¡Señor, señor, el Rafa senador!
El sistema tiene barreras "bajas" para facilitar que nuevos partidos compitan por un lugar en el Parlamento, pero sus chances de éxito son muy bajas
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl cántico, de rima no muy bien lograda, colmaba el salón de fiestas del Sindicato Médico del Uruguay. Los simpatizantes del Nuevo Espacio celebraban su votación en las elecciones nacionales de 1994, mientras Rafael Michelini daba un discurso cargado de esperanza.
“Hoy al Nuevo Espacio la gente le ha dado un reconocimiento, ha tenido un bautismo de fuego”, decía Michelini. La celebración era justificada: después de una ruptura con el Partido por el Gobierno del Pueblo, el Nuevo Espacio había conseguido un senador y cinco diputados.
El líder del partido les advertía a sus seguidores, según recuerda la crónica de Búsqueda publicada días después, que “nunca una herramienta política se construye en una sola elección” y que les faltaba “muchísimo” camino por delante.
Del brillo de aquella noche queda poco. El Nuevo Espacio es hoy una fracción de una fracción menor dentro del Frente Amplio.
Las barreras para crear un partido y entrar a la política uruguaya son bajas, pero llegar al Parlamento y sobrevivir para contarlo es para pocos. Soy Guillermo Draper y esta es la octava entrega de Derrotero Electoral.
Las internas de junio tuvieron en competencia a 18 partidos que habían cumplido los requisitos para presentarse: acta fundacional, estatutos, cartas de principios y 1.350 firmas de ciudadanos registrados en la Corte Electoral.
La siguiente prueba dejó a cuatro por el camino. Catorce obtuvieron más de 500 votos y quedaron habilitados para pelear por la presidencia y un lugar en el Parlamento.
Las últimas semanas, las sucesivas convenciones de los principales partidos uruguayos acapararon la cobertura informativa. Blancos, colorados, cabildantes y frenteamplistas usaron esa instancia, en la que los partidos oficializan a sus fórmulas presidenciales, para atacar rivales y lanzar alguna idea.
Para otros, la convención más que una formalidad puede ser una barrera infranqueable. La Corte Electoral exige la participación de al menos 251 integrantes del Órgano Deliberativo Nacional (la mitad más uno de un total de 500) para validar la fórmula con miras a las elecciones del 27 de octubre.
El partido Basta Ya, quizás rehén de su nombre, desistió de armar la convención.
El Partido Ecologista Radical Intransigente (PERI) no alcanzó los convencionales suficientes en uno de sus intentos porque le falló un ómnibus, según el diputado y candidato presidencial César Vega. “Nosotros tenemos que juntar los manises de a uno”, le dijo a Búsqueda. Lo logró y correrá en octubre.
Porque después de todo ese esfuerzo, empieza el desafío de verdad: conseguir votos para entrar al Parlamento.
El sistema de representación proporcional que rige en Uruguay permite que un partido pueda obtener una banca con poco menos del 1% de los votos. El último ejemplo es el Partido Independiente, que entró al Parlamento con lo justo: 0,86% de los votos.
Pese a que no hay exigencia mínima de votos para poder tener representación parlamentaria —en algunos países es el 5%, por ejemplo—, son más los que se quedan con la ñata contra el vidrio que aquellos que ingresan.
En el artículo “El sistema, los partidos y las fracciones en Uruguay: Un siglo de desempeño electoral (1919-2019)”, Nicolás Schmidt, Diego Luján y Antonio Cardarello sistematizaron los resultados electorales de ese período.
Tomo un dato: “Desde 1919 hasta la actualidad han competido en elecciones nacionales 67 partidos distintos. De estos solamente 12 entraron al Senado”.
Usé las tablas que incluyeron en los anexos a ese artículo, que es parte del muy buen volumen cuatro de Partidos y Movimientos políticos en Uruguay, para ver qué suerte tuvieron los que aspiraban a llegar al menos a la Cámara Baja. A lo largo de esos 100 años, en elecciones que incluyeron pelear por un lugar en la Cámara de Representantes —en la primera mitad del siglo hubo elecciones específicas para renovar esa cámara—, se presentaron 74 partidos y 23 llegaron a obtener al menos una banca. (A los efectos de este cálculo, contabilicé como un solo partido al Frente Amplio, al Encuentro Progresista Frente Amplio y al Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría).
La lista de los que quedaron afuera, como te dije, es larga. Van algunos ejemplos diversos: el Partido de los Trabajadores, con varios intentos frustrados de obtener una banca; el Partido de las Clases Pasivas, el Movimiento Justiciero (¡qué nombre!), el Partido Azul, el Partido del Sol, el Partido por el Departamento de Solís, el Partido Juventud por el Desarrollo Oriental.
Te dejo, como yapa, este ejemplo de la elección a la Cámara de Representantes de 1931.
Como verás, eran épocas de división en el Partido Colorado que se reflejaban en las urnas. Desde hace décadas las diferencias, salvo escisiones, se procesan con disputas internas entre facciones, como bien recoge el artículo de Schmidt, Luján y Cardarello.
Aunque los dirigentes de partidos chicos que la están remando —y los que la remaron antes— sientan lo contrario, las barreras “al ingreso” del sistema son bajas.
