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    Genios en el arte, turbios en la vida

    Algo que quiero contarte | Una newsletter de Cultura

    ¡Yo soy la herida y el cuchillo! ¡Yo soy la bofetada y la mejilla! ¡Yo soy los miembros y la rueda, y la víctima y el verdugo!, escribió sobre sí mismo Charles Baudelaire en un poema de Las flores del mal. Estos versos del poeta maldito replican como un eco sobre otros artistas excepcionales que fueron, o son, verdugos y también víctimas de su propia naturaleza sombría. Cometieron delitos, fueron señalados por su forma de pensar o rozaron un límite no tolerado por la moral de su época.

    Caravaggio y la grandeza de sus pinturas. Céline y la grandeza de su narrativa. Uno fue asesino; el otro fue colaboracionista y escribió panfletos a favor de los nazis. La escritora canadiense Alice Munro, Nobel de Literatura 2013, al enterarse del reiterado abuso sexual que había sufrido su hija en su propia casa, guardó silencio, se mantuvo junto al abusador y no hizo nada por apoyarla.

    ¿Se puede seguir admirando la obra de un artista a pesar de sus miserias, de su ideología o de su conducta?

    Mi nombre es Silvana Tanzi, soy periodista y editora de las páginas culturales de Búsqueda. Esta es la segunda entrega de Algo que quiero contarte, una newsletter cuyo título se inspira en un libro de Alice Munro, a quien sigo admirando por su obra. Te invito a hacerme tus comentarios o sugerencias en este correo: [email protected].

    Genios en el arte, turbios en la vida

    La noticia la leí en El País de España y mi primera reacción fue enviarle el enlace a una amiga por WhatsApp: “Estoy de duelo. Es como leer uno de sus cuentos”. El testimonio de Andrea Robin Skinner, hija menor de Alice Munro, es demoledor. Decidió hacerlo público en julio a través de The Toronto Star a dos meses de la muerte de su madre, ocurrida en mayo de este año.

    La historia resumida es así. Andrea, hoy con 58 años, vivía mayormente con su padre, Jim Munro, pero pasaba los veranos en casa de su madre, que se había vuelto a casar con un hombre llamado Gerald Fremlin. Cuando Andrea tenía 9 años, se quedó unos días sola con su padrastro, él se metió en su cama y abusó de ella, y continuó verano tras verano con insinuaciones, relatos obscenos y exhibicionismo de sus genitales hasta que fue adolescente. El padre de Andrea lo supo desde el primer verano, pero no solo no hizo nada para protegerla, sino que la siguió enviando de vacaciones con el abusador.

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    ¿Sabía Munro de esta situación? Según el relato de Andrea, su madre conocía la atracción de Fremlin hacia las niñas, se lo habían comentado otros adultos. Pero no pudo hablar sobre lo que ella había padecido en la infancia hasta que tuvo 20 años, a fines de los 80. El detonante para hacerlo fue una entrevista en la que Munro elogió a Fremlin como marido. Andrea cuenta que cuando enfrentó a su madre ella reaccionó “como si se hubiera tratado de una infidelidad”, culpó a la cultura misógina y a los defectos de los hombres. Por un tiempo se alejó de su marido, pero luego regresó junto a él. Y tapó el asunto con silencio, igual que lo hicieron figuras allegadas del ámbito literario.

    En 2005, Andrea juntó las cartas que su padrastro le había enviado cuando era una niña y lo denunció en la Justicia. El hombre fue sentenciado a dos años de prisión y con una orden de alejamiento a menores de 14 años. En ese momento tenía 80 años y Munro seguía a su lado.

    No sabemos qué hubiera dicho la escritora si hubiera leído el testimonio de Andrea en The Toronto Star. Pero sí sabemos lo que escribió en sus cuentos, algunos autobiográficos, ambientados en pequeños pueblos canadienses, con tramas aparentemente simples y narrados con una precisión quirúrgica. Munro desliza a sus personajes desde lo más cotidiano hacia el borde de la oscuridad. A veces los deja caer; otras, los recupera. Las mujeres abundan en sus historias, ellas recuerdan su infancia o viven situaciones de violencia intrafamiliar o sufren abusos o tienen una relación compleja con sus hijas.

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    Leo el final del cuento Vida querida y pienso en Andrea: “No volví a casa la última vez que mi madre cayó enferma, ni para su funeral. (...) Solemos decir que hay cosas que no se pueden perdonar, o que nunca podremos perdonarnos. Y sin embargo lo hacemos, lo hacemos una y otra vez”.

    Miro el volumen publicado en 2013 con los mejores cuentos de Munro, seleccionados por ella misma. El conjunto lleva por título Todo queda en casa. Y entonces sus historias cobran otra dimensión que aún estoy asimilando porque sigo de duelo. Pero mi opinión sobre la literatura de Munro no ha cambiado. Es una de las mejores cuentistas que he leído.

