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    Cuando alguien tiene tu rostro: encuentros con el ‘doppelgänger’

    ¿Qué puede suceder en nuestras vidas cuando nos encontramos con una persona idéntica a nosotros? En esta entrega de Algo que quiero contarte, newsletter de temas culturales, hay historias de la literatura y del cine sobre el doble, una figura tan vieja como el ser humano, y otros relatos reales con un cuento de regalo

    Hoy son clones, robots o replicantes, y seguramente en el futuro habrá otros nombres para estas formas de duplicar a las personas. Sin embargo, la figura del doble viene desde lejos y no es solo producto de la alta tecnología. Tal vez surgió como una necesidad la primera vez que un ser humano se dibujó a sí mismo en una caverna. El folclore alemán y nórdico fue alimentando con leyendas o experiencias reales la presencia del doble y encontró una palabra para denominarlo: doppelgänger. Se traduce literalmente como “doble andante” o más poéticamente como “quien camina a (tu) lado”, aunque en general su aparición no es precisamente poética.

    El desdoblamiento del yo o la pérdida de identidad por la aparición “del otro” fue analizado por Sigmund Freud y sus colegas, entre ellos, Otto Rank, quien publicó en 1914 El doble, un ensayo donde analiza este fenómeno que se mueve entre el mito, el psicoanálisis, la filosofía y la literatura. Recogía así uno de los terrores más frecuentes del siglo XIX, que había encontrado su simbología en la creación literaria. La pregunta “¿quién soy?”, vinculada a la réplica aterradora de una persona, fue tema de poemas y narraciones decimonónicas.

    De 1846 es El doble, novela de Fiódor Dostoievski sobre un mediocre funcionario público que un día encuentra en su oficina a alguien idéntico a él que lo enfrenta con burlas. Un año después, el escritor danés Hans Christian Andersen publicó La sombra, cuyo protagonista ve cómo su sombra lo va “tragando” hasta apoderarse de su personalidad. Y en 1886 apareció El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, novela de Robert Louis Stevenson que se volvería un clásico de la literatura por su tratamiento sobre la dualidad “bien-mal” que llevamos dentro.

    El doble - Dostoievski.jpg

    En estos ejemplos, y en los muchos que han dado y siguen dando la literatura y el cine, nada bueno sucede cuando aparece el doble, habitualmente un ser escalofriante. Pero hay una variante, a veces graciosa, a veces atemorizante: cuando dos personas, sin ningún vínculo biológico, tienen un rostro y una complexión física tan similares que sus conocidos las confunden.

    ¿Es cierto que todos tenemos un doppelgänger? ¿Qué puede suceder en nuestras vidas cuando nos encontramos con una persona idéntica a nosotros?

    En esta nueva entrega de Algo que quiero contarte, encontrarás historias sobre dobles, algunas ficticias y otras reales, que tienen protagonistas de Montevideo o de Buenos Aires. Mi nombre es Silvana Tanzi, si querés enviarme tus sugerencias o comentarios, o contarme que te cruzaste con tu doppelgänger, podés escribirme a [email protected].

    En los últimos días me di cuenta de que estoy rodeada de conocidos o amigos que han tenido algún encuentro con alguien físicamente muy similar, o los han saludado y hasta les han hablado con familiaridad y ellos no saben quiénes son. ¿Será cierta esa creencia de que todos tenemos nuestro doppelgänger? Si es así, no me gustaría conocer a esa persona. Lo más cercano a este fenómeno que viví fue recibir invitaciones de amistad por redes sociales de mujeres italianas (supuestamente, mujeres e italianas) que llevan mi mismo nombre y apellido. Eso ya me resultó lo suficientemente molesto como para no apretar “aceptar”.

    Pero la cercanía con quienes vivieron el fenómeno del doble, en general en situaciones más jocosas que desagradables, me dieron ganas de revisar el tema y compartirlo. Sobre todo una de las historias, que encontrarás más adelante, me impulsó a escribir esta newsletter (no hagas trampa, no vale adelantar el texto).

    Lo primero que hice fue revisar qué hay escrito sobre el doble. Y me encontré con abundantes ensayos, trabajos académicos y artículos, además de novelas, cuentos y películas. Si alguien quiere ser original en esta época, que lo olvide rápidamente.

    Lo segundo fue recordar algunas películas que vi. Por ejemplo Vértigo (1958) de Alfred Hitchcock, un cineasta que tenía una especial obsesión por la doble identidad. En esta película es la actriz Kim Novak quien representa a dos mujeres, una que muere y otra que engaña, en una trama compleja, pesadillesca, adictiva.

