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    Lo bello y lo feo: qué ves cuando me ves

    ¿Estamos hoy tan lejos del mito de Narciso? ¿Las brujas de Macbeth nos siguen diciendo que lo bello es feo y lo feo es bello?, estas son algunas preguntas de Algo que quiero contarte, newsletter de temas culturales

    “Una tarde, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la cubrí de insultos”, escribió Arthur Rimbaud (1854-1891) al inicio de Una temporada en el infierno (1873), su largo poema en prosa. El niño terrible de la poesía francesa del siglo XIX estaba buscando la esencia de la belleza, y tal vez la había encontrado.

    Dos décadas antes, el filósofo alemán Karl Rosenkranz (1805-1879) había decidido analizar la esencia contraria y lo hizo con un ensayo: La estética de lo feo (1853). Entonces definió lo feo como “el infierno de lo bello”, algo parecido a los versos de Rimbaud pero al revés.

    Los griegos creían que la belleza era una cualidad objetiva, que de alguna forma se podía “medir” porque se encontraba allí donde había armonía, simetría y proporción. Los cuerpos bellos, generalmente masculinos, eran los que contenían y transmitían la belleza del alma.

    Pero también en esta concepción había una amenaza latente en la belleza, y la mitología advirtió sobre ese peligro. Por ejemplo, en la figura de Helena de Esparta (o de Troya), considerada la mujer más hermosa del mundo. Por su belleza, fue raptada por Paris, el príncipe troyano (en otra versión no fue un rapto sino una fuga), y por ese motivo, para la historia mítica contada por Homero en la Ilíada, se inició la guerra de Troya, que duró 10 años.

    “Lo bello es feo, y lo feo es bello”, vaticinaban las brujas de Macbeth (1623). En su tragedia, Shakespeare introdujo, como ya lo había hecho Cervantes, un concepto hoy más vigente que nunca: lo relativo de la realidad, lo subjetivo de la percepción y de la belleza.

    Historia-belleza

    “Han sido los artistas, los poetas, los novelistas los que nos han explicado a través de los siglos qué era en su opinión lo bello, y nos han dejado ejemplos”, señaló el semiólogo y escritor Umberto Eco (1932-2016) en el prólogo de Historia de la belleza (Lumen, 2004), un libro que, acompañado de hermosas ilustraciones, abarca los cánones estéticos desde la Antigüedad hasta el siglo XX. “En principio, concederemos el mismo valor a las grandes obras de arte que a los documentos de escaso valor estético, con tal de que nos ayuden a comprender cuál era el ideal de belleza en un determinado momento. Al decir esto se nos podrá acusar de relativismo, como si quisiéramos decir que la consideración de lo bello depende de la época y de las culturas. Y esto es exactamente lo que queremos decir”.

    Tres años después, Eco publicó el volumen opuesto o tal vez su espejo: Historia de la fealdad (Lumen, 2007). “A lo largo de los siglos, filósofos y artistas han ido proporcionando definiciones de lo bello, y gracias a sus testimonios se ha podido reconstruir una historia de las ideas estéticas a través de los tiempos. No ha ocurrido lo mismo con lo feo, que casi siempre se ha definido por oposición a lo bello y a lo que casi nunca se han dedicado estudios extensos. (...) ¿Qué significan, en realidad, estos dos términos?”, se pregunta el ensayista en este nuevo tomo, que más que dar definiciones, muestra representaciones de la fealdad desde el mundo clásico hasta el siglo XX, a través del arte, del cine, de la moda y de la música.

    Historia-fealdad

    Según el mito griego, el joven Narciso un día se vio reflejado en el agua de un estanque y se enamoró de su belleza. Tal fue su atracción que murió sin poder dejar de mirarse ni de alcanzar su imagen, y en el lugar donde estuvo su cuerpo, nació la flor del narciso. La forma de contar este mito cambió según las épocas, y también su forma de representarlo. Fue el gran Caravaggio quien captó el doble drama de Narciso: al contemplarse en el agua, ve su reflejo algo desfigurado, como si en el fondo de su belleza habitara, también, su propia fealdad.

