érase un peje espada muy barbado.
Quevedo tenía los pies deformes, cojeaba al caminar y era miope desde pequeño. Tal vez por eso cultivó un carácter mordaz que volcó en varios de sus poemas. Algunos tuvieron como objetivo a Góngora, 19 años mayor que él, quien solía responderle con versos complejos de lenguaje culto que aludían a la supuesta ignorancia de Quevedo y a su gusto por las copas. La rivalidad literaria y estética entre ambos fue famosa y, posiblemente, también fomentada para divertirse.
Sobre todo en Quevedo, el más punzante y divertido de los dos, se cumple una máxima a veces atribuida a Woody Allen, a veces a Mark Twain: “Tragedia más tiempo es igual a comedia”. Esta idea está muy vinculada a otra: detrás de un chiste siempre hay algo doloroso para quien lo dice, que también puede ser doloroso y ofensivo para quien lo escucha.
¿Podría Quevedo publicar hoy una sátira como A una nariz sobre otro poeta contemporáneo? ¿Podemos hoy reírnos de todo? ¿Cómo sobrevive el humor en una época de hostilidad y cancelaciones en las redes sociales? Tal vez la respuesta haya que encontrarla en el ingenio y en el arte.
Mi nombre es Silvana Tanzi y esta es una nueva entrega de Algo que quiero contarte, una newsletter sobre temas culturales. Si querés escribirme con alguna sugerencia o comentario, podés hacerlo a [email protected]
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Acabo de leer El sentido del humor, un libro de la escritora y psicoanalista argentina Alexandra Kohan (Mar del Plata, 1971). Lo que primero me atrajo fue el título porque me interesan los mecanismos del humor, los misterios detrás de la risa o lo que falla cuando se intenta hacer reír y no se logra. Me ha pasado, sobre todo en obras de teatro o en el cine, escuchar continuas carcajadas del público en escenas que no me producen ni una sonrisa. Entonces pienso que soy una amargada o que la gente se ríe de cualquier tontería. Eso pienso cuando termina la función, con una soberbia que no tiene nada de graciosa. Cuando se me pasa esa mezcla de frustración y enojo, vuelvo al misterio de la risa. ¿Te sucedió alguna vez lo mismo?
“Vivimos épocas de mucha solemnidad”, dice la contratapa del libro, y me dieron ganas de continuar leyendo. “El humor es un límite para la crueldad y suprimirlo, censurarlo, es dejar la crueldad a cielo abierto. Recuperar su dimensión subversiva, potente y emancipatoria resulta fundamental para hacer frente a los tiempos oscuros que se nos vienen, que ya se vinieron”. Es, entonces, un libro que asume que se perdió un tipo de humor y que hay que recuperarlo. Me gustó la contratapa y me fui al interior.
Kohan tiene un enfoque psicoanalítico, lo que para mí es una materia ardua, con continuas referencias a Freud y a Lacan. Pero lo bueno de su análisis es que lo hace a partir de chistes o de comentarios de humoristas o incluso de personas que involuntariamente hacen humor. Algunos ejemplos son muy buenos, como este: “En una oportunidad Diego Maradona fue internado en una clínica, que era más bien psiquiátrica, y dijo: ‘En esta clínica uno dice que es Napoleón; otro piensa que es San Martín… ¡Y a mí no me creen que soy Maradona!’”.
No conocía la anécdota, pero me causó mucha gracia por su ingenio, el condimento necesario para que el chiste funcione. “Hay muchas maneras de ser ingenioso; casi tantas como de no serlo”, escribió Bergson en su ensayo. No es fácil hacer reír y hay personas que tienen ese poder, que son ocurrentes, que pueden encontrar semejanzas en cosas disímiles, que pueden sorprender cuando nadie se lo espera. Que tienen el jeito del humor.
Agustín Ferrando es una de esas personas con jeito para hacer reír. Él descubrió que puede haber algo gracioso en las acciones cotidianas, en los gestos, en la vida común y corriente de las personas. Y encontró en videos de YouTube esos momentos un poco naíf, un poco absurdos, y decidió mostrarlos y acompañarlos de un relato inexpresivo y monótono. Así nacieron los videos de Tiranos Temblad, que instauró una nueva forma de hacer humor. Fue tanto su éxito, que Ferrando terminó haciendo videos similares para Cartoon Network.
Me gustó que para la exposición La risa escrita. Homenaje a Mónica y Los Lobizones, que hace un año organizó el Instituto Nacional de Letras (INLET) del MEC y el Museo Histórico Nacional, eligieran a Ferrando para hacer un video homenaje a Telecataplum. Él seleccionó escenas memorables de aquel programa y le rindió homenaje con su propio estilo.
Embed - Homenaje a Telecataplum
“Lo chistoso es poner algo donde no va”, recuerda a menudo Alejandro Dolina cuando le preguntan qué es el humor. Por ejemplo, ponerse un balde en la cabeza y subirse al ómnibus. No sé si siempre funciona de ese modo el humor, pero lo cierto es que el juego con el absurdo sí funcionó con los humoristas de Telecataplum, como sigue funcionando con Ferrando.
