Musk, considerado por la revista Forbes como el hombre más rico del mundo, ha forjado una relación pública más amistosa con Trump durante la campaña electoral, y se convirtió en una figura influyente dentro de la política conservadora estadounidense. No obstante, ha recibido críticas por utilizar y ofrecer X, antes Twitter, como un medio para propagar teorías conspirativas desde que la adquirió en 2022. Esta situación ha provocado una fuerte polémica en Brasil, por ejemplo, donde recientemente se ordenó el bloqueo de X.
A pesar de las órdenes de De Moraes, la plataforma optó por no bloquear los perfiles, desobedeciendo las directrices judiciales. Tras varias multas económicas por no cumplir la ley, Musk decidió cerrar las oficinas de X en Brasil y no pagar. De Moraes embargó las cuentas de Starlink, empresa de servicio de Internet satelital que Musk tiene en Brasil, para garantizar el pago de multas a X. Le exigió al empresario nombrar un representante legal en 24 horas, advirtiendo que suspendería X si no lo hacía, lo que ocurrió poco después. Musk afirmó que la suspensión fue ordenada por “un seudojuez no electo” que está “destrozando con fines políticos la libertad de expresión”. También calificó a De Moraes como “un malvado dictador disfrazado de magistrado”.
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Elon Musk en Twitter: así fue su llegada
“La libertad de expresión es fundamental para una democracia efectiva, y Twitter es la plaza pública digital donde se discuten temas cruciales para el futuro de la humanidad”, afirmó Musk en abril de 2022 tras comprar Twitter. Seis meses después, Musk asumió oficialmente el mando.
En su primer día en la sede central de San Francisco, ya había señales de que su llegada podría no ser la solución esperada. En su primera reunión con varios de los principales ingenieros y directivos, interrumpió su presentación para tuitear, según dijo, “algo urgente”. Lo “urgente” era un video en el que se lo veía entrando a las oficinas minutos antes con un lavamanos de porcelana en sus manos acompañado del mensaje: “Entrando a la sede de Twitter: ¡asimílenlo!”.
Esta “broma”, reflejo de su estilo peculiar, anticipaba los problemas que se avecinaban, como señala Kurt Wagner en su libro Twitter. El pájaro de la discordia, recientemente publicado por Grupo Planeta, y que traza la historia de la plataforma desde que la creó Jack Dorsey en 2006 hasta los primeros nueve meses del mandato de Musk. Según cuenta el periodista, la afirmación de Musk sobre la “libertad de expresión” como razón principal para adquirir la plataforma dista mucho de la realidad.
En enero de 2022, cuando comenzó a comprar acciones de Twitter, Musk ya tenía en mente una cuenta que rastreaba su jet privado. Una de sus primeras decisiones tras hacerse con la empresa fue prohibir @elonjet, administrada por Jack Sweeney, un estudiante universitario conocido por rastrear los vuelos de aviones privados de figuras como Trump, Taylor Swift, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg. Aunque Sweeney simplemente compartía información de vuelos disponible públicamente, muchos de estos famosos lo detestaban. Curiosamente, Musk había prometido que no prohibiría la cuenta de Sweeney un mes antes de hacerlo, justificando su decisión en su “compromiso con la libertad de expresión”. Sin embargo, argumentó que la cuenta representaba “un riesgo directo para la seguridad personal”. Sweeney trasladó @elonjet a Threads.
Según describe Wagner, Musk tenía una habilidad especial para cautivar al personal de Twitter, incluso a aquellos que inicialmente no estaban a favor de su llegada. “Lo más notable es que sabía exactamente qué decir para agradar a la gente”. Durante sus primeras semanas, su idealismo resultaba contagioso; parecía convencido de que la salvación de Twitter era crucial para el futuro de la humanidad. “Mi fuerte sensación intuitiva es que tener una plataforma pública que sea extremadamente confiable y ampliamente inclusiva es extremadamente importante para el futuro de la civilización”, llegó a declarar sin un atisbo de sarcasmo en una conferencia TED ese mismo año.
Sin embargo, a medida que avanzaban los días, sus nuevos colaboradores comenzaron a percibir que Musk carecía de la experiencia necesaria para gestionar una red social. Su comprensión de Twitter parecía estar profundamente influenciada por su propia experiencia como usuario, lo que resultaba sorprendente para alguien con más de 110 millones de seguidores. La brecha entre su visión idealista y la realidad operativa se hacía cada vez más evidente, resume Wagner. Y llegó la debacle.
