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    Osvaldo Reyno en el Museo Zorrilla: el escenógrafo definitivo del teatro uruguayo

    La muestra retrospectiva Un protagonista detrás de la escena se exhibe hasta el 19 de octubre

    Una sala en herradura negra llena de ropa de varios colores. Todo tipo de prendas. En el medio, un aljibe. En lo alto, una grúa como las de las obras de construcción, sostiene una cuerda que pasa por una roldana y tiene enganchado un vestido rojo que entra y sale del pozo lleno de agua. La maqueta representa la escenografía de Las criadas, la obra de Jean Genet, que fue estrenada en el Teatro Victoria en 2009, con escenografía de un auténtico artista visual, uno de los principales referentes en su rubro en la historia del teatro uruguayo. Esa maqueta es lo primero que vemos al llegar al Museo Zorrilla, en cuya principal sala de exposiciones nos espera la muestra Osvaldo Reyno. Un protagonista detrás de la escena.

    Inaugurada el 22 de agosto, esta formidable retrospectiva es coproducida por el Museo Zorrilla y el Instituto Nacional de Artes Escénicas. La curaduría es de Gerardo Mantero y el montaje es del propio Reyno. No podía ser de nadie más. A los 87 años de edad, es una leyenda viviente de la escena teatral uruguaya. Hasta el 19 de octubre, el público tiene la privilegiada oportunidad de acceder a la cocina creativa de un verdadero artista visual. Un imaginativo montevideano que se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes y después fue el fundador de la carrera de Diseño en la EMAD (donde fue docente durante casi tres décadas), pero que siempre marcó distancia con el discurso y el accionar académico. Más que teorizar con palabras crípticas, lo suyo siempre ha sido muy concreto y pragmático: llenar el espacio vacío con realizaciones conceptuales; formas y volúmenes construidos en múltiples materiales, inspirados en ideas tomadas del texto, de los ensayos con el elenco y del “cafecito” que siempre se toma con el director de la obra al iniciar el proceso creativo.

    En los poco más de 50 metros cuadrados que ocupa esta muestra se concentra lo medular de la gigantesca obra de Reyno. Este gran fabricante de universos en tres dimensiones complementó su formación en Arquitectura Teatral en Alemania, luego fue realizador de escenografía de maestros como Hugo Mazza y Mario Galup y, según sus palabras, aprendió haciendo. En sus más de 60 años de trayectoria, Reyno realizó más de 600 escenografías teatrales y unos 120 montajes de exposiciones de artes plásticas, mayormente en Uruguay y durante un breve período en Argentina. Integró durante más de 40 años el Teatro Circular, donde fue director técnico y donde creó las escenografías de hitos del teatro uruguayo como Doña Ramona y El herrero y la muerte. Su relevancia en esa institución que se aproxima a cumplir 70 años está a la par de la de los actores y directores. Por eso, durante tres lustros fue integrante de su directiva.

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    Osvaldo Reyno

    Osvaldo Reyno

    En un extremo de la sala, está el emblemático árbol que Reyno construyó para El herrero y la muerte, dirigida por Jorge Curi, en la que el gaucho Miseria, interpretado por Walter Reyno (el gran actor del Circular, hermano mayor de Osvaldo, fallecido en 2014), atrapa a La Señora y así prolonga un poco más su permanencia en el mundo de los vivos. Ese árbol es una estructura de varillas metálicas forradas con telas de varios colores que Reyno decoloró en los mismos tanques en los que se gastaban las telas para los vaqueros de jean, la prensa de moda por excelencia en los años 80, cuando se estrenó la primera versión de la obra. Se trata de la misma pieza escenográfica que se usó en la segunda versión de la obra, estrenada en el Teatro Victoria en 2011, 20 años después del estreno original en el Circular. A un costado vemos una gran foto del Teatro Circular de la época en la que se estrenó la obra, con las icónicas sillas de madera con respaldo en red que están presentes en el logo de la compañía. Rodeando el árbol está la misma alfombra que se usó en ese reestreno. Los visitantes pueden caminar sobre ella y sentir así una pizca de la efervescencia que invadía la sala en aquella obra inolvidable para quienes tuvieron —tuvimos— la suerte de verla. Es uno de los centros de gravedad de esta muestra y, de hecho, es la imagen de portada del hermoso catálogo, que tiene textos de la directora de Cultura, Mariana Wainstein, el coordinador del INAE, Álvaro Ahunchain, el curador, Mantero, un completo ensayo biográfico y analítico de María Esther Burgueño y una extensa entrevista a Reyno de Luis Vidal Giorgi.