    Embed - Sincresis — La doble vida de Veronica

    En La doble vida de Verónica (1991), del director polaco Krzysztof Kieslowski, la actriz Irène Jacob interpreta a Weronika, una joven que vive en Polonia y ama cantar, y a Veronique, que vive en Francia y es profesora de música. Son idénticas, no se conocen, tienen vidas diferentes, pero pueden sentir lo mismo. Una película cargada de simbolismos y detalles sin respuestas. No me despertó ningún miedo, pero sí me dejó pensando sobre la posibilidad de un tiempo paralelo y simultáneo. ¿Era una mujer o eran dos? En fin, tendría que volver a verla.

    Recordé también El hombre duplicado (2002), una novela de José Saramago que me pareció excepcional. El protagonista es Tertuliano Máximo Afonso, un profesor de Historia de secundaria que un día se ve a sí mismo en una película. O por lo menos hay un actor que es su copia idéntica. Entonces sale a buscarlo. Y lo encuentra. Una verdadera novela de intriga, muy inquietante, con el “estilo Saramago”, sin párrafos ni puntuación, un novelista a quien le encantaba partir de la premisa “¿qué pasaría si…?”. En 2013 apareció la versión cinematográfica, que en inglés se llamó Enemy, dirigida por el canadiense Denis Villeneuve e interpretada por Jake Gyllenhaal. No está nada mal, aunque tiene un final muy raro.

    El hombre duplicado.jpg

    Como la vida misma

    Y ahora me vengo a Montevideo a contarte sobre una novela que se titula El Otro y que parte de un hecho real, aunque se sabe que si es novela todo todo no fue tal cual. El autor es Marcelo Estefanell, con quien compartí la redacción de Búsqueda hace unos años. En una vida anterior, Marcelo estuvo 12 años preso en dictadura por haber integrado el MLN. En el encierro leyó mucho, se enamoró de El Quijote y cuando salió escribió varios libros, entre ellos, Don Quijote a la cancha y El hombre numerado, sobre su experiencia carcelaria.

    El Otro comienza una mañana de 1969, cuando era un joven universitario, iba a las corridas a tomar un ómnibus y se chocó en el Centro de Montevideo con alguien idéntico a él. Como estaba apurado no se detuvo demasiado, pero el parecido con el otro joven le llamó la atención por un tiempo. Pasaron los años, él fue preso y obviamente lo de su doble montevideano quedó en el olvido. Pero el otro vivió en carne propia tener el mismo rostro de alguien perseguido por los militares sin tener nada que ver con el MLN. ¿Miedito, verdad? Solo te digo que se terminan conociendo. Los entretelones no te los cuento para que leas esta novela que trata sobre la identidad y también sobre nuestra historia.

    El otro Marcelo Estefanell.jpg

    Javier y Sergio

    Uno es periodista, se llama Javier Alfonso y es mi compañero de redacción en la sección Cultura desde hace tanto tiempo que ya no lo recuerdo. El otro se llama Sergio Tulbovitz y es un percusionista de larga trayectoria y muy conocido también como maestro de músicos. Hace unos años a Javier lo confundían seguido con Sergio, sobre todo cuando el músico regresó de Cuba. De nuevo en Montevideo, tocaba en bandas y en boliches. Justamente en uno pequeño de la calle Rodó ocurre esta anécdota.

    “Fui a escucharlo y estaba tocando una banda de jóvenes. Era una noche de invierno, entré con un gorro de lana y, cuando me lo saqué, uno de los músicos me saludó desde el escenario, y aunque yo no lo conocía le devolví el saludo por cortesía. El boliche estaba repleto y me quedé al lado de la barra. Cuando el grupo terminó de tocar, quien me había saludado dijo mirándome: ‘Quiero pedir un aplauso para un gran percusionista que tenemos el honor de que nos esté escuchando’. Entonces hubo fuertes aplausos. Cuando pararon, le dije: ‘Le voy a mandar tus saludos a Tulbovitz, pero lamentablemente te tengo que decir que no soy Tulbovitz’. Y estallaron las risas”. El relato finaliza con un comentario de Javier: “Tulbovitz es como 10 años mayor que yo, así que cada vez que alguien me confunde, pienso: ‘Estoy hecho mierda’”.

    No supe cómo animarlo, así que nos pusimos a hablar de situaciones similares. Entonces él me recomendó el episodio de un pódcast que se llama Radio Ambulante y tiene investigaciones periodísticas sobre Latinoamérica narradas con agilidad y gran atractivo. El episodio se llama El doble de Bruce Willis y cuenta sobre Pablo Perrillo, un porteño nacido en La Boca, que hoy con 55 años mantiene un físico, un rostro y unos gestos idénticos al actor. Y cuando digo idénticos, son idénticos. Esta es su foto de X, pero podés buscarlo en noticias y en otras redes.

