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En el humor de parte del electorado influye cómo perciben su poder adquisitivo al hacer la compras cotidianas más que los “números reales” de la economía”; ¿cómo puede jugar eso de cara a un elección que está a la vuelta de la esquina?
¡Hola! Estamos a pocas semanas de las elecciones y no está claro quién ganará. Algunos politólogos y sociólogos consideran que, además de temas como la seguridad pública, la economía puede ser nuevamente un factor determinante del voto, sobre todo entre esa fracción de la ciudadanía sin bandera partidaria. Pero a la gente no le importa cómo están el déficit fiscal o el PIB, sino su propio bolsillo. Más claro: le importa cuánto le rinde la plata al ir al súper o al almacén.
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Soy Ismael Grau, editor de Economía en Búsqueda y autor de esta newsletter,Detrás de los números, que en esta edición pone en el diván el sentimiento de los votantes sobre la economía y su poder de compra personal.
Expertos en opinión pública afirman que prácticamente la mitad de los uruguayos al día siguiente de cada elección ya saben qué votarán en la siguiente por su fuerte identificación partidaria. A su vez, otra porción no menor de la ciudadanía tiene claro qué partido no está dispuesto a respaldar en las urnas. Los que quedan son entre un 10% y un 15% de “indecisos”, a cuya caza salen los diferentes candidatos y partidos. Frente a las elecciones del próximo 27 de octubre, quienes aún no han definido su voto son más mujeres que hombres, más del interior que de Montevideo, y en proporciones similares si se los analiza por su nivel socioeconómico; si te interesa saber más sobre el perfil de los indecisos, te sugiero leer esta edición de Derrotero electoral, la newsletter de Guillermo Draper.
Según una encuesta de Equipos hecha a fines de julio, entre quienes no sabían a quién votar en octubre, más de la mitad (52%) dijo ver la situación económica del país como “ni buena ni mala”; el resto se dividió entre un 31% que tiene una visión positiva y el otro 17% que se siente disconforme. Entre la población en general (no solo los indecisos), eran menos los que manifestaban una opinión neutra (42%), y los que hacían un juicio positivo y negativo se repartieron en porciones similares (29% y 28%, en cada caso).
En octubre del año pasado, en uno de los Desayunos Búsqueda, Mariana Pomiés, directora de Cifra, y Rafael Porzecanski, director de Opinión Pública y Estudios Sociales de Opción Consultores, comentaron de cara al 2024 que la economía es un factor de peso, como en otros países cuando enfrentan ciclos electorales. Es aquello ya muy trillado de “(es) la economía, estúpido”, uno de los ejes discursivos que el demócrata Bill Clinton tenía escrito en carteles en su búnker de campaña en las presidenciales de 1992, para competir con un George Bush padre, aspirante a la relección, que olvidaba que la recesión económica de entonces malhumoraba a los estadounidenses.
Porzecanski dijo que el oficialismo es “quien va a cortar cintas” y “quien puede abrir la cartera o la billetera” del gasto público. Pero, “si el escenario económico es adverso”, eso puede no ser suficiente para atraer votantes. Basado en su experiencia analítica, definió el “salario real faltando tres o cuatro meses para la elección” como un “indicador que influye y es un predictor estadísticamente significativo del voto al oficialismo versus la oposición”. Buen dato para afinar el análisis.
¿Qué es el salario real? Es el sueldo nominal descontando la inflación, lo que como resultado muestra el poder de compra efectivo que tuvo el salario en determinado período.
Comparando promedios de 12 meses, a julio pasado el poder adquisitivo del salario medio fue 3,8% mayor que a julio de 2023. Tanto el sector público como el privado tuvieron mejoras en términos reales, aunque en su interior el panorama no fue parejo: los municipales (1,7%) y los empleados del comercio (3,5%) son los que pueden sentirse menos conformes con su bolsillo. Para los estrategas de campaña, estos pueden ser datos para considerar al evaluar dónde ubicar a los repartidores de hojas de votación.
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Inflación y súper
Según la encuesta de Equipos Consultores publicada en agosto, el primer semestre de 2024 fue, en promedio, “el de mayor confianza en la economía del país en lo que va del actual ciclo de gobierno”, más allá de un leve descenso en la última medición.
Pomiés dijo que estar “más o menos bien es un incentivo a no cambiar” (teorías sobre la propensión o aversión al riesgo asociada al “dominio” en el que se encuentre la persona fueron explicadas en esta columna por Rosario Queirolo, del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Católica del Uruguay). Pero la directora de la consultora Cifra puntualizó que en la visión de los votantes no importan necesariamente los “números reales. La gente no entiende de indicadores, la gente entiende cuando va al supermercado o al almacén, y si con la misma plata compra lo mismo o le sale más caro”. Eso es lo que constató a partir de los grupos de foco que hace Cifra para complementar la información cuantitativa que recoge en las encuestas. Y, en ese sentido, Pomiés decía que las personas sentían que “la cosa está un poco mejor que hace cinco años”, aunque “no para tirar manteca al techo”.
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Algunas décadas atrás los precios minoristas en Uruguay crecían por año a una velocidad de dos y hasta tres dígitos, cuando hoy la inflación es de 5,6% (en los 12 meses hasta agosto). Esto es señalado por el oficialismo como uno de sus logros, aunque en el equipo de campaña del candidato blanco entienden que a la gente no solo le importa cuánto aumenta el costo de vida (la inflación) sino también el nivel de los precios (lo “caro” que salen las cosas).
Como señalé antes, el salario real se calcula descontando la inflación —la variación del Índice de Precios al Consumo (IPC)— para llegar al poder adquisitivo real. Pero el IPC incluye muchos bienes que no se compran en el súper o en el almacén, además de servicios diversos utilizados por las familias (transporte, educación, salud, esparcimiento, etcétera).
¿Qué pasó con los precios de los supermercados o comercios similares? Usando los datos que las cadenas y los autoservicios están obligados a suministrarle al Sistema de Información de Precios al Consumidor del Ministerio de Economía, calculé que una canasta de 25 artículos básicos costó $ 4.226 en julio de 2023 y, un año después, en julio pasado, el ticket fue por $ 4.300; son $ 74 más o un 1,7% de encarecimiento. Según esa base, el precio bajó en rubros como el aceite de girasol, el jabón de tocador, la carne picada, la papa blanca, el pollo entero y las toallas femeninas. Si pensaste “¿y yo cómo no me enteré?”, una hipótesis es que, por fuera de ese encarecimiento relativamente leve de la canasta básica mencionada, los precios de otros productos —en particular los “no esenciales”— hayan subido más.
Si los expertos en opinión pública están en lo cierto, un dólar relativamente estable como el de las últimas semanas, precios de los combustibles congelados y hasta alguna promoción del tipo “todo por $ 25” que llene el ojo en lo previo a las elecciones podrían jugar a favor de los partidos del oficialismo.
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Antes de despedirme, mi habitual sugerencia de lectura de Búsqueda: la nota de José Frugoni basada en un nuevo libro que indaga sobre Elon Musk, la conversión de la red del pajarito en X y la proximidad de este excéntrico millonario con la política.
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