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    “¿Querías que Argentina sea campeón del mundo? Ok, ahora vas a elegir entre Milei y Massa”

    Uruguay amaneció el jueves 2 con la renuncia fresca del canciller Francisco Bustillo y la posibilidad latente de que más jerarcas del primer nivel del gobierno dejaran el cargo por su rol en el pasaporte entregado a Sebastián Marset. Un feriado atípico, convulsionado para el país, aunque no para Alejandro Borensztein. Productor televisivo y columnista en el diario Clarín, este argentino de 67 años está acostumbrado a las habituales crisis políticas y económicas que suceden del otro lado del Río de la Plata. “Se que acá es un día difícil, pero déjenme decirles que no es nada en comparación con los días difíciles que tenemos nosotros. Nosotros nos levantamos así todos los días, sería un día leve para nosotros”, afirmó, mitad en serio, mitad en broma, ante el público uruguayo que fue a escucharlo a Magnolio Sala.

    Borensztein fue el protagonista del noveno encuentro del ciclo Desayunos Búsqueda. Habitante de Punta del Este desde hace dos décadas, conoce bien el mundo político uruguayo y sobre todo el argentino. Por eso, sucesos como la crisis de gabinete que sufrió Luis Lacalle Pou le resultan excepcionales para una clase dirigencial a la que considera históricamente mucho mejor preparada que la argentina. “Ustedes tienen estadistas. Con un fin de semana que venga un presidente uruguayo a presidir Argentina ya estamos. Que venga una vez por semana el presidente actual o cualquiera de los expresidentes y ya estamos. Porque al lado de los nuestros…”, señaló.

    Como muchos otros argentinos que viven en Uruguay, Borensztein tiene una mirada complaciente de la política local, en especial cuando la contrapone con la siempre caótica situación argentina. Como muchos argentinos, destaca la enorme capacidad que su país tiene en todas las áreas… salvo la política. Y con su particular mirada irónica, lo atribuye a un destino algo capcioso en manos de la divinidad. “¿Querías que el Dibu Martínez te agarre esa pelota en el último segundo de la final? ¿Y que Messi sea el mejor del mundo? ¿Y que Argentina sea campeón del mundo y la apoteosis y todo eso? Ok, ahora vas a tener que elegir entre Milei y Massa”, ejemplifica.

    De profesión arquitecto, Borensztein se formó como productor al lado de su padre, el mítico actor y cómico Tato Bores (1927-1996). Emigró luego a Nueva York para estudiar en la Universidad de Columbia y en 1991 se instaló en Punta del Este. Hoy, además de la arquitectura y de escribir una columna dominical de humor político, integra el equipo de organización de los debates presidenciales argentinos. Un punto curioso, porque este tipo de herramientas no es obligatoria en el Uruguay tan elogiado por su carácter democrático, pese a iniciativas legislativas que desde 2012 abogan por el “derecho de la ciudadanía a ver confrontar ideas y programas de gobierno”.

    El rol se dio cuando presidía la Cámara Argentina de Productoras Independientes de Televisión (Capit), formada en 1999 para nuclear a las empresas productoras independientes de contenidos para TV. La Cámara Nacional Electoral —la máxima autoridad en la aplicación de la legislación político-electoral argentina— encargó a la Capit que sea la responsable de los debates de las elecciones de 2015.

    Competían por la presidencia el oficialista Daniel Scioli, que buscaba reemplazar a Cristina Kirchner, y Mauricio Macri, líder del partido opositor Cambiemos. Las encuestas ubicaban a Scioli como favorito claro en la primera vuelta e incluso posible ganador sin necesidad de balotaje. Entonces decidió no ir al debate. “En muchos países no hay debates porque el concepto es que el que va primero no quiere debatir”.

    El evento se hizo igual, con Macri y los otros cuatro candidatos: Sergio Massa, Nicolás del Caño, Margarita Stolbizer y Adolfo Rodríguez Saá. “Se vio poco, en un solo canal, no le interesó mucho a nadie”, admitió Borensztein. Pero las encuestas fallaron y tras la primera rueda Macri quedó muy bien ubicado hacia el balotaje. Scioli, ahora en busca de revertir la tendencia, pidió debatir. Y esta vez fue diferente. “Una revolución, tremendo, el debate de noviembre hizo 53 puntos de rating”, recordó Borensztein.