Otra vez: en los papeles, para competir se necesitan 1.350 firmas, documentos fundacionales, 500 votos en las internas, una convención y más o menos 1% del electorado para conseguir una banca. Si el objetivo es representar a una parte de la población y tomar decisiones sobre los destinos del país, no es pedir mucho.
“El sistema habilita la posibilidad de armar un partido para canalizar descontentos. Es permeable, al menos en la entrada inicial, porque la gente que no se siente representada puede armar un partido y competir”, me dijo la politóloga Rosario Queirolo.
Que exista esta pulsión por competir electoralmente parece ser positivo. Refleja, entre otras cosas, la centralidad de los partidos políticos en la vida institucional uruguaya.
En 1987, Gerardo Caetano, José Rilla y Romeo Pérez Antón escribieron La partidocracia uruguaya: historia y teoría de la centralidad de los partidos políticos, donde dieron una visión positiva sobre el efecto de la “partidocracia” local en la democracia uruguaya.
Esa centralidad de los partidos explica también el nivel alto de identificación partidaria en Uruguay en comparación con lo que sucede en otros países. Aunque sea un fenómeno en caída, como te conté la semana pasada sobre blancos y colorados.
El director de Opción Consultores, Rafael Porzecanski, exploró ese fenómeno en Partidos políticos e identificación partidaria en el Uruguay reciente (1994-2022).
En la década de 1990, alrededor de dos tercios de la población se identificaban con algún partido político. Ese nivel de adhesión bajó de manera sostenida hasta llegar a “una división muy pareja del electorado con y sin identificación partidaria”, escribió.
Si miramos a la región, Uruguay sigue siendo una rara avis. El declive entre 2010 y 2020 es “moderado en términos relativos y absolutos”.
Las barreras son bajas, sí, y por eso el 27 de octubre los cuartos secretos estarán repletos de listas. Pero parece haber poco espacio para los nuevos competidores. Claro, que haya tanta gente identificada con partidos juega en contra de los que quieren entrar.
Las dificultades formales, aunque escasas, y las de competencia “aseguran cierta estabilidad” de mediano plazo, me dijo Queirolo.
Los que compitieron con éxito suficiente como para conseguir una banca tampoco es que tengan todo resuelto. Muchos luego “se caen” del Parlamento. El Partido de la Gente nació en la elección de 2019 y ya está fuera de competencia, mientras que el PERI va a pelear voto a voto para mantenerse.
La consolidación de dos bloques, uno integrado por los partidos del oficialismo y otro por el Frente Amplio, parecen dificultar más la irrupción de nuevos jugadores. La polarización tiende a dificultar la aparición de una tercera vía.
“Por fuera quedan los márgenes, y más ahora con esta lógica de los dos bloques”, dijo Queirolo.
En 2019 Cabildo Abierto fue una novedad en “un contexto en el cual la gente estaba buscando novedades”, me dijo el director de Opinión Pública de Equipos Consultores, Ignacio Zuasnabar. Fue una elección en la que el oficialista Frente Amplio estaba en caída y sus potenciales contendientes no daban las certezas que dan hoy. El partido liderado por Guido Manini Ríos obtuvo 11% de los votos, una cifra que es difícil que repita.
Las opciones nuevas deberían tener aspiraciones más modestas, si se guían por las encuestas. El abogado Gustavo Salle Lorier, con su partido, Identidad Soberana, tiene chances de ocupar una banca, mientras que el Frente de Trabajadores, que es esta unión de Unidad Popular, Partido de los Trabajadores y Frente de Trabajadores en Lucha, ha marcado entre medio y un punto.
La “partidocracia uruguaya” parece estar firme. Un punto a favor de la vuelta al bipartidismo, aunque sea en esta versión inicial de bloques, es que los sistemas presidencialistas “funcionan mejor” bajo ese esquema, según estudios académicos. Aunque hay algunos datos que pueden levantar alertas.
En la entrevista que publicó Búsqueda esta semana, Zuasnabar decía que “hay cambios de valores que muestran algunas cuestiones preocupantes”.
Para sustentar esa advertencia, recurrió a datos del Estudio Mundial de Valores, en particular, una gráfica que muestra la opinión de los uruguayos ante la pregunta de si sería “muy bueno, bueno, malo o muy malo para el gobierno de este país” un “fuerte líder político que no se tenga que molestar por el congreso y las elecciones”. El 44% de los consultados respondió que sería bueno o muy bueno.
Como si hubiese escuchado mi repregunta a Zuasnabar, en la que apelé a la solidez de los partidos, el politólogo Juan Andrés Moraes escribió este año que académicos y políticos se “han complacido” durante décadas sobre la “excepcionalidad del caso uruguayo”.
Las encuestas muestran que las “preferencias” de los ciudadanos acercan al país “progresivamente a la media latinoamericana”, añadió en el artículo «La partidocracia uruguaya»: revisión crítica en defensa de una buena idea. El descreimiento en la democracia y los partidos crece.
Zuasnabar también pidió no quedarse mirando solo la tranquilidad relativa en la superficie, cuando hay movimientos subterráneos complicados que aparecen en los estudios de opinión pública. “¿Qué pasa si mañana tenemos un estado de insatisfacción generalizada? ¿Los partidos seguirán siendo capaces de canalizar esto en contextos de descontentos más amplios?”, se preguntó. Y me dejó pensando.
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