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Aún no llegué a esos momentos de El eternauta. Vengo atrasado. Hay que verla “por lo menos con una pausa en el medio, la que quieras”, pidió su protagonista, Ricardo Darín. Netflix apuesta a la maratón. Darín, a saborear. Yo, sin quererlo, le hago caso, pero entre el trabajo, las redes sociales y un asado del feriado sánguche del 1º de mayo las frases de la serie me persiguen antes de oírlas en boca de sus personajes, esos supervivientes de un apocalipsis con forma de nieve letal. “Nadie se salva solo” y “Lo viejo funciona”. Las repito y pienso que a Jesús, el chofer que me salvó del caos del mayor apagón de España, le encantarían.
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Con su barriga, su bigote y sus lentes de aviador, Jesús vino a mi rescate y al de otras dos periodistas latinoamericanas, que tras asistir a los Premios Platino intentábamos regresar a nuestro continente. En su taxi, mientras atravesábamos una Madrid colapsada, escuchamos las primeras palabras de Pedro Sánchez en la radio. Era la tarde del lunes 28 de abril y el presidente español aún no aclaraba las causas del apagón que dejó sin luz a 55 millones de personas durante 12 horas, pero ya transmitía instrucciones: pedía calma, evitar especulaciones y limitar desplazamientos. Jesús, que conocía Madrid lo suficiente para esquivar en minutos el infernal embotellamiento en el Paseo de la Castellana, reivindicaba sus duchas acompañado por la radio portátil, ese aparato que su mujer buscaba con desesperación ese día, mientras se reía de la dependencia de mi generación de los celulares.
Semáforos muertos; metro y trenes paralizados; cajeros inútiles, e internet que brillaba por su ausencia. La ciudad se transformó rápidamente: comerciantes en las veredas en busca de respuestas, colas eternas en el Mercadona, bares llenos a las dos de la tarde (aunque, sospecho, esto no cambia), embotellamientos por doquier y hordas de personas caminando kilómetros que no esperaban caminar. Nada que ver con el Madrid que los Platino, ese galardón que desde hace una década celebra al cine y la televisión iberoamericanos, había presentado cuidadosamente los días previos, cuando cientos de periodistas internacionales se congregaron para la cobertura del evento.
Cultura, turismo y deporte se unen en un acontecimiento que culmina en una ceremonia televisada. Durante la Semana Platino ocurre, por ejemplo, el Encuentro de las Estrellas, donde cracks de La Liga de España y artistas del audiovisual juegan en una serie de partidos breves y benéficos. Este año, los beneficiados fueron los afectados por las inundaciones de la DANA de 2024 en Valencia. En el Estadio de Butarque, dos celebridades destacaron: la actriz Karla Sofía Gascón, ya con los escándalos de Emilia Pérez lejos de ella, y el actor uruguayo Nicolás Furtado, que en la alfombra roja de los premios me aseguró que fue el goleador.
“La unión de cultura y deporte como industrias hermanas, capaces de generar un profundo respaldo social, es uno de nuestros mayores orgullos”, afirmó unos días antes Enrique Cerezo, durante un cóctel de bienvenida a la prensa en el parque del Retiro. El empresario y productor cinematográfico, presidente de la Egeda (Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales), de los Premios Platino y del Atlético de Madrid, y próximo receptor de la Medalla de Oro de la Academia de Cine de España, habló con convicción. Yo, como invitado, devolví un cordial y pertinente aplauso a su discurso.
Promovidos por la Egeda y la Fipca (Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y Audiovisuales), el objetivo de los Platino es promover y difundir la cinematografía y la industria audiovisual iberoamericanas. El año pasado, Uruguay se destacó gracias a esa gran embajadora audiovisual que fue la película española La sociedad de la nieve. De sus seis premios, dos fueron para uruguayos: el fotógrafo Pedro Luque y el actor Enzo Vogrincic. En 2025, Uruguay no logró ninguna estatuilla: la coproducción Simón de la montaña perdió el Platino a la Mejor ópera prima de ficción iberoamericana frente a la boliviana El ladrón de perros, mientras que la película de Natalia Oreiro, Campamento con mamá, compitió sin éxito en la categoría de Mejor comedia iberoamericana de ficción contra la española Buscando a Coque.