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    Retrato de Caravaggio dibujado por Ottavio Leoni

    Retrato de Caravaggio dibujado por Ottavio Leoni

    Caravaggio, el camorrero

    Me voy hacia comienzos del siglo XVII al encuentro de Michelangelo Merisi, que pasó a la historia del arte con el nombre de su pueblo natal: Caravaggio (1571-1610). Maestro del claroscuro, fue uno de los propulsores del tremendismo (tinieblas, en latín) y una de las grandes influencias del arte barroco. En sus pinturas los personajes aparecen iluminados en contraste con el fondo oscuro, como si estuvieran en un escenario teatral. Empleaba “un uso dramático de la luz”, explican los expertos. Sus pinturas son de una belleza magnética, de un realismo cargado de emociones. Muchas de ellas tienen motivos religiosos, que no parecen religiosos. El detalle: sus modelos provenían de la calle, eran mendigos, prostitutas, niños pobres. A Caravaggio le gustaban los bajos fondos. Si hubiera nacido en otra época y en tierras rioplatenses, seguro que hubiera buscado sus modelos en las milongas del arrabal.

    Se tomaba unas copas en la taberna y empezaba a los cuchillazos. Andaba armado por las calles con espadas y puñales, lideraba una banda de malhechores callejeros y buscaba pelea amparado en su condición de retratista de eclesiásticos. Todo quedó registrado en los Archivos Estatales de Roma, donde figura su pelea de 1606, en la que mató a un aristócrata llamado Ranuccio Tommassoni, al parecer por una cuestión de deudas.

    El enfrentamiento se dio en un torneo de pallacorda, un deporte parecido al tenis. Caravaggio le cortó una arteria y el pobre tipo murió desangrado. Sentenciado a muerte, el artista-camorrero-asesino huyó de Roma hacia Nápoles. Murió a los 38 años, cuando intentaba regresar.

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    En la serie Ripley, el protagonista queda deslumbrado frente al arte de Caravaggio

    En la serie Ripley, el protagonista queda deslumbrado frente al arte de Caravaggio

    La obra de Caravaggio fue adquiriendo con los siglos una valoración cada vez mayor, y hay historiadores del arte que la consideran el inicio de la pintura moderna. ¿El tiempo ayuda a perdonar las maldades del artista o es su obra la que lo trasciende? ¿Importa la biografía para valorar la obra? Para mí importa todo, la verdad es que leo sobre la vida de Caravaggio, me imagino una película y quiero saber más para entender cómo en su espíritu iracundo se abrían brechas para que pasara la luz y la belleza.

    Una recomendación: la serie Ripley, una adaptación de la novela de Patricia Highsmith, que hace un paralelismo entre la vida del protagonista-asesino con la de Caravaggio. Las pinturas del artista aparecen una y otra vez en un magnífico blanco y negro. “La luce, la luce”, dice un sacerdote emocionado frente a una de esas obras.

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    Louis-Ferdinand Céline en 1932

    Louis-Ferdinand Céline en 1932

    Céline, un esperpento en la noche

    Ahora llego al siglo XX y me encuentro con Louis-Ferdinand Céline (1894-1961), y hay que agarrarse fuerte. Debo confesar que leí solo Viaje al fin de la noche (1932), su primera novela, que publicó a los 38 años. Es considerada una de las más importantes e influyentes del siglo XX. Quedé deslumbrada con esta novela, no solo por su historia, sino por cómo la cuenta, con un lenguaje lleno de oralidad, de gritos, onomatopeyas, jergas y obscenidades en una narración de vértigo. No es sencillo Céline, los traductores deben saberlo muy bien.

    Ferdinand Bardamu, el protagonista, es un Céline convertido en personaje. Porque lo que se cuenta en la novela es muy similar a la propia vida del autor. Bardamu es el mismísimo antihéroe. Un día está aburrido en un café, ve pasar al Ejército francés por la calle, decide enrolarse y termina peleando en la I Guerra Mundial. Nada de épica tiene este personaje que, de todas formas, es condecorado por sus heridas de guerra. Su viaje continúa por las colonias francesas en África, después persigue el sueño americano en Estados Unidos y termina como médico en los barrios pobres de París. Todo está narrado como la travesía de un esperpento que mira con una mueca irónica y amarga su entorno, y también a sí mismo.

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    En 2021 se encontraron miles de folios con panfletos antisemitas escritos por Céline y una novela inédita titulada Londres, que cerraría su trilogía de la I Guerra Mundial junto con Muerte a crédito y Casse-Pipe. Esos papeles comprobaron que había sido un colaboracionista de los nazis.

    La figura de Céline es incómoda, claro está. Cuando se cumplieron 50 años de su muerte, el gobierno francés dio marcha atrás a los homenajes que pensaba hacerle por las protestas recibidas. El ministro de Cultura de entonces, Frédéric Mitterrand, pidió disculpas públicas. Y se habrá retirado con un Céline debajo del brazo.

    Sin embargo, nuevamente, la obra trascendió al autor. En 2023, se publicó otra de sus novelas inéditas llamada Guerra, y cautivó a quienes la leyeron. Posiblemente en breve se publicará Londres, aquel manuscrito descubierto entre panfletos de triste recuerdo.

    “Soy la herida y el cuchillo”, escribió Baudelaire, quien sufrió de todos los males, pero el peor fue el desprecio hacia su obra. En tiempos de cancelaciones y dedo acusador detrás de las pantallas, una larga lista de artistas “víctimas y verdugos” saludan al poeta con una mueca amarga.

    Antes de despedirme, te dejo dos recomendaciones a propósito de otro integrante de esa “larga lista”: una entrevista de Patricia Mántaras a Woody Allen y la crítica de Pablo Staricco a la última película del cineasta, Golpe de suerte en París.