    ¿Estamos hoy tan lejos del mito de Narciso? ¿Las brujas de Macbeth nos siguen diciendo que lo bello es feo y lo feo es bello?

    Mi nombre es Silvana Tanzi y esta es una nueva entrega de Algo que quiero contarte, newsletter de temas culturales. Si querés escribirme con tus sugerencias o comentarios, podés hacerlo a [email protected]

    En 2023, la National Gallery de Londres exhibió una obra de arte que abrió el debate sobre la belleza y la fealdad, asociadas con la edad. La pintura se titula Una mujer mayor (1513), aunque su nombre más conocido es La duquesa fea. Pertenece al artista flamenco Quentin Massys (1466-1530), quien pintaba sobre todo cuadros religiosos, pero con este decidió cambiar de tema.

    La-duquesa-fea-Quentin-Matsys

    Con La duquesa fea, Massys retrató en forma grotesca y satírica a una mujer mayor (algunas interpretaciones apuntan a que en realidad pintó a un hombre) que quiere aparentar menos edad. Por eso viste como las jóvenes de su época y tiene en la mano una imperceptible flor roja, un símbolo de pretensión amorosa. En la National Gallery expusieron el cuadro al lado de Un hombre viejo, también obra de Massys, quien fue más piadoso al retratar a su modelo masculino. El hombre tiene su mano levantada, como diciéndole a la duquesa: “No, gracias”.

    Me acuerdo ahora de esa exhibición, que llevó a reflexionar sobre la representación de las mujeres desde el Renacimiento a la actualidad, porque creo que cada vez se necesitan más “duquesas feas”, dentro y fuera del arte.

    Me acuerdo también del genial Pedro Almodóvar, que nos regaló el rostro picassiano, asimétrico y hermoso de Rossy de Palma y nos enseñó a emocionarnos y reírnos con otra forma de la belleza.

    Rossy_De_Palma_Cannes_2013
    Rossy de Palma en Cannes, 2013.

    Rossy de Palma en Cannes, 2013.

    Me acuerdo de los trabajos del dibujante uruguayo Álvaro Amengual, inspirados en frikis, en fenómenos de circo, en fotos antiguas, en figuras muy “goyescas” con una pizca de humor y de parodia. Son dibujos magnéticos, hermosos y terribles al mismo tiempo.

    Los-muertos-Alvaro-Amengual
    Los muertos, dibujo de Álvaro Amengual.

    Los muertos, dibujo de Álvaro Amengual.

    Y pienso en la obra más negra de las pinturas negras de Goya, Saturno devorando a su hijo, que ha tenido múltiples interpretaciones, desde políticas a psicoanalíticas. Goya la pintó en una de las paredes de su casa cuando tenía 73 años y estaba sordo. Tal vez con Saturno (Cronos, para los griegos), que era el dios de la agricultura y del tiempo, representó la desesperación por frenar el tiempo, simbolizado en su descendencia. Una pintura terrible, violenta, hermosa. No sé si la colgaría en mi cuarto, pero sus múltiples lecturas me hacen pensar en el presente.

    Francisco_de_Goya,_Saturno_devorando_a_su_hijo_(1819-1823)

    Rostros editados

    Este asunto de frenar el paso del tiempo me hace pensar en otra cosa, en la búsqueda de la belleza a través del anhelo de la eterna juventud.

    Hace unos días escuché una charla que el gran fotógrafo Panta Astiazarán mantuvo con un grupo de estudiantes universitarios sobre sus 60 años de trayectoria detrás de una cámara. En esa oportunidad, alguien le preguntó si en la época de la fotografía analógica se usaban métodos para tapar imperfecciones. Y él contó algo curioso: en ciertas ocasiones, generalmente a pedido de un familiar, los fotógrafos ponían una media de nailon en el lente de la cámara y obtenían como resultado una imagen que suavizaba lo que se quería ocultar. Algo así como un photoshop casero que mostraba un rostro levemente mejorado con respecto al natural.