El humor en tiempos de ofensa
Cómo se recibe el humor no depende solo de quien hace el chiste, sino de quien lo recibe, de sus creencias y valores. “Por este motivo, genera tanta controversia el debate en torno a la viabilidad de establecer una vara de medir que distinga lo risible de lo no risible”, escribió Bergson. Cuando leí esa frase, recordé el atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo, el 7 de enero de 2015. Fueron dos jóvenes yihadistas quienes entraron a la redacción de la revista, enojados por sus parodias al Islam, y en dos minutos mataron a 12 personas e hirieron a 11. Ese fue el inicio de un día de atentados en París. Si te interesa este tema, te recomiendo El colgajo, de Phillippe Lançon, uno de los periodistas sobrevivientes de aquella masacre.
“Sin humor todos estamos muertos”, escribió el dibujante Patrick Chapatte en la caricatura que hizo en 2019 en homenaje a sus colegas asesinados en el atentado. Ese año, The New York Times había decidido eliminar de sus páginas la caricatura política y varios dibujantes, humoristas y caricaturistas expresaron su protesta con su arte, y Chapatte sumó la suya.
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Patrick Chapelle y su homenaje a colegas asesinados en el atentado a Charlie Hebdo
Se sabe que los extremistas religiosos, los dictadores, las personas autoritarias que se aferran a un dogma o a una ideología no tienen humor. Por eso hay que defenderlo, porque si no hay risa, significa que no hay libertad. Sin humor queda solo la crueldad, como la sonrisa en el rostro de un nazi.
“La gente se preocupa demasiado por la ofensa en estos días. No hay nada que puedas decir y que en algún lugar alguien no lo encuentre ofensivo. Que estés ofendido no significa que tengas razón. Y ha llegado el punto en el que si una persona se queja, espera que el mundo se detenga”, dijo en una entrevista Ricky Gervais, comediante inglés, uno de los más ácidos y, para mí, graciosos de la actualidad. El libro de Kohan trae esa cita y también otra de un libro de la periodista, ensayista y feminista francesa, Caroline Fourest (Aix-en-Provence, 1975), quien también está preocupada por el mismo tema.
Su ensayo dice bastante en su título, Generación ofendida. De la policía de la cultura a la policía del pensamiento (2021), y así comienza su introducción: “En mayo de 1968, la juventud soñaba con un mundo en el que estuviera ‘prohibido prohibir’. Hoy, la nueva generación solo piensa en censurar aquello que la agravia, que la ‘ofende’. Y más adelante agrega una frase contundente: “La tiranía de la ofensa reina por doquier, como preludio de la ley del silencio”. El libro fue finalista del premio Femina de ensayo y tuvo gran éxito en Europa.
Entonces, regreso a la pregunta. ¿Hay algo sobre lo que no se podría hacer una broma? Si es así, ¿quién debería establecer cuál es un chiste válido y cuál no? Hace poco estuve en una reunión con amigos y uno de ellos formuló esa pregunta. En realidad no quería hacer ningún chiste, sino simplemente decirle a otra amiga, a la que había reencontrado después de mucho tiempo, que estaba más delgada. Y no se animó por temor a que pensara que se estaba fijando en su cuerpo. A mí me pareció un síntoma de autocensura inquietante, "un preludio de la ley del silencio", del que habla Fourest.
En los años 90, el genial Quino concedió una entrevista a Búsqueda y habló sobre su estilo de hacer humor. Una de sus respuestas es muy ilustrativa porque indica que la ofensa siempre está latente en un chiste, en una caricatura, en un sketch. “No sé si me considero un humorista. Hago páginas que son para llorar. Una vez me llamó una señora por un dibujo que era muy jodido, donde dos viejitos, tristes, dicen: ‘¿Y si en vez de pensar que estamos en el otoño de la vida, pensamos que estamos en la primavera de la muerte?’. Esa señora me puteó de arriba a abajo, diciendo que yo no tenía derecho a amargarle la vida a ella que tenía 69 años, etc.”. También Quino dijo que después de la dictadura argentina y de los miles de desaparecidos no había podido hacer más dibujos de presos, aquellos con los uniformes a rayas. Los límites se los había puesto él mismo frente a la tragedia.
Sinceramente no creo que el humor esté en peligro. Hay un ingenio popular que estalla en forma de divertidos memes cuando aparece una noticia absurda y cada vez más jóvenes, sobre todo mujeres, hacen stand up y comedia. También hay series que hacen humor sobre la inclusión del diferente como División Palermo, que no necesitan aclarar que allí hay humor e ironía.
Embed - División Palermo | Tráiler oficial | Netflix
Creo que siempre habrá caricaturistas que se rían del poder, que siempre habrá un Andy Kaufman, un Groucho Marx, un Lenny Bruce o un Francisco de Quevedo para patear el avispero con su sátira. Hay que defenderlos para que el mundo sea menos solemne, menos cruel y un poco más libre. ¿Estás de acuerdo?
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Antes de despedirme, quería preguntarte cómo empezaste el nuevo año. Ojalá haya sido con risas, sería un buen augurio. Además, quiero recomendarte una entrevista que Federica Ham le hizo a Victoria De Masi, por su libro sobre Karina Milei; y Héctor Luisi, colaborador desde Nueva York, cuenta sobre Ainadamar, una ópera que vio en el MET y que se desarrolla en el Teatro Solís.