    Teatritos

    El martes 10 a las tres de la tarde, Reyno se hizo presente en la muestra para recorrerla con Búsqueda. Escuchar sus relatos es un inmenso placer. En cada paso nace una nueva historia. Una anécdota diferente. Porque todo lo que se ve es diferente.

    El cañón central de la exposición es ocupado por medio centenar de maquetas. Esos teatritos son el corazón de la muestra. En ellas se aprecia con elocuencia la capacidad creativa de Reyno, su enorme espectro imaginativo. Ninguna se parece a otra. No existen patrones. El concepto, el diseño, la disposición de los objetos, los materiales propuestos. Todo parece ser único e irrepetible. Una medialuna de varillas clavadas en el piso con una esfera metálica en el medio. Reyno cuenta la historia de cómo convenció a Alfredo Alcón de pararse en el interior de la esfera y hacerla girar con sus manos. Una maraña hecha de mesas, sillas, marcos de ventanas y otros objetos de madera, amontonados caóticamente. La casa sin fachada de Agosto, que permite ver en un solo plano visual el interior de todas las habitaciones, transformando a la platea en un panóptico para cientos de espectadores.

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    Reyno cuenta que la maqueta es lo primero que hace. Es la propuesta que le hace al director. “Primero que nada leo el texto. Después comienzo a acompañar al elenco en los primeros ensayos. Y después le pido al director para tomar un cafecito. Allí le hago preguntas, lo escucho, y también le cuento mis primeras impresiones. Después de que estoy bastante empapado con todo, empiezo a pensar en la idea y cuando la tengo, agarro el cartón y la trincheta y armo la maqueta. La construcción de la escenografía viene después”. Así resume el escenógrafo su proceso creativo, que se sostiene en tres pilares: sus propuestas, las de la dirección y el diálogo que incluye la negociación para llegar a la escenografía definitiva.

    Lo que es evidente, al menos en esta muestra, es la casi total ausencia del clásico living, el típico decorado hogareño con el sillón al frente, mesas y sillas a los costados y puertas y ventanas de fondo, que hemos visto tantas veces. Reyno dice que lo que rige su creación es “dar al público una imagen a interpretar, algo que simbolice el espíritu de la obra, pero que también plentee una interrogante, un desafío a resolver”.

    El artista camina lentamente frente a sus creaciones primigenias. Y sigue contando sus pequeñas historias. Los decorados de una casa inclinados, sin ángulos rectos, cayendo sobre los personajes de La gata sobre el tejado caliente. Una gran pared de chapas como único elemento de El patio de atrás. Una alfombra de gigantografías fotográficas en Querido Mario. Una red de telas colgadas e izadas con poleas en Arlequino.

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    Osvaldo Reyno

    Osvaldo Reyno

    Reyno guarda sus maquetas y otros tantos materiales en su propio depósito, el sótano de la propiedad horizontal en cuya planta baja funciona la Vieja Farmacia Solís, de la que también es el propietario. Primero compró el sótano y construyó decenas de repisas para guardar allí todo lo posible.

    Las maquetas incluyen pequeños muñequitos que adelantan la futura presencia de los actores. El tableado piso de cubierta cruzado por las gruesas sogas de un barco decimonónico en El canto de las sirenas. La irregular mata campestre de las pampas, hogar de Inodoro Pereyra. La casa en ruinas de La nona, con las paredes a medio derrumbar. Un nido de ramas con forma de cueva en Viralata.

