Todos tenemos música
Ese es el significado original de la sigla que da nombre a esta banda histórica del rock uruguayo. Para muchos nunca hubo otra igual. Quienes presenciaron sus conciertos, al inicio de los convulsionados años 70, quedaron prendados de esa vivencia fundacional en su sensibilidad musical. Totem es, junto con El Kinto, la mejor expresión del candombe beat, tal como se denominó el movimiento que revolucionó la escena musical montevideana, y es un nombre que está en los cimientos del rock nacional.
Ruben Rada en voz y percusión, Eduardo Useta y Enrique el Gordo Rey en guitarras, Roberto Galletti en batería, Daniel Lobito Lagarde en el bajo y Mario Chichito Cabral en la percusión. Esta alineación se recita como los equipos que ganaban las Libertadores medio siglo atrás. De memoria y con los apodos en el medio. En solo tres discos (todos editados por el legendario sello De La Planta), Totem entró en el ADN de la cultura popular en Uruguay, con canciones que, medio siglo después, siguen siendo emblemas, como Dedos, Biafra, Heloísa, Negro, Orejas y Días de esos.
Este incansable diseñador gráfico y fotógrafo de extensa carrera creó varios centenares de tapas de discos y libros uruguayos. Es, además, el autor del reciente fotolibro Los Estómagos. Fotografías de Rodolfo Fuentes 1983-1989, que contiene imágenes inéditas de su autoría. El relato describe cómo nació el nombre del grupo, a partir de los recuerdos de Chichito Cabral de su estadía en Hamburgo, cuando este puerto alemán era el corazón de la escena musical europea, donde se foguearon los Beatles y mil bandas más. El percusionista vio la palabra totem en un cartel de neón y la interpretó como la abreviación de “todos tenemos música”, prometiéndose que, cuando armara una banda, así la bautizaría.
Estas páginas son un testigo más de la inconmensurable omnipresencia de Ruben Rada en la música uruguaya, desde una década antes a Totem hasta medio siglo después de su disolución.
A partir de momentos clave como el primer concierto en Montevideo y el primer disco, este libro diseñado en formato cuadrado de 20 cm de lado (el tamaño de los viejos simples en vinilo) cuenta la historia de Totem en 120 páginas. Ese debut en los escenarios fue el 20 de enero de 1971 en la segunda edición del ciclo Conciertos de la Rosa, en El Galpón, bajo el nombre El Totem (pronto sería Totem, a secas), junto con dos bandas que también dejaron su marca indeleble: Psiglo y El Sindykato. Fuentes se tomó un tren desde su Santa Lucía natal junto con una barra de amigos para ver el concierto: “Fue una experiencia muy fuerte para nosotros, canarios del interior”, afirma. Y agrega que pasaron todo el viaje de vuelta desmenuzando lo vivido en ese recital iniciático. “Nos sabíamos privilegiados testigos de un hecho trascendente, histórico”.
El libro recorre los pocos pero intensos años de vida del grupo siempre desde los recuerdos del autor, que los complementa con datos documentales provenientes de afiches y fichas técnicas, pero tampoco se excede con las minucias. Se trata, ante todo, de una evocación emotiva y sensible, rica en anécdotas y detalles de la forma apasionada de vivir la música por parte de unos veinteañeros pueblerinos. Su narración explora en los antecedentes del candombe beat, en el candombe de vanguardia y en la influencia del Hot Club, entre otros ámbitos donde el jazz comenzó a mezclarse con el candombe y otros estilos locales.
Al texto de Fuentes se suma el prólogo de Carlos Alberto Martins, veterano conductor radial, periodista y divulgador musical radicado en España, uno de los primeros en difundir en la radio uruguaya la música de Totem y uno de los responsables de los Conciertos de la Rosa. El libro también cuenta con ilustraciones de Oscar Larroca y una participación especial del crítico y cronista musical Mauricio Bosch.
Por más que cada centímetro cuadrado de este volumen ha sido concebido con un cuidado criterio de diseño, para la portada Fuentes eligió conservar la imagen original de Totem, el primer long play de la banda, publicado en 1971, obra de Juan Bernardo Arruabarrena, con el icónico logo del grupo trazado con la tipografía diseñada especialmente por Ricardo Rousselot sobre un rugoso fondo dorado. Una obra de arte en sí misma, que define la identidad visual del grupo.
El autor también traza un perfil biográfico de cada uno de los miembros del grupo, dedica un capítulo a narrar las grabaciones de los tres discos y suma las letras de todas las canciones para dar forma a un trabajo que no pretende ser totalizante, sino emocionante. Y lo logra.
El raro de Los Olima
Un platillo, un bombo y un redoblante entrelazan una trenza sonora, de esas que suenan desde hace más de un siglo en los tablados. Tras algo más de medio minuto, se apagan y comienza un toque de guitarra que nunca antes se había escuchado. Una llevada completamente nueva, que surge de la mano derecha de Pepe Guerra, a la que se une la batería murguera. Así comienza La yarará, así comienza Todos detrás de Momo, el disco más disruptivo de Los Olimareños, y así comienza Todos detrás de Momo, el nuevo libro que acaba de publicar Gustavo Espinosa, en un sorpresivo giro en su bibliografía.