    Ahora hay filtros sofisticados al alcance de cualquier usuario de redes, pero parecen no alcanzar. Es que las personas ya no se retocan sus rostros, sino que los transforman en uno diferente. Y quienes pueden lo hacen en la realidad, no en la pantalla, a edades cada vez más tempranas. Editan sus rostros para obtener una perfección que será efímera, porque el rostro que más desean es el que no existe. En ese afán, hay celebridades muy jóvenes que en pocos años perdieron sus rasgos y su expresividad. Es algo inquietante, sobre todo por lo contagioso.

    En YouTube vi un informe sobre Selena Gómez, actriz y cantante estadounidense de 33 años. Ella pasó de tener una cara redondeada y rozagante a una marcadamente angulosa y delgada. Quienes la siguen, que son millones, dicen que ahora está irreconocible. Entonces el algoritmo me trajo el caso de otras celebridades (más mujeres que hombres) muy jóvenes que cambiaron sus rostros antes de tener las marcas de la edad. Y todas se parecen.

    La verdad es que no me interesa en especial la vida de los famosos, pero sí esta nueva búsqueda de una belleza uniforme, en la que no exista el tiempo porque queda detenido alrededor de los 30 años, a veces antes. Y si bien el anhelo de la eterna juventud es un tópico tan viejo como la literatura, ahora se volvió literal y real.

    Con los videos de YouTube me llegó un término que me dio miedo solo de leerlo: “dismorfia de selfie. Es un trastorno que están sufriendo cada vez más adolescentes que quieren verse como su foto retocada por los filtros. Lo natural está pasando a ser lo extraño, y Narciso cambió los reflejos del agua por los de la pantalla.

    Y es que en el mundo traidor

    nada hay verdad ni mentira:

    todo es según

    el color

    del cristal con que se mira.

    Estos versos los escribió el poeta español Ramón de Campoamor a mediados del siglo XIX, pero parecen haber sido escritos hoy mismo, inspirados en fotos de Instagram. Mientras, más cercano en el tiempo, el grupo Divididos responde con su propia versión:

    ¿Qué ves?

    ¿Qué ves cuando me ves?

    Cuando la mentira es la verdad

    Para que te quedes pensando en lo relativo de la belleza y de la fealdad, te dejo una selección de frases que Eco incluyó en Historia de la fealdad. Son juicios de artistas y críticos sobre sus contemporáneos. El apartado se llama Para ellos eran feos:

    • “Probablemente tenía dotes de gran pintor, pero le ha faltado voluntad para llegar a serlo” (Émile Zola sobre Cézanne).
    • “Es la obra de un loco” (Ambroise Vollard en 1907 sobre Les demoiselles d'Avignon de Picasso).
    • “Dentro de cien años, Las flores del mal se recordará solo como una curiosidad” (Émile Zola en ocasión de la muerte de Baudelaire).
    • “Señor, ha sepultado su novela en un cúmulo de detalles que están bien diseñados pero que son absolutamente superfluos” (Carta de un editor a Flaubert sobre Madame Bovary).
    • “Imposible vender historias de animales en Estados Unidos” (Informe de lectura sobre Rebelión en la granja, 1945, de George Orwell).
    • “Walt Withman tiene la misma relación con el arte que un cerdo con la matemática” (The London Critic, 1855).
    • “No sabe declamar, no sabe cantar y es calvo. Se defiende un poco con el baile” (Directivo de la Metro después de hacerle una prueba a Fred Astaire, 1928).
    • “Dios mío, Dios mío. No podemos publicarlo. Acabaremos todos en la cárcel” (Informe de lectura sobre Santuario, de William Faulkner, 1931).

    Antes de despedirme, te dejo dos recomendaciones: una nota de José Frugoni en Galería sobre un concierto de Soda Stereo que tendrá a Gustavo Cerati, muerto en 2014, en forma de avatar, mientras toca en vivo con sus compañeros de banda; además, Sebastián Panzl cuenta sobre la casa natal de Artigas, convertida el año pasado en museo y hoy cerrada.