    El-doble-de-Bruce-Willis.jpg
    Pablo Perrillo, el doble de Bruce Willis

    Pablo Perrillo, el doble de Bruce Willis

    Y acá te dejo el episodio para que lo escuches porque la travesía de Pablo es una aventura: de La Boca a un concurso de parecidos a artistas famosos que lo llevó a Los Ángeles, una oportunidad que le abrió el camino para ser el doble de acción de Bruce Willis, pero que la enfermedad del actor frustró.

    Embed

    Renzo y César

    Y ahora sí, la historia que motivó que me pusiera a escribir sobre el doppelgänger. Me la envió amablemente Renzo Rossello, periodista y escritor de novelas policiales que también te recomiendo, sobre todo su saga sobre el personaje Obdulio Barreras, cuya última novela es Papeles viejos (Estuario, 2024). A Renzo le encuentran un parecido con César Troncoso, y no te digo nada más porque es mejor leerlo en su relato. Aquí te lo dejo para que lo disfrutes, pero antes mirá la foto que me envió y sacá tus conclusiones.

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    Renzo Rossello

    Renzo Rossello

    El día que fui César Troncoso

    Siempre sospeché que las colas de espera eran un sitio privilegiado para hallazgos inesperados. Una mañana me dirigí a la mutualista para sacar hora de consulta con mi médico, control periódico de rutina. Al poco de hacer la fila y como es habitual me giré para ver el entorno e hice contacto visual con el guardia de seguridad. Me miraba y sonreía como esperando el reconocimiento por mi parte, o eso creí. En los nanosegundos siguientes comencé a revisar mi archivo mental de fotos. ¿Antiguo compañero de trabajo o estudios? ¿Alguien que entrevisté en algún momento? ¿Alguno de los cientos de policías que conocí durante mi carrera, ahora haciendo de guardia? Negativo, ninguna foto mental corroboraba alguna de esas preguntas. Un segundo después sonreí a mi vez y saludé con una ligera inclinación de cabeza. Vaya uno a saber. Avancé un paso más en la fila y de manera natural volví a girar y de nuevo me tropecé con mi nuevo amigo. Ahora parecía inclinarse un poco sobre el pequeño pupitre que acotaba su espacio de guardia como si quisiera decirme algo. Estaba cerca aún, di un paso hacia él y lo saludé con el “buen día” de oficio.

    —César Troncoso, verdad? El actor, digo… —me dijo, al tiempo que me guiñaba, cómplice y en voz baja.

    —No, no, lo siento, ya quisiera la mitad de su talento, pero no —respondí.

    —Ah, pero, estaba convencido… —replicó con cierta perplejidad.

    —Lamento, pero no —le reafirmé mientras volvía a mi lugar, ya que la fila avanzaba.

    La situación me resultaba algo embarazosa, ni siquiera quería mirar mucho a mi alrededor. Era casi seguro que la señora que iba detrás de mí sonreía y tal vez intercambiaría alguna mirada cómplice con el guardia.

    Por fin llegó mi turno y mientras esperaba que me confirmaran la hora de consulta volví a echar una rápida mirada. El guardia estaba atento a la puerta, por suerte. Sin embargo, creí advertir el rastro de esas expresiones que tardan en desvanecerse mientras uno se dedica a otra cosa. Y la expresión parecía comentar por lo bajo: “Psche, estos artistas son todos iguales, no quieren que uno los descubra yendo al médico como cualquier hijo de vecino”.

    Luego de completar el trámite me retiré con la cabeza gacha, iba maldiciéndome por ser uno de esos “artistas pretenciosos”, tal vez lo único que quería el hombre era un autógrafo para mostrárselo esa noche a la esposa. “Mirá quién estuvo hoy en la mutualista”, le diría. La mujer leería el papel garabateado donde, pese a la tosca grafía, podría leerse: “Con cariño, César Troncoso”. Y de inmediato abriría grande la boca y los ojos, lanzando un agudo gritito. Y él, bastante orondo, agregaría: “Quería pasar desapercibido, pero yo lo pesqué enseguida, psche. Estos artistas son todos iguales, agarran un poco de fama y se hacen los nunca vistos”.

    Ahora cada vez que me detengo en un semáforo no puedo evitar la sensación casi urticante de la mirada fugaz detrás o a un lado. Y apuro el paso, vaya que tenga que revelar qué ocurrirá en la próxima temporada de El Eternauta y cómo andan Darín o Carla Peterson. No, definitivamente, la fama no es para mí. Mejor volver a este glorioso anonimato, a esta cara que se lleva el viento como tantas otras.

    Antes de despedirme, y a propósito de El Eternauta, te recomiendo la nota de Pablo Staricco sobre esta serie para la que consultó a César Troncoso, quien tiene un papel destacado. Quién sabe si algún día no necesite de su doble.