Pero en la alfombra roja Uruguay sí sonó fuerte. Entre flashes y preguntas que me vi repitiendo entre celebridades, los protagonistas iberoamericanos dejaron claro que el país goza de una popularidad como escenario regional. Para TV Ciudad, Natalia Oreiro me contó que tiene un proyecto de serie para filmar en el país; el productor argentino Axel Kuschevatzky, alguna que otra película; Juan Minujín traerá parte de la segunda temporada de Coppola, el representante; y Karla Sofía Gascón me devolvió elogios al país del que se llevó una imagen anclada en José Ignacio. Solo Enzo Vogrincic, esquivo con los medios rioplatenses, se guardó sus palabras para los medios españoles.
La doceava edición de los Premios Platino desbordó el descomunal Palacio Municipal Ifema, pero no tanto como el orgullo brasileño cuandoAún estoy aquí, de Walter Salles, se quedó con los Platino a Mejor película, Mejor dirección y Mejor interpretación femenina, para Fernanda Torres. Quizás por estar cansados de la extensa promoción detrás del primer Oscar en la historia del cine brasileño, ni Salles ni Torres pisaron el escenario. En su lugar aceptaron los premios el productor Rodrigo Texeira y la actriz Valentina Herszage.
En la sala de prensa, un piso arriba del auditorio, con televisores que transmitían la gala y un buffet de gluten y gaseosa que hacía las veces de cena, los periodistas brasileños gritaban cada premio de Aún estoy aquí como un gol. Los argentinos, en cambio, tuvieron más oportunidades de festejos con el superclásico River-Boca que con la noche de El jockey, la película de Luis Ortega que solo se llevó un Platino: el premio a Daniel Fanego como Mejor interpretación masculina de reparto. Con una bienvenida dosis de emoción y humor negro, al recibir la estatuilla en nombre de su padre fallecido, Manu Fanego soltó: “Mi padre tampoco pudo venir esta noche”.
Más allá del chiste, la ceremonia de los Platino arrastró algún que otro silencio incómodo. Como conductores, los intérpretes Aislinn Derbez y Asier Etxeandía cumplieron, pero se notó el esfuerzo y quizás la falta de ensayo: los chistes volaron muy bajo, como para no molestar a nadie en esa Iberoamérica platinense que abarca muchos territorios. Un interminable sketch de la familia mexicana Derbez —padre, hija e hijo, todos entretenedores— terminó de demostrar que el humor no es uno de los puntos fuertes del guion de la ceremonia.
Embed - Claudio Cataño gana Mejor actor de Serie por Cien Años de Soledad en los Premios Platino 2025
Si hubo un reparto que será recordado con alegría en estos Platino es el de Cien años de soledad. La miniserie colombiana, esa megaproducción de Netflix que se metió con el realismo mágico, arrasó: Mejor miniserie, premio del público y hasta un par de estatuillas para sus actores. Claudio Cataño, cuya sensibilidad a la hora de hablar sobre su Aureliano Buendía lo hizo uno de los entrevistados más queridos para la prensa, subió al escenario con solemnidad y vértigo. “Cien años de soledad es un esfuerzo colectivo enorme, de muchísimas personas, de cientos y miles de personas”, expresó antes de agradecer a sus directores, al elenco y a su abuelita en el cielo.
Imagino el 2026: los Premios Platino regresan a Xcaret, la Riviera Maya, y El eternauta será lo que Cien años de soledad fue en Madrid, el tanque latino que levanta ovaciones. Ricardo Darín ya es una suerte de marca registrada de los premios, como lo evidenciaron sus frases inscriptas en los espejos de los baños de la fiesta de clausura. “Tenemos el talento. Solo falta confianza en nosotros mismos”, dijo en Punta del Este hace ocho años cuando recibió el Platino de Honor”, y a la organización le quedó grabado.
Lo mejor de los Platinos es, quizás, eso: un reflejo de una industria audiovisual iberoamericana que ganó confianza y tiene con qué demostrarlo. Historias que no piden permiso para brillar. Un día después, sin embargo, el contraste no pudo ser más brutal. Los Platino pasaron de iluminar el escenario a convertirse en una anécdota dentro del caos de una Madrid que quedaría a oscuras. Mientras algunas estatuillas viajaban rumbo a Latinoamérica, la industria, que celebraba su capacidad para imaginar mundos, se topaba con un presente más hostil, convertido ya en otra historia más para contar.