Que el autor de este libro sea este escritor olimareño, reconocido por su literatura, puede parecer una sorpresa. Sin embargo, quien lo conoce bien sabe que la música y el arte están muy presentes en su obra. Las novelas Las arañas de Marte y Carlota podrida son buenos ejemplos. Sin embargo, Espinosa, considerado entre los principales narradores uruguayos de los últimos 25 años, prefirió no abordar esta historia desde la ficción, camino que podría haber tomado de acuerdo al generoso espectro de abordajes posibles que el editor Gustavo Verdesio le ha conferido a su colección. De hecho, la novela fue la opción elegida por algunos de los autores de esta serie, como Carolina Bello y José Arenas. El olimareño prefirió la crónica, un terreno que le permite moverse a sus anchas entre sus propios recuerdos y la ortodoxia periodística.
Antes de iniciarse como escritor, este docente de Literatura tuvo una intensa actividad musical, en el rock y en el blues (de hecho, cada tanto se presenta con su banda como Gustavo Espinosa y Los Pisapapeles). Por otra parte, lo unen lazos familiares a Pepe Guerra y de amistad con el entorno más íntimo del dúo. Sin embargo, no se valió de ese parentesco en esta crónica. Ni hizo falta, según explicó en una entrevista, Los Olimareños forman parte del paisaje en Treinta y Tres y le fue sencillo acceder a material de archivo de primera calidad en la ciudad donde nació, creció y volvió a radicarse tras su formación universitaria montevideana.
A Espinosa no se la contó nadie. Así como la generación de jóvenes y adolescentes educada musicalmente en los años 60 quedaba descolocada con cada nuevo disco de los Beatles —especialmente desde Rubber Soul en adelante—, este relato parte del tremendo desconcierto que provocó en Treinta y Tres la aparición Todos detrás de Momo, publicado en 1971 por el sello Orfeo. Salvo por la tímbrica de las voces y guitarras de Guerra y López, no se parecía mucho a De cojinillo, Nuestra razón y Cielo del 69, algunos de los discos más exitosos del dúo hasta ese momento. Esa percusión era nueva no solo en sus discos, sino en la fonografía nacional.
Era la primera vez que sonaba una batería de murga en un disco de canciones. Ese sonido que se describe en el primer párrafo era algo que se limitaba a los tablados, y mayormente los tablados montevideanos. También era la primera vez que la canción folclórica adoptaba la estructura rítmica de la murga y le incorporaba una propuesta armónica. Las manos del Pepe habían estado investigando en la profundidad de ese ritmo para lograr trasladarlo a las seis cuerdas. Especialmente la derecha, que es la encargada del ritmo. También era la primera vez que se publicaba un disco conceptual en la música uruguaya. La mitología del carnaval desarrollada desde los tablados montevideanos, con los cabezudos, las comparsas, la Colombina y los carros alegóricos de los desfiles, es el denominador común de estos 23 temas. A todo eso le dedica Espinosa este ejercicio periodístico. Atrapante no, lo siguiente.
Algo así como el Sgt. Peppers, pero murguero y campero a la vez. Espinosa retrata el impacto de todas estas innovaciones desde la desprevenida mirada de un niño de 10 años. La extrañeza que genera ver esos rostros tan familiares pintados con esa máscara ancestral que ilustra las dos caras de la moneda de la vida: la comedia y la tragedia. La extrañeza surgida de no entender bien qué es eso que está sonando, pero darse cuenta de que es algo nuevo y distinto a todo lo que se ha escuchado. La misma extrañeza que sintió buena parte del público del dúo, que tardó un buen tiempo en integrar este disco al resto de su obra. Todos detrás de Momo es el disco raro. El elefante blanco. Y el fetiche de los musicólogos, por supuesto.
Más allá de lo estrictamente musical, en el plano simbólico, es el desembarco definitivo del grupo en la cultura montevideana. De hecho, es el antecedente directo, la piedra fundamental de la murga canción, esa pequeña gran innovación que pocos años después desarrollaría Jaime Roos primero y después Rumbo, Los Que Iban Cantando, Canciones para No Dormir la Siesta, Mauricio Ubal, Rubén Olivera y decenas de artistas hasta nuestros días.
Y además de abordarlo en su conjunto, Espinosa demuestra también sus cualidades como melómano y divulgador musical al dedicarle buena parte de estas casi 200 páginas a describir canción por canción, desde Presentación hasta Retirada, pasando por aquellas con títulos siempre claros e ilustrativos como Momo, Carro, Por campos de adoquín, Los grandes caballeros, El babieca y La bocina. Y más allá de la rigurosidad documental y la lucidez de los juicios críticos, Espinosa logra plasmar la belleza barroca de sus descripciones, las pinceladas que entrelazan en el lienzo los hechos, los personajes, los escenarios y la mirada, para lograr así un retrato de gran poder emotivo y afectivo. Se recomienda, por supuesto, leer con el disco de fondo.