar también los momentos más ligeros, más light”.
Lima y el elenco de la Comedia se conocen ya muy bien. El español define el vínculo como “fraternal” y se explaya: “Diego Arbelo es un actor enorme. Mané Pérez también lo es. Lo de Stefanie Neukirch, que interpreta a una de las niñas poseídas, que, sin embargo, encuentra la verdad, es sobrenatural. Mario Ferreira hace del gobernador Danford, el acusador, y en la segunda mitad, sale y se hace con la obra”.
Así describe el proceso de ensayos: “Para mi gusto, el elenco de la Comedia es especialmente bueno. Son actores con un rigor tremendo. Saben trabajar en equipo, algo no tan frecuente en el mundo. Saben que todo esto es una sinfonía de voces y que cada cual tiene su sitio en el momento exacto y que el poder del coro es lo importante al final. En estos años hemos logrado un gran entendimiento. Entramos a las escenas y buceamos en la psicología del personaje de cada uno. Porque a diferencia de otros, el teatro de Miller tiene un tratamiento psicológico muy profundo. Eso le hace un maestro. Y eso cualquier actor lo adora. Porque no solamente sales a hacer un discurso, sino que además Miller te da tu mundo interno, te da tus problemas, tus amantes, tus deberes, tus derechos. Te da mucho contexto este autor. De todos modos, aunque quieras concentrarte, Salem te obliga a trabajar siempre coralmente. Hay escenas íntimas muy intensas, pero en cuanto te descuidas ya están entrando 15 actores”.
El rostro de Lima se enciende cuando describe las escenas del tribunal: “Son 18 personajes hablando a la vez. Hay que tener mucha maestría para escribir eso y que todo sea coherente y sobre todo orgánico, potente y a la vez emocionante. Porque más allá de todo, esta es una obra de suspense. ¿Qué va a pasar en el juicio? Tiene la estructura de película de juicio que te tiene atrapado. Miller es muy sabio y sabe conjugar todo eso de una manera brillante”.
Poner en escena a Miller
Fletcher describió la puesta en escena del espectáculo, en la que trabajó, como es habitual, con la iluminadora, escenógrafa y directora de arte Claudia Sánchez, quien es, además, su pareja. “El diseño está inspirado en el mundo de la obra: Estados Unidos en 1947, 1948. Con Claudia (Sánchez) no quisimos como levantar una versión naturalista de ese mundo. Tampoco lo hacía Miller en sus puestas en escena, no le gustaba el naturalismo. Él prefería siempre una puesta más onírica y poética. Y es lo que hemos hecho. Todo sucede en el mismo espacio, en el patio de una casa. Un patio redondeado de árboles, porque hay un árbol que tiene un significado muy importante en la obra. Claudia jugó bastante con esa idea de los árboles, que de alguna forma simbolizan a los muertos, a los soldados que no han vuelto, y específicamente a 21 pilotos que murieron. Esos árboles forman un bosque que se hace profundo, un bosque enorme, sin fondo, el bosque de los soldados muertos”.
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Pablo Varrailhón y Soledad Lacassy en Todos eran mis hijos
Alejandro Persichetti
La puesta de Todos eran mis hijos abre un juego entre la escenografía e iluminación por un lado y vestuario y música por otro. “Está plenamente el mundo de Miller, el de la posguera en Estados Unidos, y también hay esa otra dimensión poética presente, que es bien Miller. La iluminación tiene también una fuerte dimensión poética. Por el contrario, en el vestuario, a cargo de Malena Paz, intentamos buscar algo más representativo de esa época; es un fuerte guiño a los años 40 en Estados Unidos, un contraste con lo abstracto de la escenografía. También la música de Leonardo Croatto hace referencias a las películas yanquis de los años 40, el mundo sonoro de Hollywood, con leitmotivs recurrentes”.
En Salem, el cañón central de la puesta es el tribunal que acapara el escenario, que estará lleno de gente: los actores y 60 espectadores que podrán ver la obra desde las gradas. “No van a hacer nada especial”, aclara Lima. “Van a asistir al juicio. Yo lo recomiendo porque se ve muy cerca, bien de al lado, y la experiencia es fuerte. Y al tener un escenario ampliado, que avanza cinco metros sobre la platea, se verá bien desde todas partes”.
La puesta de Lima es “deliberadamente contemporánea, su teatro requiere contemporaneidad y esa cualidad lo potencia”. Esta versión incluye guiños pop, como la canción YMCA, de Village People, al inicio. “Es con la que empieza Trump sus actos de campaña. Siendo un tema en su origen religioso, sobre un hospedaje para mendigos caritativo, luego se transforma en un himno gay, curiosamente, y ahora se vuelve un himno neoliberal. Como dice uno de los personajes, todo es muy extraño”.