    Más allá del juego de cifras, de las encuestas, los sondeos, los focus groups y los favoritismos, Borensztein sostuvo que los debates muchas veces no se hacen por el desafío personal y profesional que representa para los candidatos: “Es lo más difícil que les toca en toda la campaña: no hay nada más estresante para un político que saber que está en vivo, delante de la mayor audiencia que pueda tener jamás, con gente que lo mira que nunca antes lo vio, y encima a tres metros de su principal adversario, que está esperando que cometa un error. El nivel de tensión y de estrés es altísimo. Están mirando con una sospecha permanente de que alguien está conspirando contra ellos, que les vas a dar menos segundos, a iluminar menos”.

    En 2015, cuando Scioli estuvo ausente del primer debate, había un segmento previsto de preguntas cruzadas entre los candidatos y Massa exigió previamente que su pregunta pactada para Scioli igual se realizara. Los productores le dieron la razón y Massa preguntó a un atril vacío ante el cual la cámara permaneció fija —y el escenario en silencio— durante un minuto. En octubre de este año, en el debate presidencial de primera vuelta, el que insistió con un pedido fue Javier Milei. “Los atriles tienen una luz que ilumina al candidato de abajo. Él pensó que se la pusimos a propósito para que no pudiera leer. ‘Sacala’, nos dijo. Y apagamos la luz. Una hora antes de que el debate empiece Milei vio que la luz estaba apagada pero el cable aún estaba ahí. ‘Cortalo, no quiero ver el cable’. Y entonces sacamos el cable”, señaló Borensztein.

    Este tipo de reclamos le han servido de experiencia. En Argentina, desde 2016 por ley tienen la obligación de debatir todos los candidatos a presidente que superen el mínimo de votos establecido para las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). Y ya a partir de las elecciones de 2019 los productores quitan o agregan cosas para hacer sentir más cómodos a los candidatos.

    Más allá de lo que hagan los asesores de comunicación de cada dirigente, los propios organizadores del debate ofrecen coaching, ensayos y pruebas de escenario, cámaras y micrófonos. Los saludos finales con integrantes de la familia están prohibidos, luego de un recordado beso de Macri con su esposa Juliana Awada al cierre del debate del balotaje de 2015 que dejó a Scioli en una situación incómoda. Tomando como modelo los debates entre Donald Trump y Hillary Clinton y el de Lula da Silva con Jair Bolsonaro, les propusieron ahora a Massa y a Milei que en su cara a cara de la segunda vuelta puedan moverse libremente y tengan seis minutos para hablar de lo que deseen. El encuentro será el domingo 12 en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

    Son pequeñas licencias dentro de un formato que permanece rígido, con la Cámara Nacional Electoral como coordinadora bajo un reglamento marcado por ley. “Todo está definido: el tiempo, el tamaño del encuadre… Siempre está la tentación de transformarlo en un programa televisivo, en un show de preguntas y respuestas entre cinco personas, con un botón rojo y una ruleta. Pero siempre digo que nosotros televisamos y transmitimos un acto institucional. El debate no es un programa de televisión, sino un acto institucional que televisamos conforme a normas que establecen jueces electorales. Por eso es tan estricto”, explicó Borensztein.

    Respecto al efecto que el debate tiene en los votantes y en el sufragio final, para Borensztein “absolutamente” hay consecuencias, aunque no necesariamente son determinantes ni iguales en cada elección. “Juan Schiaretti sacó 900.000 votos en las PASO de este año. Tras los dos debates de octubre, en la primera vuelta sacó 1 millón más de votos. ¿Por qué? Los debates, que tuvieron 40 puntos de rating, dejaron la imagen de un cordobés simpático. Entonces yo siento que estoy haciendo algo por el país. Me resulta muy gratificante”.