    Hasta la muerte

    Reyno se enciende cuando cuenta cómo cumplió su viejo sueño de tener su propio teatro, cuando en 2005 compró en un remate el local de la Vieja Farmacia Solís, en Agraciada y Santa Fe, que inauguró como sala teatral en 2007 con la obra Las nenas de Pepe, una versión muy libre de Gabriel Calderón, en los inicios de su carrera, de La casa de Bernarda Alba, de García Lorca. El local conserva el mobiliario original, con largos mostradores y hermosas repisas de piso a techo. Una pequeña tarima oficia de escenario. Desde hace un buen tiempo el local está exclusivamente dedicado a comedias de pequeño formato, shows de stand up y recitales de jazz, tango y cantautores en formato íntimo. Hay que recordar que en esos tiempos poscrisis de 2002, los precios de los inmuebles tocaron fondo. Buena época para comprar barato. “Un día salgo del sótano a la vereda y veo el cartel de remate en la farmacia, que ya estaba cerrada hacía tiempo. Y como tenía unos dólares ahorrados, me presenté con la plata en la mano. No era mucho, pero me tenía fe. Al principio dejé que pujaran los cuervos, esos que están en todos los remates. Después empecé a pujar y se fueron bajando de a uno. Uno de ellos se me acercó: ‘¿hasta cuánto vas?’, me preguntó. Y le respondí: ‘¡Hasta la muerte!’. Era mentira, no podía ir mucho más pero el hombre se asustó. ‘Ah, bueno, te la dejo’. Y la terminé comprando por 12.000 dólares”.

    Volvemos a pasar por el árbol de El herrero y la muerte y, mientras posa para las fotos de la nota, dentro de su propia creación, Reyno recuerda las extensas giras que hizo el elenco del Circular por decenas de ciudades de Latinoamérica y de España en los años 80. “Cuando le presenté al elenco la idea de forrar las ramas con telas de colores algunos no lo tomaron muy bien. ‘Comenzó el carnaval’, decían. Pero se fueron convenciendo. Es una escenografía imposible de reproducir para festivales. Por eso teníamos que llevarla a todos lados. Pasar los controles en los aeropuertos no era nada fácil. Por eso es completamente desarmable. La dividíamos en varias partes y la repartíamos entre todo el elenco. Directores, actores y técnicos. Cada uno con sus trastos, desfilando como hormigas con su carga por las terminales. Minimizábamos el equipaje personal para no pasarnos del peso”.

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    En paralelo a la larga mesa de maquetas, una pared completa de la sala está cubierta con grandes fotos de las obras en las que trabajó Reyno. En varias de ellas está su hermano Walter en escena. Todas las fotos, en blanco y negro, pertenecen a Amílcar Persichetti, otro nombre histórico tanto del Circular como de la escena nacional. En otro sector de esta verdadera puesta en escena expositiva se reproduce el escritorio en el que Reyno realiza el trabajo de diseño. Una gran mesa de dibujo típica de los estudios de arquitectura recuerda su paso por esa facultad, antes de descubrir su vocación por el diseño teatral. La mesa está cubierta de planos originales de las escenografías y en la pared está colgado un pizarrón original de una escuela de Estados Unidos, dividido en dos: una parte es una pizarra convencional y la otra un fieltro que permite pinchar papeles. Alrededor, una multitud de fotos familiares, donde aparecen sus tres esposas, sus dos hijos y, por supuesto, su hermano Walter, quien fue determinante para que Osvaldo Reyno dedicara su vida a este oficio. Osvaldo no se cansa de contarlo, donde quiera que vaya: “Yo era muy chico, tenía menos de 20 años, y Walter me invitó a ver una obra al Circular. La fui a ver y no me gustó nada. Pero al salir de la sala vi que había un pasillo. Vi que ahí había gente trabajando, había maderas, herramientas, comida. Eso estaba vivo. Se podía usar un serrucho, se podía prender una máquina. Walter me vino a buscar para irnos y le dije: ¡Yo de acá no me voy nada!”.