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Un trabajador quita letras del letrero de Twitter ubicado en el exterior de la sede en San Francisco, julio de 2023
Justin Sullivan / Getty Images / AFP
Caos en Twitter: despidos masivos, descontrol y racismo
Tras ver la realidad, Elon Musk tomó medidas drásticas para recortar costos de Twitter y despidió a más de 6.000 empleados. La situación se tornó surrealista: ejecutivos fueron escoltados por seguridad, y muchos empleados se enteraron de su despido al ser desconectados de videollamadas en pleno trabajo.
También, mandó suavizar las políticas de moderación y las cuentas prohibidas fueron reactivadas. ¿El resultado? Hubo un alarmante incremento del 1.300% en el uso del término racial nigger. Al mismo tiempo, los ingresos publicitarios se desplomaron un 50%. La tan proclamada “libertad de expresión” de Musk se volvió un arma de doble filo, llevando a la expulsión de usuarios que pedían a las marcas que no pautaran más en la plataforma por propagar el racismo.
A los anunciantes, la nueva realidad los comenzó a inquietar. La liga profesional de fútbol americano (conocida como NFL), que mantenía un acuerdo de contenidos con la plataforma desde 2013, no estaba dispuesta a ver sus celebraciones de touchdown junto a tuits de grupos extremistas. En un intento por calmar los ánimos, Musk organizó una videollamada con algunas de las marcas más grandes de Estados Unidos, entre ellas Ford, General Electric, Mastercard y NBC. Según relata Wagner, Musk “dijo todo lo correcto”, asegurando que no debían preocuparse, ya que “los tuits con contenido cuestionable no tendrían gran visibilidad”.
Sin embargo, esta estrategia de control de daños fue efímera. Musk pronto destruyó sus propios esfuerzos con nuevos tuits provocadores, en los que afirmaba que los activistas de derechos civiles que criticaban los discursos de odio en la plataforma estaban “tratando de destruir la libertad de expresión en Estados Unidos”. Además, amenazó con “humillar públicamente a los anunciantes que se alejaran de Twitter”. No pasó mucho tiempo antes de que anunciantes como United Airlines y Volkswagen decidieran abandonar la plataforma. Wagner señala en el libro que Musk “no terminaba de entender que su propio comportamiento resultaba problemático”. Los ejecutivos de ventas, que no paraban de apagar los incendios, le pidieron que no entrara en guerra con los patrocinadores. “Iré a la guerra contra ellos”, respondió Musk. “Yo a las guerras las gano”, remató. Y fue.
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Las cuentas de Elon Musk y Donald Trump en X
Jakub Porzycki / NurPhoto via AFP
X: la plataforma política de Elon Musk
A pesar de haber asegurado a los anunciantes en las videollamadas que no revertiría las prohibiciones y suspensiones de cuentas sin consultar a un consejo asesor, Musk actuó en sentido contrario. Tras realizar una encuesta entre sus seguidores en X, restableció la cuenta de Trump, a quien la plataforma había suspendido indefinidamente después de vincular sus comentarios con el asalto al Capitolio de enero de 2021. También hizo lo mismo con Kanye West, solo para suspenderlo nuevamente días después por un tuit del rapero que incluía una esvástica. Hoy, dos años después de su transformación, la plataforma, ahora conocida como X, se ha consolidado como el bastión de la libertad de expresión que Musk tanto defiende. Incluso está permitido que los usuarios puedan publicar desnudos y pornografía de forma explícita.
Mientras, el excéntrico millonario continúa en lo suyo: interactúa con activistas de extrema derecha, promueve contenido antiinmigratorio, se toma el tiempo para atacar a Kamala Harris, la candidata presidencial demócrata, a quien llama “comunista”. Al mismo tiempo, junto con sus aliados en el sector tecnológico, aporta fondos a un lobby que apoya a Trump, a quien respaldó públicamente en julio, después de que el candidato republicano recibiera un disparo en un mitin en Pensilvania.
Ahora es Trump quien lo reconoce y lo invita a formar parte de su gobierno, en caso de ganar.
Desde que lidera X, Musk se ha convertido en una figura poderosa con una agenda política y unas motivaciones financieras que muchos gobiernos, como el de Brasil, encuentran difíciles de controlar.
El libro de Wagner es una buena lectura para conocer las raíces de la toma de control de X por parte de Musk y la pugna por el control de la opinión pública. “Uno de los mayores problemas de Dorsey con Twitter era que tenía demasiado poder... Ahora X todavía tiene ese poder, pero está controlado por una sola persona: el hombre más rico del mundo”, dice el periodista en la conclusión del texto.